Begoña Iñarra: “Si hay hambre en el mundo, habrá que cambiar las políticas”

Begoña Iñarra, religiosa, ex secretaria ejecutiva de la Red África-Europa Fe y Justicia

Ex secretaria ejecutiva de la Red África-Europa Fe y Justicia

Begoña Iñarra, religiosa, ex secretaria ejecutiva de la Red África-Europa Fe y Justicia

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Begoña Iñarra es misionera de Nuestra Señora de África y, durante varias décadas, ha trabajado en países como Etiopía, República Democrática del Congo, Mozambique y Kenia. Durante los últimos años ha sido secretaria ejecutiva de la Red África-Europa Fe y Justicia, un grupo de lobbying formado por institutos misioneros que trabaja por unas relaciones más justas en las políticas de la Unión Europea hacia el continente africano.

– ¿Por qué cada vez más personas en países pobres tienen que reducir su alimentación y pagar precios abusivos?

– Porque los precios de los alimentos, sobre todo de los cereales, han subido tanto que los más pobres no tienen dinero para comprar la comida que necesitan. Estos precios abusivos han causado la muerte a millones de personas, hambre en muchas más y han desestabilizado a muchos países. La causa de esta subida de precios es una combinación de diversos factores: la especulación sobre los alimentos, la expansión de la producción de biocombustible y las políticas comerciales y financieras que han llevado, entre otras, a la destrucción de la agricultura familiar. Lo peor ha sido la especulación sobre los cereales. Cuando en 2008 la bolsa internacional cayó en picado, las inversiones en la construcción y en minerales pasaron a los alimentos. Basta pensar que, en un año, la inversión en alimentos se multiplicó por 20 en la Bolsa de Chicago

Otra causa ha sido la producción de biocombustibles, que ha reducido la superficie para la producción de alimentos y ha hecho subir su precio. Si la tierra utilizada para la producción de biocombustibles para la Unión Europea en 2008 se hubiera utilizado para producir trigo y maíz, hubieran permitido alimentar ese año a 127 millones de personas. Es inaceptable que los alimentos se destinen, primero, para quemarlos en gasolina; segundo, para el consumo del ganado; y, solo en tercer lugar, para el consumo humano.

– Parece entonces que el hambre en países pobres se debe más a políticas internacionales que a causas naturales, como sequías o inundaciones…

– Así es. Basta pensar en los programas de ajuste estructural (PAS) impuestos a África en los años 80 y 90, que favorecieron los cultivos de exportación para obtener divisas y poder pagar la deuda externa. Eso contribuyó a destruir la agricultura familiar e hizo que África, que era autosuficiente en alimentos, pasara a depender de la importación de alimentos baratos.

“Es inaceptable que los alimentos
se destinen, primero, para quemarlos en gasolina;
segundo, para el consumo del ganado; y,
solo en tercer lugar, para el consumo humano”.

– ¿Se puede cambiar este estado de cosas?

– Si la subida ha sido provocada por decisiones humanas, también se puede corregir con otras decisiones. Algunos economistas, agricultores, organismos de la sociedad civil y movimientos sociales llevan años intentando que los productos necesarios para la vida, como son los alimentos de base, el agua y otros, no sean comercializados como cualquier otro producto, y mucho menos que se especule con ellos como ocurre actualmente con los alimentos, que es algo que se debería prohibir. Hay esfuerzos en la ONU para que esto se haga realidad… pero estamos aún bastante lejos. Creo que los cristianos debiéramos comprometernos más en este sentido.

Una medida sencilla sería promover las reservas nacionales de cereales, que podrían actuar como válvulas de seguridad. Y, sobre todo, apoyar la agricultura familiar por parte de organismos internacionales y de los propios Estados, para que la producción de alimentos aumente. El año 2014 ha sido declarado por la ONU Año de la Agricultura Familiar gracias a una campaña promovida por el Foro Rural Mundial de Vitoria. Begoña Iñarra, religiosa, ex secretaria ejecutiva de la Red África-Europa Fe y Justicia

Los transgénicos

– ¿Son los productos transgénicos una respuesta adecuada a la falta de alimentos?

– No, en absoluto. El problema del hambre no es la falta de alimentos, sino su mala distribución debido a ciertas políticas económicas y sociales. Según la FAO, la tierra puede alimentar a 12.000 millones de personas. En sus 20 años de producción, los transgénicos no han ayudado en absoluto a disminuir el hambre. Por el contrario, su cultivo ha dejado endeudados a muchos pequeños agricultores como resultado de las políticas impuestas por las compañías que los venden. Sus productores, que son empresas privadas, nunca han intentado resolver el problema de hambre en el mundo, como afirman, sino controlar las semillas de alimentos básicos de la humanidad, como arroz, maíz, soja, trigo, incluso frutas y hortalizas, y con ello tener en sus manos el tan lucrativo mercado de alimentos.

Los transgénicos no pueden resolver los problemas del hambre, pero, si fueran independientes, sin patentes, en ciertos casos podrían aumentar la producción agrícola mediante la reducción de pérdidas causadas por ciertas plagas. Pero la realidad actual es que los transgénicos están patentados, tienen un alto precio y su consumo puede ser perjudicial, como lo prueba el reciente estudio del profesor Gilles-Eric Séralini, que ha sido “una bomba” en Europa.

– ¿Quiénes son las personas más vulnerables en esta situación?

– En los países del Sur, las familias gastan entre el 60 y el 80% de sus ingresos en alimentos, mientras que en los países ricos la comida supone solo el 20% del presupuesto familiar. Eso hace que las personas más vulnerables frente al elevado precio de los alimentos sean los pobres urbanos de los países más pobres, que tienen que comprar todos sus alimentos, sobre todo en África. No hay más que ver el gran número de manifestaciones contra la subida de alimentos en muchas ciudades africanas durante últimos años. Pero los pobres en países ricos también se ven afectados. El número creciente de gente que depende de bancos de alimentos es prueba de ello.

“Cuando alguien tiene hambre,
hay que darle de comer, pero
eso no basta, hay que
trabajar para un cambio político,
para que la situación cambie hacia una mayor justicia”.

– ¿Qué dice la Iglesia sobre el aumento desorbitado de los precios de alimentos básicos?

– Algo fundamental que la Iglesia dice es que, como hijos de Dios, toda persona humana tiene derecho a la vida, lo que significa que uno de los derechos fundamentales es tener lo necesario para vivir y desarrollarse, incluido el derecho a una alimentación sana y suficiente. En el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos dé “el pan de cada día”; por eso, rezarlo es un compromiso para que cada persona tenga lo suficiente para comer, ya que todos somos hijos del mismo Padre.

En el Segundo Sínodo Africano, los obispos pidieron que los líderes tomen medidas adecuadas para eliminar la pobreza, que desarrollen políticas que garanticen la autosuficiencia en la producción de alimentos y que la producción de alimentos para la exportación no ponga en peligro la seguridad alimentaria para la generación actual y las futuras.

Pero lo importante no es solo lo que la Iglesia dice, sino también lo que hace. Y, en este caso, la Iglesia desempeña un papel muy importante en la sensibilización sobre el problema del hambre, proporciona alimentos a los que los necesitan urgentemente en bancos de alimentos, escuelas, cocinas populares, etc. Cáritas es una de estas organizaciones católicas. Y Manos Unidas contribuye a mejorar la agricultura familiar y a facilitar la comercialización de alimentos. Otros grupos cristianos trabajan para que haya un cambio de políticas económicas y sociales. Todos estos niveles son complementarios. Cuando alguien tiene hambre, hay que darle de comer, pero eso no basta, porque se necesita desarrollar a las personas y a las comunidades, pero sobre todo, hay que trabajar para un cambio político, para que la situación cambie hacia una mayor justicia.

En el nº 2.819 de Vida Nueva.

 

LEA TAMBIÉN:

Compartir