Cuando un mercado en África es una imagen triste

gente vende comida en el mercado de Obo, al este de República Africana

En mercados como el de Obo (República Centroafricana) cada vez hay menos variedad de alimentos

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | El mercado de Obo, en el este de la República Centroafricana, recuerda poco a las imágenes de gran colorido de los mercados africanos a las que estamos acostumbrados. A pesar de que esta localidad se encuentra en el centro de una tierra fértil rodeada de selvas inmensas, llama la atención que apenas se encuentren en sus puestos alimentos disponibles.

La mayoría de la gente llega, da algunas vueltas, saluda a amigos y conocidos, se cuentan las incidencias del día y se vuelven a sus casas sin apenas haber comprado nada. Un recipiente de harina de mandioca, el alimento básico de las personas de la etnia zande que habitan estas latitudes, cuesta 5.000 francos CFA, unos nueve euros. Con esa cantidad, una familia de unas seis personas podrá alimentarse durante una semana.

Obo está a 1.200 kilómetros de la capital, Bangui, y en recorrer esa distancia se puede tardar una semana debido al pésimo estado de las carreteras. A esto se añade otro problema serio que afecta al sureste de este país: la inseguridad causada desde 2008 por la guerrilla del Ejército de Resistencia del Señor (LRA), que hace que muy pocos se atrevan a viajar por miedo a emboscadas.

“Antes, en el mercado se encontraba de todo, y a buen precio”, asegura Pierre Ambroise Tafouali, antiguo alcalde de Obo, quien lamenta los cambios que se han producido durante los últimos años. “Ahora solo podemos cultivar a pocos kilómetros de la ciudad debido a la inseguridad. La tierra se empobrece y cada vez se cultiva menos”, asegura el exregidor.

Según él, una de las causas del alza de los precios es que, como hay poco dinero en circulación, la gente prefiere volver al trueque y, al final, son pocos los alimentos que llegan al mercado para ser vendidos. La gente cultiva también cacahuetes, producto que exige una enorme cantidad de trabajo, y maíz, pero casi siempre terminan consumiendo las mazorcas hervidas, ya que en Obo no hay ningún molino que pueda convertir sus granos en harina.

“El consumo diario de mandioca como casi única fuente de hidratos de carbono asegura pocos nutrientes y un número insuficiente de calorías”, comenta la cooperante italiana Benedetta Di Cintio, de la ONG COOPI, una de las dos que trabaja en Obo y que se ocupa de proyectos de seguridad alimentaria.

Otros alimentos se pueden comprar en algunas tiendas de comerciantes árabes, como el arroz y la harina de trigo, pero sus precios son prohibitivos: cuatro dólares por un kilo de harina. Llama la atención encontrar numerosos cartuchos de escopetas de caza, que se venden como rosquillas.

Aunque es una actividad de riesgo, porque uno se puede encontrar con rebeldes del LRA en la selva, los zande no pueden renunciar a la caza. Es la única manera de poder complementar la escasa alimentación con carne que aporte proteínas, aunque las piezas ahumadas de facóquero, mono o ratas gigantes pueden ser fuente de infecciones serias.

En el nº 2.819 de Vida Nueva.

 

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