El monasterio, un lugar de encuentro con el visitante desde el silencio

claustro del monasterio de Poblet

Muchos religiosos abren sus puertas a quienes desean un tiempo de aislamiento para estudiar o desconectar

claustro del monasterio de Poblet

EULÀLIA TORT | La monja benedictina Teresa Forcades cuenta que descubrió su vocación mientras preparaba un examen final en el monasterio de Sant Benet, en Barcelona. Después de estar tres años trabajando como médico residente en el hospital de Búfalo (Nueva York), tenía que aprobar la prueba definitiva. [El monasterio, un lugar de encuentro con el visitante desde el silencio – Extracto]

Decidió regresar a Cataluña para estudiar sin interrupciones y pensó que el monasterio de Montserrat era una buena opción. Al no quedar habitaciones libres, le propusieron que fuera al monasterio que hay solo un kilómetro más abajo, el de las benedictinas. Teresa desconocía la existencia de esta comunidad, pero decidió probar y, tres semanas después, habló con la madre abadesa para expresarle su vocación. Además de hincar los codos, participaba de la liturgia de las horas con la comunidad y pasaba largos ratos sentada en un banco de la iglesia.

Su caso es una excepción, pero nos muestra que pasar un tiempo en un monasterio puede convertirse en algo más que unos meros días de estudio.

Laura Pérez es una escritora que decidió pasar cuatro días en el mismo monasterio de Sant Benet para acabar su libro. Según cuenta, “si te quedas en la ciudad, mantienes tu agenda de compromisos y el trabajo de la casa, con lo que las interrupciones son constantes. Busqué un sitio donde poder aislarme y trabajar ocho horas al día sin que nadie ni nada me molestaran. Fueron cuatro jornadas de trabajo en los que, además, reflexioné, sentí paz interior, pude hacer oración y tener un espacio donde recomponerme”.

Profundización

Como Laura, muchos son los que, además de trabajar, buscan en el silencio de los monasterios un espacio de profundización interior. El hermano Jaume Gabarró, del monasterio cistercense de Santa Maria de Solius, en la Costa Brava, recuerda a personas que allí “han descubierto las Américas de la espiritualidad”.patio del monasterio de Solius

El monasterio de Solius es algo diferente al de las monjas benedictinas de Montserrat. “Nuestro monasterio –recalca Jaume– no destaca por tener una excelente biblioteca ni grandes eruditos, así que las personas que vienen aquí a estudiar buscan otros valores, como la sencillez, la paz o la liturgia pero, sobre todo, la buena acogida de los hermanos”.

Esto se traduce en que los visitantes, solo hombres, son acogidos como invitados y en que no hay tarifas, simplemente la voluntad. “Durante el día, cada uno hace lo que quiere, pero el encuentro con la comunidad se produce en las plegarias y las comidas. Los huéspedes comen con nosotros y siempre acabamos con una sobremesa donde los visitantes nos permiten aprender del mundo exterior y nosotros les ofrecemos, a cambio, una buena acogida”.

El periodista Jordi Sánchez ha estado en más de una ocasión en este y otros monasterios para preparar su tesis doctoral: “Lo que más me gusta de Solius son los cantos de los monjes, y recuerdo con especial cariño las conversaciones con el hermano Jaume. Hay una capilla preciosa y diferentes espacios donde estudiar, además de la habitación”.

En el monasterio de Sant Benet de Montserrat el contacto entre huéspedes y monjas es menos frecuente. Como cuenta Laura, “la relación con la comunidad se reduce a la monja encargada de la hospedería, que es quien te recibe, además de las oraciones que puedes compartir en la iglesia. En la habitación hay un papel en el que se indica que si quieres hablar con alguna monja puedes hacerlo, pero nada más”.

En Sant Benet, los huéspedes comen en su propio comedor y ayudan con pequeñas cosas, como limpiar la vajilla. “No eché de menos el contacto con las monjas. Entiendo que ellas están en su casa y que debe ser incómodo tener siempre a gente alrededor. Su compromiso de vida es con su comunidad y no con los huéspedes”, entiende Laura.

Un monasterio no es un hotel y los visitantes a menudo sienten la misma experiencia de la austeridad que los monjes. A la escritora Laura Pérez le resultó algo chocante la sencillez de Sant Benet en Montserrat: “No había demasiada comida y sí mucha austeridad en las habitaciones”.

comedor del monasterio de San BenetSi bien la mayoría de los monasterios se ubican en plena montaña o en bellos parajes, también los hay urbanos. Es el caso del monasterio de las benedictinas de la calle Anglí, en Barcelona.

Maite Cobo es una psicóloga infantil que ha ido a este monasterio en más de una ocasión para terminar su tesis y preparar unas oposiciones. Para ella, el hecho de que el monasterio esté ubicado en la gran ciudad fue importante porque “encontré un remanso de paz donde estudiar y rezar al que podía llegar con el metro”.

Resulta curioso que, si bien los visitantes buscan en estos rincones un cierto aislamiento para poder estudiar, las monjas no se sienten en ningún caso fuera del mundo. Así se manifiesta la religiosa encargada de la hospedería, Catalina Terrats: “Ellos necesitan silencio, aislarse de su ambiente cotidiano y aquí encuentran un espacio que les permite encontrarse consigo mismos. Nada más llegar aquí se sienten diferentes, se respira otro ambiente. Es el estudiante el que decide aislarse”.

¿Son creyentes?

Pero, además de ser alguien a quien no le importe la austeridad y la sencillez, ¿cómo son las personas que van a estudiar a un monasterio? El prior del monasterio de Poblet, Lluc Torcal, cuenta que en este hay dos hospederías. La primera, interior, está reservada a los hombres y tiene un contacto más directo con la comunidad. La segunda se inauguró hace un par de años y está destinada a grupos y familias, aunque, según dice, hay estudiantes en ambas.

Todos los religiosos consultados coinciden en afirmar que los huéspedes que vienen a estudiar en sus casas no siempre son cristianos. Eso sí, difícilmente serán ateos. Tal vez agnósticos que, aunque no se consideren cristianos, sienten un profundo respeto por la espiritualidad monástica y los valores que representa. Por tanto, nunca se pregunta por la fe del huésped y la participación en las celebraciones es siempre voluntaria.

Lluc recuerda que, cuando estaba en cuarto curso de Física, hacia 1993, vino al monasterio de Poblet, donde ahora es prior, para preparar los exámenes de febrero: “Venir a estudiar al monasterio te permite aprovechar todo el tiempo, pues la jornada cunde muchísimo. Las únicas pausas eran para las oraciones, algo que agradecía porque en aquellos años ya tenía decidido que quería entrar como monje a Poblet”.grupo de gente estudiando en un monasterio

Tal vez, como dice el periodista Jordi Sánchez, estudiar en un monasterio puede aportar la paz en el corazón que se necesita para llevar a cabo un trabajo intelectual.

Estos rincones de paz y tranquilidad, donde además de estudiar sin que nadie moleste, o el silencio que ofrecen las gruesas paredes de sus monasterios, se confirman como una excelente opción para todas aquellas personas que necesiten huir del mundanal ruido.

Iniciativas para grupos

Aparte de abrir sus puertas a quien busque un espacio diferente para el silencio, a veces son los propios monjes quienes ofrecen su monasterio en iniciativas coordinadas para grupos. Es el caso de Montserrat, donde meses atrás tuvo lugar una jornada, dirigida a hombres de entre 18 y 35 años, a los que se invitaba a pasar un día con ellos “para descubrir más de cerca cuáles son las grandes líneas de la Vida Monástica, la oración y la vida en comunidad”.

Como los propios religiosos se encargan de explicar, “Montserrat es bien conocido de mucha gente por el Santuario, por la gran cantidad de actividades que se realizan y por la larga historia y presencia que la comunidad ha tenido en la vida del país. Con todo, la vida diaria de los monjes, centrada en la fraternidad y la oración, proyectada hacia la búsqueda del Reino de Dios, muchas veces pasa desapercibida”.

La idea de los monjes de Montserrat es repetir cada cierto tiempo esta experiencia. Así, ya sea a través de una vivencia colectiva o individual, aumentan las posibilidades de compartir por un tiempo el gozoso poder del silencio y la introspección.

En el nº 2.808 de Vida Nueva.

 

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