CINEP, el arte de influir

Durante los últimos cuarenta años este Centro no ha cesado en la búsqueda de respuestas efectivas para los agobios de la sociedad colombiana. Su gran objetivo: el ser humano, quien quiera que sea, sujeto de derechos que deben ser respetados, y dueño de una dignidad que debe ser reconocida.

Historia de un proceso

Cuando el padre Pedro Arrupe, superior general de los jesuitas, ordenó la creación de Centros de Investigación y Acción Social (CIAS) en todas las provincias de la orden en América Latina, la situación económica, social y política era igualmente compleja en Colombia para el gobierno nacional y para la Iglesia.

Unas elecciones presidenciales que habían dejado más incertidumbres y sospechas que certezas, habían enrarecido el ambiente. Para Anapo, la organización política popular que había votado a favor del expresidente Gustavo Rojas Pinilla, los resultados de esas elecciones habían sido manipulados por el gobierno del liberal Carlos Lleras Restrepo y la elección del conservador Misael Pastrana Borrero tenía todos los visos de fraudulenta e ilegítima.

 

Años de turbulencia

Como reacción frente a esa situación comenzaba a fraguarse la creación de un nuevo grupo guerrillero que tomó como nombre el de M 19 en alusión a la fecha -19 de abril- en que, según ellos, le había sido arrebatada la victoria electoral al pueblo.

Al mismo tiempo la guerrilla del E.L.N, que había rehusado el ofrecimiento de Anapo, de tomarse el poder en esa fecha, continuaba su campaña de expansión y consolidación. Junto con las FARC, mantenían al gobierno y a la población en estado de guerra informal.

Eran tiempos de agitación sindical y de protesta social que exacerbaban los mecanismos defensivos de los estamentos conservadores y habían desatado una sórdida cacería de brujas.

En el mundo no era menor la agitación producida por la guerra de Vietnam, rechazada con vehemencia por la juventud y por los sectores progresistas de la opinión; estaban en plena actividad las luchas anticoloniales; las protestas del mayo francés habían extendido el pensamiento progresista y las actividades antiestablecimiento, al tiempo que los movimientos guerrilleros en Latinoamérica potenciaban las voces de inconformidad social y aumentaban la tensión.

Parte de esa turbulencia fueron las invasiones de tierras que en 1971 hicieron creer en Colombia que sería imperativa una reforma agraria, mientras crecía la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, (ANUC).

Por el continente se expandió el poder militar de presidentes a la cabeza de estados fuertes en los que se impuso la doctrina de Seguridad Nacional, con la que se pretendió legitimar la existencia de campos de concentración clandestinos en donde las personas con ideas de izquierda o comunistas, eran detenidas, interrogadas o sometidas a tortura por militares vestidos de civil.

Tal fue el marco social y político de estos países. Mientras tanto en la Iglesia conservaban su fuerza los impulsos nacidos en la década anterior: el postconcilio se vivía entre los sobresaltos de los sectores que aún rechazaban la renovación de la Iglesia o la acomodaban a sus propias percepciones o habían convertido su espíritu renovador en argumento para cambiarlo todo o casi todo. De esa década venía la inquietud -malestar para unos, inspiración para otros- generada por la Asamblea Episcopal de Medellín, con su opción preferencial por los pobres y su impulso de avanzada social.

Mientras se desarrollaba esa reflexión teológica que se conoció como Teología de la Liberación, surgían en el continente movimientos sacerdotales como el de los sacerdotes de Golconda, en Colombia, que se habían propuesto la renovación de la sociedad a partir de la aplicación de la justicia social.

Apoyados por el obispo de Buenaventura, monseñor Gerardo Valencia, estos sacerdotes tomaron como una misión, llenar el vacío dejado por la muerte del sacerdote Camilo Torres en 1966, y continuar su tarea revolucionaria.

 

La respuesta a las turbulencias

Barrio Juan Rey, sur de Bogotá

Barrio Juan Rey, sur de Bogotá

Por esos años, los del comienzo de la década de los 70, regresaron al país los jesuitas que habían viajado a universidades de Europa y Estados Unidos, dentro de un novedoso programa de especialización en ciencias sociales, económicas y políticas. Enfrentados a los numerosos y complejos problemas que encontraron, comenzaron su búsqueda quedándose a vivir en los barrios populares. Si allí repercutía la mayor parte del problema, allí debía comenzar su proceso de búsqueda.

Habían hecho sus estudios en los años finales de la década de los 60, cuando comenzaban las labores del CIAS. En esos primeros días se hizo evidente que para responder a los apremios de una sociedad en crisis, la acción pastoral necesitaba el apoyo de especialistas en ciencias humanas. La idea de separar el anuncio del evangelio de la economía, la política o las ciencias sociales, en la práctica resultaba inviable, puesto que la vida social tenía una unidad fundamental; se imponía, por tanto una integración de saberes que fue la fórmula inicial para el trabajo del CIAS, que desde el comienzo había hecho una lectura propia a la Doctrina Social de la Iglesia.

Llamados a colaborar con la Conferencia Episcopal para organizar la Coordinación Nacional de Acción Social, los del CIAS se dedicaron a la formación de dirigentes y a la asesoría de organizaciones como la UTC, la Federación Agraria (FANAL), la Unión Cooperativa (UCONAL) y la Juventud Trabajadora (JTC).

A estas tareas agregaron la de formación de sacerdotes en pastoral social y la asesoría a la Conferencia Episcopal en la preparación de sus documentos sobre temas sociales.

 

Dos puntos de vista

En 1968 la Conferencia Episcopal había creado su Instituto de Doctrina y Estudios Sociales (IDES), que puso en manos de los jesuitas del CIAS. Fueron actividades en las que resultó claro que la mirada de los obispos en materia de doctrina social y la del equipo de CIAS diferían: “la acción social respondía a una concepción eclesiástica, ligada a la doctrina social de la Iglesia, lejana al mundo secular y pluralista al que se pretendía llegar”, anota Fernán González en su recuento histórico sobre CINEP.

Según el pensamiento del episcopado, los agentes de pastoral social debían vincularse jerárquicamente a los planes diocesanos de pastoral. Los jesuitas del CIAS, por su parte, trabajaban en la formación de agentes para el cambio social, dentro de la mentalidad cristiana, pero la responsabilidad de ese cambio la veían como una competencia autónoma del laicado.

Eran dos concepciones diferentes que suponían formas de trabajo distintas, razón que impuso en noviembre de 1971 el fin del convenio con la Conferencia Episcopal.

Desde entonces, anota González, “la actividad investigativa y educativa del CIAS se movería en una línea cada vez más pluralista y secular, nada confesional, lo que llevaría a relaciones más fluidas con el mundo académico y universitario”.

 

Trabajando mentalidades

Los funcionarios del ministerio de justicia que el 23 de mayo de 1972 reconocieron la personería jurídica del CIAS, no habrían podido definir esta entidad como grupo político ni como universidad ni como ente religioso; parecía desbordar todos los esquemas al definirse como “entidad independiente para transformar las mentalidades y las estructuras de la sociedad por medio de la investigación, la docencia y la acción integrados e inspirados en una visión cristiana del hombre”.

Cuatro años después, incidentes y rumores maliciosos, aconsejaron un cambio de nombre; solo desventajas y equívocos dañinos había traído la semejanza del nombre con la CIA, de modo que en adelante se llamarían CINEP, Centro de Investigación y Educación Popular, que han sido las tareas acometidas a lo largo de una historia caracterizada por el acercamiento a la realidad social, en sus primeros tiempos “no exento de alguna ingenuidad”, anota González.

 

Etapas de un proceso

A esa etapa ingenua corresponden los primeros acercamientos al sindicalismo: la creación de un sindicato católico, la UTC, dentro de la idea de oponer a unas organizaciones de izquierda, cercanas al comunismo, otra de pensamiento abiertamente cristiano, que acabó reflejando los problemas de la clase política tradicional.

En una segunda etapa fue evidente el alejamiento de CINEP del sindicalismo y su acercamiento al campesinado y a los habitantes de los barrios populares: crearon y asesoraron pequeñas empresas comunitarias, mantuvieron un fondo rotatorio para la compra de maquinaria, un fondo de salud y una central común de compras; actividades que estuvieron acompañadas por acciones formales e informales de formación. Este programa logró la apertura de 8 empresas que beneficiaron, entonces, a 200 trabajadores. Al mismo tiempo se fortalecía la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos.

En una tercera etapa, señala González, ocurrió el reencuentro de CINEP con los sectores sindicales, pero esta vez con una mirada distinta. Más que una estructura organizativa, a CINEP le importaba el trabajador. Esto ocurría en los años 90 cuando “subsistía una mirada desconfiada de la política y una sobrevaloración de la autonomía entendida como la mayor distancia posible ante el Estado”, según observación de Mauricio Archila. El CINEP no pasa por alto las debilidades organizativas, ni las divisiones internas ni las prácticas antidemocráticas de los sindicatos.

La cuarta etapa estuvo centrada en los campesinos organizados por ANUC. El estudio de la economía campesina y su relación con el conflicto agrario. CINEP asesoró a ANUC, acompañó empresas comunitarias rurales, apoyó al mismo tiempo microempresas en Bogotá y adelantó estudios sobre la lucha de los pobladores de la zona oriental de la capital, afectados por el proyecto del gobierno Pastrana de la Avenida Oriental. De ahí surgió la denuncia: esos planes, que decían beneficiar a las clases populares, solo buscaron elevar la rentabilidad de la tierra.

Todavía hay un quinto momento de análisis de las movilizaciones cívicas que llegaron a verse como la base institucional de un contrapoder, superior al de los sindicatos y de las asociaciones campesinas.

 

Respuestas a necesidades

 

Entre una y otra etapa, y correspondiendo a los problemas del momento, CINEP instalaba sus Consultorios de Defensa Jurídica, por la defensa de los Derechos Humanos que, además, fueron el motivo de movilizaciones populares y de la creación de redes de solidaridad. Eran tiempos marcados por el Estatuto de Seguridad del presidente Julio César Turbay, en que las fuerzas armadas tuvieron atribuciones para perseguir comunistas y gente de izquierda. El mismo CINEP fue violentado con la detención de dos sacerdotes y de una bibliotecóloga, por su relación con un antiguo colaborador implicado en el asesinato del ministro Rafael Pardo Buelvas.

Esos años se recuerdan por la multiplicación de los desaparecidos, fenómeno al que CINEP respondió asesorando a las víctimas para la denuncia y la búsqueda. De entonces data la Asociación de Familiares de Detenidos y Secuestrados (ASFADDES)

En materia de derechos humanos la gestión de un pequeño grupo de convencidos y activistas, resultaba ineficaz si no se convertía en un movimiento de comunidades y sectores sociales; por eso CINEP emprendió un proceso sistemático de formación a través de talleres para capacitar y tramitar una concepción de los derechos humanos. Entre 1984 y 1990 se dictaron en el país 200 talleres que estimularon la aparición de organizaciones locales y regionales dedicadas al tema y a la defensa de los derechos humanos.

Durante sus 40 años de existencia, primero CIAS y luego CINEP, utilizaron como herramienta multiusos su Banco de Datos que llegó a convertirse en referente necesario de consulta de instituciones del Estado, de organizaciones no gubernamentales, universidades, centros de estudio y medios de comunicación. Ha sido el ojo insomne y la memoria insobornable que registra de modo inteligente la realidad del país.

Hoy CINEP es un referente imprescindible para los temas de Paz y de Derechos Humanos en Colombia, y un ejemplo claro de la respuesta que creyentes y no creyentes pueden darle a un país que necesita de la buena voluntad y de la inteligencia de todos. En este Centro convergen todos los hombres y mujeres de buena voluntad. VNC

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