Custodios del débil en el corazón de África

parroquia de los Mártires de Uganda en Obo, República Centroafricana

Una parroquia de Obo, el mejor refugio ante el acoso de la guerrilla

parroquia de los Mártires de Uganda en Obo, República Centroafricana

Texto y fotos: JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO | Levantarse poco antes de las cinco, rezar, celebrar la Eucaristía a las seis y, terminada esta, empezar a escuchar los mil problemas de quienes a acuden a la parroquia, intentando sacar un hueco de unos pocos minutos para desayunar. Así comienza una jornada cualquiera de los sacerdotes de la Parroquia de los Mártires de Uganda, en Obo, un apartado rincón en la selva del extremo este de la República Centroafricana. [Custodios del débil en el corazón de África – Extracto]

Un lunes del mes de junio, acabada la misa, el padre Martin Modoue, párroco de la misión, y sus compañeros, el sacerdote Guy Florentin Nzangazo (ordenado el año pasado) y el diácono Barnabas Nidiwi, escuchan con semblante serio las cuitas de un hombre ya algo mayor que acaba de perder su casa. Sus vecinos le acusaron hace pocos días de brujería y le echaron abajo el quiosco con el que durante los últimos años se ha ganado la vida al lado de la carretera principal. No contentos con destruir su tenderete, entraron en su vivienda y arramblaron con todo lo que encontraron tras amenazarle de muerte.

Ahora vive en casa de su hermano y tiene miedo de que vuelvan a por él. Los sacerdotes se ponen de acuerdo en que el padre Florentin le acompañará a la oficina del prefecto y a la gendarmería para denunciar el caso a las autoridades e intentar una mediación con los jefes del poblado para que su vecino pueda volver a vivir con ellos en paz.

Casos así no son, sin embargo, los más graves con los que un sacerdote se encuentra por estas latitudes. Cuando el padre Martin llegó a Obo en 2009, el lugar llevaba un año bajo los ataques del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en siglas inglesas), la temida guerrilla de Joseph Kony que, tras dos décadas de terror en el norte de Uganda, ha desplazado a cerca de medio millón de personas entre el noreste de la República Democrática del Congo y el sureste de la República Centroafricana.

Ambas zonas están poco pobladas, tienen abundantes bosques y poca presencia de un Estado débil que no tiene los medios para garantizar la seguridad de sus ciudadanos.

parroquia de los Mártires de Uganda en Obo, República Centroafricana

El P. Martin con sus fieles

“Cuando me faltaban unos 40 kilómetros para llegar a mi nuevo destino, me encontré con un coche calcinado que había sido atacado pocos días antes en una emboscada del LRA. Sus ocupantes murieron tiroteados y el vehículo fue incendiado”, recuerda el sacerdote. Que reconoce: “Tuve miedo y consideré seriamente volverme atrás, pero pensé que, si Dios quería mandarme a la parroquia de Obo, Él tendría un plan para protegerme”.

Pronto, el padre Martin se encontró aquí con una oportunidad de repetir el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Acababan de llegar unos 2.000 congoleños que atravesaron la frontera después de huir a pie durante varios días para escapar de los ataques del LRA en sus aldeas.

Es posible que sea la humildad la razón por la que el párroco de Obo no da muchos detalles sobre este tema, pero Jean Claude, un joven líder del campo de refugiados congoleños que sonríe a cada frase, se explaya más al recordar aquellos días: “Llegamos sin nada y fue la parroquia la que nos dio de comer durante dos meses hasta que llegaron las primeras agencias humanitarias a la zona. La solidaridad de la comunidad católica con nosotros fue algo que no olvidaremos nunca”.

Obo es una de las diez parroquias de la diócesis de Bangassou, un extensísimo territorio equivalente a la mitad de Andalucía a cuya cabeza está desde 1998 el obispo español Juan José Aguirre. El prelado, cordobés y misionero comboniano, habla con afecto de sus sacerdotes y les llama “columnas de bronce”, por haber permanecido en sus parroquias durante los últimos años de inseguridad sin abandonar a sus feligreses. La diócesis cuenta con un hospital, varias escuelas y un centro de acogida para víctimas de la guerra.

En todas esas iniciativas, claro, anda metido el padre Martin. Tras realizar sus estudios eclesiásticos en Centroáfrica y Camerún, fue ordenado en 1998. Su primer destino fue Alindao, una parroquia rural. Años después, fue enviado para realizar una especialización en Derecho Canónico en la Facultad de Teología de África Central, en Yaundé (Camerún). Hoy compagina sus tareas de párroco con la gestión del tribunal eclesiástico de la diócesis.

parroquia de los Mártires de Uganda en Obo, República CentroafricanaSu formación como jurista no le impide mostrar otras facetas en su trabajo pastoral, sobre todo la de un gran comunicador que sabe conectar con la asamblea que llena la iglesia cada domingo. El autor de este reportaje tuvo ocasión de comprobarlo el pasado 10 de junio cuando, en el curso de una animada celebración que duró tres horas, 22 jóvenes de ambos sexos recibieron el bautismo, tras haber pasado por un catecumenado de dos años.

La alegría de la fe

La parroquia está dedicada a los Mártires de Uganda y los religiosos acababan de volver hacía pocos días de una peregrinación en Namugongo, un santuario de Kampala (Uganda) que se alza sobre el lugar donde hace 130 años las llamas acabaron con la vida de san Carlos Lwanga y sus compañeros.

Durante la homilía, el padre Martin relata la historia de los jóvenes mártires africanos, hace preguntas a los catecúmenos, enseña una canción que los fieles repiten dando palmas y, nada más terminar los bautizos, expresa su alegría bailando alrededor del altar mientras el coro entona un animado himno que pone a todos los presentes en pie.

El domingo siguiente, los bautizos tienen lugar en una capilla abierta con techado de hierba seca en el campo de desplazados de Aligoua. Allí, el padre Martin y el diácono Barnabas presiden otra animada celebración en la que llama la atención la variedad de regalos que la gente trae en el ofertorio: mazorcas de maíz, un cuenco de arroz, una bandeja de cacahuetes… Todo ello ofrecido por gente pobre para que los responsables lo lleven a quienes son aún más desfavorecidos.

El equipo pastoral de la parroquia de Obo tiene a su cargo muchas otras actividades: desde campeonatos deportivos con los jóvenes, que organiza el padre Florentin –gran aficionado al fútbol y a las carreras de fondo– hasta el impulso de movimientos como la Renovación Carismática, la formación de catequistas o el seguimiento de la vecina escuela primaria, en teoría concertada, pero, en la práctica, en manos de la diócesis, que hace que los maestros puedan cobrar sus salarios y realizar su trabajo en condiciones dignas.

Además, a lo largo del día, en la casa parroquial se respira un ambiente de acogida donde todos se sienten escuchados. El recinto es un ir y venir de muchachos de la vecina escuela, personas que acuden a la oficina parroquial, autoridades locales y personal de varias ONG y de Naciones Unidas. Muchos de ellos, recién llegados, encuentran en la parroquia alojamiento y orientación sobre la realidad en el terreno.parroquia de los Mártires de Uganda en Obo, República Centroafricana

A menudo, al finalizar el día, se ve a los curas cansados pero contentos de haber podido ofrecer consejo, apoyo y consuelo a quienes les han abordado en la parroquia o en medio del camino cuando salen al centro. “La gente necesita mucha ayuda, sobre todo los 9.000 desplazados internos que viven cerca de la parroquia y que han huido de sus casas por temor a ataques de los rebeldes”, dice el padre Martin, quien señala que “la parroquia hace lo que puede porque tiene pocos medios”.

Es posible que a la parroquia católica de Obo le falten medios materiales. Lo que es seguro es que no faltan ni la alegría ni la acogida sincera a todos los que se acercan a ella.

El peculiar origen de una vocación

La forja de una vocación como la del padre Martin tiene una historia algo peculiar. Nacido en 1966 en la localidad de Rafai, desde muy niño frecuentó la misión católica de su pueblo, en la que trabajaban misioneros espiritanos franceses. “En mi vocación influyó mucho un anciano misionero que tenía una barba hasta el ombligo”, dice al evocar sus primeros recuerdos.

Un día hubo una ordenación sacerdotal de un centroafricano en su parroquia. “Yo tenía entonces 14 años y me subí a un árbol, como Zaqueo, para verlo de cerca, porque estaba convencido que cuando el obispo le impusiera las manos, el nuevo ordenado se convertiría en blanco”. El padre Martin estalla en carcajadas al recordar lo desilusionado que se quedó.

En el nº 2.809 de Vida Nueva.

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