La Iglesia llora al fallecido cardenal Carlo M. Martini

cardenal Carlo M. Martini con Benedicto XVI en 2005

Más de 200.000 personas despiden al jesuita, que falleció a los 85 años

cardenal Carlo M. Martini despedida fieles catedral Milán

Miles de personas visitaron la capilla ardiente del cardenal Martini en la Catedral de Milán

ANTONIO PELAYO. ROMA | La noticia de la muerte del cardenal Carlo Maria Martini, no por presentida y casi anunciada ha dejado de producir en el Vaticano una fuerte conmoción, ni otra menor en todo el mundo, católico y no. En muy pocos casos el fallecimiento de un cardenal ha provocado tal avalancha de comentarios positivos y una tan masiva reacción a escala mundial.

El 30 de agosto, a última hora de la tarde, el arzobispo de Milán, cardenal Angelo Scola, emitía una nota anunciando que las condiciones de salud de su predecesor se habían “agravado especialmente”.

A las 15:45 h. del día 31, fallecía en su habitación del tercer piso del Aloisianum –la casa de los jesuitas en Gallarate (Milán), donde se había retirado hace algunos años al agravarse su enfermedad de Parkinson– el que fue durante 22 años arzobispo de Milán (1980-2002), antes rector del Pontificio Instituto Bíblico y de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, biblista de fama mundial, autor de decenas de publicaciones, presidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas (CCEE, 1986-1993) y personalidad respetada en todo el mundo (entre otros, se le concedió en 2000 el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales).

“Se ha apagado en el sueño, serenamente”, comunicó a los informadores el P. Cesare Bosatra, director del Aloisianum, indicando que esa misma mañana Martini había celebrado la Eucaristía y había repetido la frase del salmista que últimamente no se caía de sus labios: “Tu palabra, Señor, es la lámpara que guía mis pasos”.

Telegrama del Papa

La noticia fue comunicada inmediatamente al Papa en su residencia de Castel Gandolfo, y con un telegrama, Benedicto XVI rendía homenaje al “querido hermano que ha servido con generosidad al Evangelio y a la Iglesia”. El secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, le recordaba como “fiel hijo de san Ignacio de Loyola que ha testimoniado y enseñado la primacía de la vida espiritual y al mismo tiempo la atenta escucha al hombre en sus diversas circunstancias existenciales y sociales”.

cardenal Carlo M. Martini con Benedicto XVI en 2005

El cardenal Martini con Benedicto XVI, en 2005

Por su parte, el director de la Sala de Prensa, el también jesuita Federico Lombardi, destacaba al “obispo que con su palabra y sus numerosos escritos, con sus innovadoras iniciativas pastorales, ha sabido testimoniar y anunciar eficazmente la fe a los hombres de nuestro tiempo, ganándose la estima y el respeto de cercanos y lejanos, inspirando en el ejercicio del ministerio a tantos hermanos obispos”.

Necesitaríamos mucho espacio para recoger la riada de comentarios llegados de todo el mundo. “La desaparición del cardenal Martini –escribía en el Corriere della Sera el primer ministro italiano, Mario Monti– priva a la comunidad de los creyentes, y también a la multitud de los que no creen o no están ciertos de creer, de un punto de referencia dotado de excepcional carisma y fuerte autoridad, unidos al profundo respeto por el interlocutor”.

En su comentario dominical, el fundador del diario La Repubblica, el agnóstico Eugenio Scalfari, escribía: “Era un reformador que se había planteado el problema del encuentro entre la Iglesia y la modernidad, entre el dogma y la libertad, entre la fe y el conocimiento”.

Desde primeras horas del sábado, el cadáver quedó expuesto a la veneración de los fieles en la nave central del imponente Duomo, revestido con ornamentos litúrgicos de color blanco, con mitra dorada y el báculo en la mano izquierda. Inmediatamente se formó una compacta fila de personas de todas las edades, razas, religiones y condición que querían rendirle un homenaje personal.

La catedral permaneció abierta sin interrupción hasta la medianoche del domingo. Según datos de las fuerzas del orden y los responsables del templo, unas 200.000 personas desfilaron ante los restos mortales del purpurado, que el domingo fueron depositados en un ataúd sobre el que había un evangeliario abierto en la página de la Resurrección.

Había lágrimas en los rostros y fueron muchos los que permanecieron en oración. En el libro de condolencias había testimonios conmovedores: “Haz que me hija se convierta”; “Estuviste siempre con nosotros, los pobres, los abandonados, los que la gente no quiere ni mirar”; “Has sido el único hombre de Iglesia que me ha emocionado, a mí, que busco a Dios y aún no lo he encontrado”; “Fuiste como un padre”; “Carlo Maria, yo siempre te tuve como mi papa”.

“Pastor generoso y fiel”

Los funerales tuvieron lugar el lunes 3 a las 16:00 h. Ya mucho antes, la catedral estaba abarrotada, y en la plaza se habían instalado dos megapantallas de televisión para retransmitir en directo la ceremonia religiosa. La presidió el cardenal Angelo Scola, y ocupó un lugar especial el enviado especial del Papa, el cardenal Angelo Comastri, vicario de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano (el director del Corriere, Ferruccio de Bortoli, había escrito en su editorial del día 1: “Sería un gesto altamente simbólico para la unidad de la Iglesia, incluso revolucionario, si el lunes, para el último saludo en el Duomo, estuviese también Benedicto XVI”).

funera cardenal jesuita Carlo Maria Martini en MIlán

El funeral fue oficiado por el cardenal Scola

Comastri leyó un quirógrafo papal en el que Joseph Ratzinger recordaba al “pastor generoso y fiel de la Iglesia, al infatigable servidor del Evangelio y de la Jerusalén celeste”, y elogiaba su espíritu de encuentro y de diálogo con todos, su caridad profunda, atento a todas las situaciones difíciles para ser portador de esperanza.

Junto a Scola y Comastri concelebraron casi 40 obispos, incluidos los cardenales Dionigi Tettamanzi, que sucedió a Martini en la cátedra de San Ambrosio; Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana; Gianfranco Ravasi, presidente del dicasterio para la Cultura; Severino Poletto, arzobispo emérito de Turín; los obispos de la Lombardía y otros muchos prelados, así como el prepósito general de la Compañía de Jesús, el P. Adolfo Nicolás.

Fue una ceremonia de gran dignidad, al final de la cual el ataúd fue enterrado en la tumba central de la basílica, bajo el crucifijo de san Carlos Borromeo, su más ilustre predecesor, también enterrado en el Duomo. Además de la multitud, estaban presentes Monti y varios ministros de su Gobierno y personalidades de la cultura y la política de todo tipo, incluido el gobernador de la región de Puglia, Nichi Vendola.

Entrevista póstuma

El Corriere della Sera, donde el cardenal fue asiduo colaborador hasta el pasado junio, publicó el sábado una entrevista que Martini concedió el 8 de agosto al jesuita Georg Sporschill y cuya versión definitiva aprobó; podríamos, pues, considerarlo como un testamento.

Su última respuesta es: “La Iglesia se ha quedado atrás doscientos años. ¿Cómo es posible que no se mueva? ¿Tiene miedo, en vez de valentía? Sin embargo, la fe es el fundamento de la Iglesia. La fe, la confianza, la valentía. Yo soy viejo y estoy enfermo, dependo de la ayuda de los otros. Las buenas personas que me rodean me hacen sentir el amor. Este amor es más fuerte que el sentimiento de desconfianza que de vez en cuando percibo respecto a la Iglesia en Europa. Solo el amor vence el cansancio. Dios es amor. Tengo todavía una pregunta para ti: ¿qué puedes hacer por la Iglesia?”.

En otro pasaje afirma: “El padre Karl Rahner usaba con gusto la imagen de las brasas debajo de las cenizas. Yo veo en la Iglesia de hoy tanta ceniza sobre las brasas que a veces me asalta un sentimiento de impotencia. ¿Cómo se puede liberar a las brasas de la ceniza para refortalecer la llama del amor? Lo primero que tenemos que hacer es buscar esas brasas”.

El Papa, feliz por ir al Líbano

La muerte de Martini ha eclipsado todas las restantes noticias de la vida eclesial, pero no podemos no hablar del viaje del Papa al Líbano (14-16 de septiembre).

La actualidad nos suministra nuevos episodios que demuestran hasta qué punto la influencia de la guerra civil que se está desarrollando en la limítrofe Siria puede tener consecuencias devastadoras para el país de los cedros.

La Santa Sede ha embridado los nervios, y el mismo Papa manifestó a los fieles en Castel Gandolfo su alegría por poder realizar esta visita pastoral, tan esperada como lo han puesto de manifiesto todos los patriarcas católicos libaneses y algunos líderes de la comunidad musulmana.

Uno de nuestros viejos conocidos de Beirut –maronita, por más señas– me decía hace poco: “No hay que ceder al pánico; el Papa es más respetado aquí que en algunas de vuestras naciones cristianas, y ninguna facción política quiere correr el riesgo de desacreditarse ante todos manifestando hostilidad a Benedicto XVI. Solo un loco, pero estos existen en todas partes”.

En el nº 2.814 de Vida Nueva.

LEA TAMBIÉN:

Compartir