Elogio de la bondad

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Más allá de la justicia, la bondad alcanza dimensiones de misericordia, que es algo así como buscar lo mejor que puede haber en el corazón de cada uno y ponerlo a disposición de los demás…”.

El buenismo es palabra empleada con frecuencia en el mundo político para señalar la vaciedad de las propuestas, consideradas como venta de humo y bobaliconas artimañas para ocultar la realidad o, simplemente, para ofrecer aquello que no se puede cumplir. Añádase a todo esto el diálogo sin escuchar a la gente, la tolerancia de mano fuerte, la humanidad sin tener en cuenta la persona, el tender la mano y volver la espalda…

El buenismo, entendido de esta manera, no cabe la menor duda de que resulta un tanto ridículo, por no decir estúpido e incluso inmoral. No hay sinceridad, sino engaño. La apariencia es tan falsa como el contenido del discurso con el que se pretende convencer a los demás. En definitiva, es una actitud huera y hasta petulante.

La bondad es otra cosa. Es reflejo, nada menos, que de uno de los atributos esenciales de Dios. No solamente no es ajena a la justicia, sino que la tiene como asiento y base sobre la que edifica el comportamiento cotidiano.

Pero, aún más allá de la justicia, la bondad alcanza dimensiones de misericordia, que es algo así como buscar lo mejor que puede haber en el corazón de cada uno y ponerlo a disposición de los demás.

Resulta obvio advertir que la bondad sin el hombre bueno, que acata y vive en la ley de Dios y del servicio a sus hermanos, quedaría nada más que en un concepto ciertamente hermoso, pero que acabaría siendo poco menos que un señuelo engañoso. Esto sería el buenismo: una contradicción y poco menos que prostituir la bondad. Pues esta requiere una clara y eficaz intención de buscar el bien, la justicia y la paz.

No estaría de más hacer también un pequeño examen de conciencia acerca del testimonio de la bondad. Pues no es infrecuente que se trate de camuflar por miedo a ser tildado de pacato y débil. Tan hipócrita es el presumir de lo que no se tiene, como esconder los valores y virtudes que por gracia de Dios tiene cada uno, y que han de servir para ayuda de los demás.

La apoteosis de la bondad y, al mismo tiempo, la norma de conducta del hombre bueno, es el mandato del amor fraterno con el que Cristo ha querido distinguir a todos aquellos que quieren estar a su lado. Pues en esto se ha de saber si el que quiere practicar la bondad puede ser reconocido como discípulo de Cristo.

Decía Benedicto XVI que “la bondad del Señor, de su poder; su misericordia es eterna. Y también para nosotros es importante acordarnos de la bondad del Señor. La memoria se convierte en fuerza de la esperanza. La memoria nos dice: Dios existe, Dios es bueno, su misericordia es eterna. De este modo, incluso en la oscuridad de un día, de un tiempo, la memoria abre el camino hacia el futuro: es luz y estrella que nos guía. También nosotros recordamos el bien, el amor misericordioso y eterno de Dios” (Audiencia, 19-10-2011).

En el nº 2.812 de Vida Nueva.

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