A propósito de ‘Elefante blanco’

Elefante blanco - fotograma de la película

VIDA NUEVA | A propósito del estreno de la película Elefante blanco, que retrata la realidad de los barrios marginales de Buenos Aires, ofrecemos dos interesantes testimonios: el de Lorenzo de Vedia, cura villero, y el de Alfredo Leuco, admirador de estos sacerdotes y su ministerio. [A propósito de ‘Elefante blanco’: hay mucho que aprender en estos barrios – Extracto]

Hay mucho que aprender en estos barrios

Lorenzo de Vedia, cura villeroLORENZO DE VEDIA, cura villero | Una tarde, mi padre paseaba por San Pedro, localidad de la provincia de Buenos Aires, y, mirando una villa instalada en una barranca, evocaba la frase de una obra de teatro: “Qué pequeño era mi mundo”. Esta frase puede ser la conclusión de muchos que vean la película Elefante blanco, que muestra un mundo tantas veces “ninguneado” por el resto de la sociedad: el de las villas.

Elefante blanco es parte de un proceso de cambio en el que, como sociedad, queremos sacar del “olvido” a los villeros.

Tanto los curas que vivimos en las villas como los vecinos somos seres humanos con luces y sombras, con las contradicciones propias de quien está en camino. Llegará el día en que no se necesite hablar de la villa como de un mundo lejano y desconocido. Sabemos que la villa no es “un lugar al que hay que ayudar”. Hay mucho que aprender de estos barrios, que tienen mucho para aportar a la gente de otros lados.

Está bueno que se muestren realidades que existen en estos barrios, como el narcotráfico, la toma de tierras y los sórdidos pasillos de las villas. Pero debemos saber que la realidad de la villa es más amplia que esto que aparece. Es bueno que salgan a la luz muchas realidades que antes “no existían”.

Pienso que vamos en camino hacia una visión más integral sobre lo que se vive en estos verdaderos barrios obreros, donde hay mucha droga y violencia, pero también hay solidaridad, fiesta y espíritu de progreso. Los curas que tenemos el privilegio de vivir en las villas somos testigos de familias enteras que buscan salir adelante, jóvenes que le pelean a la droga e intentan avanzar en su camino de recuperación. Miles de hombres y mujeres salen temprano todos los días para ganar el pan con el sudor de su frente.

“Algún día, las películas y los programas
de televisión reflejarán de manera
más completa todavía lo que pasa en las villas:
el sentido de familia, la religiosidad popular traída
de las raíces, los jóvenes creciendo…”

Algún día, las películas y los programas de televisión reflejarán de manera más completa todavía lo que pasa en las villas: el sentido de familia, la religiosidad popular traída de las raíces, los jóvenes creciendo, las madres que son madres de sus hijos y de otros también…

La Iglesia acompaña la vida del barrio. Los curas no estamos solos. Los principales actores de la Iglesia son los vecinos del barrio: hombres, madres y jóvenes que se constituyen en líderes positivos para los menores. Somos un pueblo en marcha. Gracias a Dios y a la Virgen, los vecinos de las villas son protagonistas en su lucha por la dignidad, la inclusión y la liberación.

Celebramos que la película ayude a sacar del olvido a los que Dios no olvida. Reconocemos que la realidad en las villas es más de lo que refleja Elefante blanco. Soñamos con una integración urbana en la que no haya excluidos y todos ampliemos la mirada que tenemos del mundo.

 

Curas que ponen el cuerpo y el alma

Alfredo Leuco, admirador de los curas villerosALFREDO LEUCO, admirador de los curas villeros | Tengo la sana costumbre de ir a las villas a aprender. Y de llevar a mi hijo desde que era un pibe. Es uno de los lugares en donde, paradójicamente, más me enriquecí compartiendo tareas y mates con gente solidaria, sacrificada y valiente. Conozco las villas en vivo y en directo y por eso me atrevo a decir que nunca antes el cine argentino hizo una radiografía tan profunda y tan conmovedora.

Nadie baja línea, ni levanta el dedito, ni se hace el didáctico. Pero uno sueña y sufre con los habitantes de ese mundo de chapas y privaciones, de perros flacos y niños con mocos, donde la gente nace y muere a una velocidad pasmosa. Todos por momentos son semidioses y por momentos aflojan y se sienten traidores. Todos son héroes y villanos. Todos van al frente pero entran en crisis con sus creencias.

Los curas villeros lo saben más que nadie. Porque ponen el cuerpo y el alma. Llevan a Dios al barro de la exclusión, ya que a veces parece que está un poco distraído. Llevan al verdadero Cristo a dar una vuelta entre el flagelo asesino del paco y el hambre que tritura esperanzas. Ponen el grito en el cielo porque esa droga maldita y la desnutrición convierten a los chicos en fantasmas de piel y hueso con las neuronas quemadas. Su vida no vale nada y por eso no saben valorar la vida de los demás. Salen a buscar paco y a matar o morir, literalmente.

“Los curas villeros ponen el cuerpo
y el alma; llevan a Dios al barro de la exclusión,
ya que a veces parece que está un poco distraído”.

Por eso, esos ángeles llamados curas villeros construyen parroquias, canchitas de fútbol, comedores populares, milagros cotidianos. En medio de los tiroteos entre dos bandas de narcos, la policía, que criminaliza el color de piel y que a su vez está a un tiro de su propia muerte. Un transa acribillado cargado en un ataúd regado de cerveza y tiros al aire, música de cumbia y la camiseta de Chicago. Canas infiltrados liquidados a mansalva.

Y el amor, por supuesto. El amor al prójimo y el amor de Adán y Eva que no es expulsado de ese infierno-paraíso. “¡Aguante La Oculta!”, dicen los morochos de todo el vecindario, de Paraguay y Perú, sobre todo. Y luchan y bautizan a sus hijos. Y recuerdan a un cura gigantesco llamado Carlos Mugica, que antes de ser asesinado dejó como herencia una plegaria del tamaño de su ejemplo:

Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos, que parecen tener ocho años, tengan trece.

Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo ir, ellos no.

Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas de las que me puedo ir y ellos no.

Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.

Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.

En el nº 2.810 de Vida Nueva.

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