Líbano: un grito por la convivencia en Oriente Medio

mujer cristiana maronita libanesa con un retrato de Juan Pablo II

Benedicto XVI viaja a un país que quiere ser mensaje de tolerancia y diálogo

cristianos rezan en la basília de Nuestra Señora del Líbano, en Harissa

Cristianos rezan en la basília de Nuestra Señora del Líbano

ANTONIO PELAYO | El inminente viaje de Benedicto XVI al Líbano (14-16 de septiembre) recuerda, inevitablemente, al que realizó Juan Pablo II en 1997. El Papa polaco venció multitud de obstáculos para poder visitar una tierra martirizada, en la que entonces, como ahora, los sangrientos enfrentamientos étnicos y religiosos en la región socavaban la autoestima de un pueblo llamado a ser ejemplo de tolerancia y convivencia.

El Líbano es un país que te captura emocional, cultural y religiosamente. Cuanto más avanzas en el conocimiento de su historia, de sus paisajes, de sus gentes, más te atrae.

Los últimos papas –y de modo muy especial el beato Juan Pablo II– han sido “víctimas” de esta subyugación. Ya en su primer mensaje Urbi et Orbi, el 17 de octubre de 1978, Karol Wojtyla se prometía “tomar muy a pecho el gravísimo problema que afecta a la queridísima tierra del Líbano y a su pueblo, al que todos deseamos ardientemente la paz en la libertad”. A lo largo de sus 27 años de pontificado, el Papa polaco hizo más de doscientos llamamientos e intervenciones a favor del país de los cedros y batalló contra viento y marea hasta que pudo visitarlo los días 10 y 11 de mayo de 1997.

Creo que Benedicto XVI, con su solicitud por el Líbano, también se siente impulsado a marcar la continuidad con su “amado predecesor”, y solo así se explica que haya aceptado, entre tantas otras, la invitación de la Iglesia y del Gobierno libaneses para visitar el país en unas circunstancias actuales tan complejas y, para algunos, sumamente peligrosas.

refugiados sirios en Líbano

Refugiados sirios en Líbano

Tierra de refugio

El Líbano es una encrucijada geográfica y cultural entre tres continentes –Europa, Asia y África–, un acantilado de diez mil kilómetros cuadrados que se asoma al mar y que limita al norte y al este con Siria y al sur con Israel.

Su historia se remonta al siglo IV a. C., y sus tierras fueron colonizadas sucesivamente por los cananeos –fundadores de Tiro y Sidón–, los fenicios, los egipcios, los romanos, los árabes, los cruzados, los mamelucos y los turcos. Al final de la I Guerra Mundial, fue colocado bajo dominio francés, y el 22 de noviembre de 1943 se convirtió en un país independiente, realmente soberano en 1946, cuando evacuaron su territorio las fuerzas inglesas y francesas.

Por su situación geográfica, el Líbano ha sido tierra de refugio para las minorías religiosas perseguidas de todo Oriente Medio. Su población actual (algo más de tres millones de habitantes, más otro millón y medio de emigrantes, principalmente sirios y palestinos) la componen 18 grupos religiosos diferentes; de ellos, 12 son cristianos (seis católicos), cinco musulmanes y uno judío.

La primera predicación cristiana, el Líbano la recibió de labios del mismo Jesús, que varias veces visitó Tiro y Sidón; entre los primeros mártires de la Iglesia, muchos fueron libaneses. Después de los concilios de Éfeso, Calcedonia y Constantinopla, los cristianos se dividieron en varias Iglesias.

El Líbano es el único país de Oriente Medio
donde cristianos y musulmanes están
numéricamente a la par y donde
existe una absoluta libertad
para todos los grupos religiosos.

En la actualidad, los maronitas (discípulos de san Marón, eremita del siglo IV que vivió en Antioquía) son la comunidad cristiana más numerosa del Líbano y la más influyente, gracias a sus instituciones y a sus numerosas y ricas comunidades en diversos continentes. El Patriarca maronita –desde marzo de 2011, monseñor Bechara Boutros Raies una de las personalidades más influyentes y escuchadas de todo el país. Otras comunidades cristianas (en su doble rama, católica y ortodoxa) son la melquita, la armenia, la siro o siríaca, la caldea y la latina.

Los musulmanes –más de la mitad de la población– se dividen, por su parte, en cinco grupos: chiitas, que son los más numerosos (850.000), seguidos por los sunitas (700.000), drusos (180.000), alauitas, ismaelitas y una exigua comunidad chiíta disidente cuyo líder es el riquísimo Karim Aga Khan. Los judíos, que en su día fueron varios miles, hoy son apenas un millar.

mujer cristiana maronita libanesa con un retrato de Juan Pablo IIA la vista de estas cifras, resulta obvio que el Líbano es el único país de Oriente Medio donde cristianos y musulmanes están numéricamente a la par y donde existe una absoluta libertad para todos los grupos religiosos.

Eso llevó a Juan Pablo II a afirmar que “el Líbano, más que un país, es un mensaje”; de tolerancia, se entiende, de recíproca aceptación, de convivencia, de diálogo interreligioso al más alto nivel y en la vida cotidiana.

Esa convivencia saltó por los aires en 1975, con una guerra devastadora cuya chispa explosiva fue la presencia en territorio libanés de unos 400.000 palestinos armados hasta los dientes y su enfrentamiento con las milicias libanesas llamadas falangistas.

El empeño de Juan Pablo II

La primera vez que Karol Wojtyla expresó abiertamente su deseo de ir al Líbano fue en 1982, cuando el Ejército israelí había ocupado Beirut. En su discurso a la Curia romana del 28 de junio, dijo: “Afirmo aquí públicamente que estaría dispuesto a ir sin tardanza a la martirizada tierra libanesa, si fuese posible para la causa de la paz”.

Desde entonces, el infatigable Papa polaco no cejó en su empeño de visitar el país de los cedros, pero los trágicos episodios de guerra se lo impedían.

En el nº 2.813 de Vida Nueva. Líbano: un grito por la convivencia en Oriente Medio, íntegro solo para suscriptores

 

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