Una Iglesia cada vez más indígena

varias mujeres indígenas rezan en una iglesia en Chiapas México

PABLO ROMO CEDANO. MÉXICO DF | No siempre ha sido así, pero en los últimos tiempos, la Iglesia, como ya hicieran figuras como Bartolomé de las Casas, se ha convertido en la única voz que defiende de todo tipo de atropellos a los pueblos indígenas de América Latina y El Caribe. [Una Iglesia cada vez más indígena – Extracto]

“El Evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas. Las ‘semillas del Verbo’, presentes en las culturas autóctonas, facilitaron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respuestas vitales a sus aspiraciones más hondas”.

Así empieza, prácticamente, el Documento de Aparecida, reconociendo, más de 500 años después, el dolor y la dificultad con la que llegó envuelto el mensaje de salvación cristiano.

Cierto, no es nueva la reflexión que se hace del modo y contenido de la evangelización en tierras americanas, pero es nueva, desde el Vaticano II, la aproximación incluyente que hacen los obispos del encuentro de dos mundos.

Los cuestionamientos y reflexiones profundas que hicieron los primeros evangelizadores, entre ellos destacadamente fray Bartolomé de Las Casas, permanecen muy cercanas a las actuales discusiones en torno al modo de apropiarse del Evangelio desde las diversas culturas y tradiciones, conjugándolas con las sabidurías ancestrales de los propios pueblos, con su particularidad: defender la vida en su urgencia inmediata y defender la vida en la identidad y su cultura.

Hoy, la Iglesia se ha convertido en una voz potente de los derechos de los pueblos indios en muchas regiones del continente. Son proverbiales las acciones que han emprendido pastores entregados a la defensa de los pueblos indios como Leónidas Proaño, Juan Girardi, Samuel Ruiz, Tomás Balduino o José Llaguno. Desde el Ecuador hasta la Amazonía, desde Chiapas hasta la Tarahumara, la Iglesia, con pastores insignes, ha defendido la urgencia de la vida en los derechos más básicos de los pueblos indios.

Los cuestionamientos y reflexiones profundas
que hicieron los primeros evangelizadores
permanecen muy cercanas a las actuales discusiones
en torno al modo de apropiarse del Evangelio
desde las diversas culturas y tradiciones.

No todo es del pasado. Hoy, obispos como Erwin Kräutler, de la prelatura de Xingu, en Brasil, por ejemplo, es una voz firme y clara en defensa de los pueblos de la Amazonía amenazados por los megaproyectos del neoliberalismo que pretenden invadir tierras de los autóctonos.

De hecho, la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB), que preside el cardenal Raymundo Damasceno Assis, ha apoyado la gestión y labor de defensa y protección de los derechos de los pueblos indios a través de una campaña para proteger los territorios de los indígenas quilombolas que urge al Gobierno a demarcar esos territorios y evitar la “la invasión y explotación de las tierras de los pueblos tradicionales”.

En un reciente documento, la CNBB llama la atención sobre las “condiciones de discriminación y los asesinatos de los que son víctimas el pueblo guaraní-kaiowá de Mato Grosso do Sul”, un “auténtico genocidio” que mancha la imagen de Brasil como país que defiende los derechos humanos.

Más aún, el cardenal Cláudio Hummes, presidente de la Comisión Episcopal para la Amazonía, en un discurso en el marco de la reciente Cumbre Río+20, ha dicho que el Amazonas tiene un papel específico en el contexto mundial y, por lo tanto, la población local debería ser escuchada antes que nadie en los asuntos en los que se ven involucrados directamente. “Deberían poder decidir lo que es importante para ellos. Por lo general, no es así, sus tierras son invadidas y ellos pisoteados”.

El obispo Erwin Kräutler con Lula da Silva

El obispo Erwin Kräutler con Lula da Silva

Por su parte, el Episcopado ecuatoriano, encabezado por Antonio Arregui Yarza, arzobispo de Guayaquil, en una carta titulada Cuidemos nuestro planeta, difundida hace pocas semanas, ofrece una reflexión teológica y pastoral en la que llaman a tener la sensibilidad de los pueblos indios, identificando la creación con la Madre Tierra.

Afirman que “el compromiso de cuidar nuestro planeta Tierra nos invita a buscar todos los medios posibles para mitigar los impactos sociales y ambientales de la contaminación de toda actividad humana y, particularmente, de las explotaciones petroleras y mineras, si se realizan sin cumplir con los debidos requisitos legales y técnicos, situación que casi siempre desemboca en tensiones y conflictos sociales”.

Los obispos ecuatorianos, defendiendo a las comunidades indígenas y a los menos favorecidos, exigen a las autoridades priorizar la vida ante el oro y el petróleo que se extrae de la Madre Tierra.

Mineras invasoras

El Episcopado de Guatemala no se ha cansado de defender el derecho de los pueblos indios a decidir sobre el futuro de sus territorios, oponiéndose claramente a las empresas mineras de capital internacional que pretenden invadir sus tierras.

Son constantes los pronunciamientos de sus pastores, como el del obispo Álvaro Leonel Ramazzini Imeri, antiguo obispo de San Marcos y hoy de Huehuetenango, quien ha llevado a cabo una lucha tenaz contra las mineras que devastan y no ofrecen beneficios a cambio a los pueblos indios.

En Chiapas (México) fue asesinado Mariano Abarca, líder indígena que se oponía a la minera canadiense Blackfire, que pretendía construir y desarrollar a cielo abierto una inmensa mina de oro en Chicomuselo. Los pronunciamientos de los obispos Felipe Arizmendi y Enrique Díaz fueron contundentes y el Gobierno tuvo que retirar los permisos a Blackfire.

La inculturación del Evangelio

Por otra parte, en un mundo global, homogeneizante, de estándares preestablecidos, la inculturación del Evangelio es de acuciante urgencia, a la par que la recuperación de los saberes profundos y verdaderos que mantienen la identidad, la buena tradición, los grandes valores y el sentido delicado del cuidado de la tierra y de sus frutos.

protesta de indígenas en Brasil

Protesta de indígenas por los territorios de la Amazonía en Brasil

En ese contexto, surgen las discusiones en torno a las teologías contextuales, particularmente en este lado del mundo, la teología india o teologías indígenas. El término tampoco es nuevo; ya fray Domingo de Vico, en su obra Theología Indorum (1553), lo usó para describir el conjunto de conocimientos y sabiduría cristiana en lengua quechí para los pueblos de la Verapaz, en la actual Guatemala.

Hoy, la aproximación como Iglesia a los pueblos indios ha devenido en un nuevo reto que se manifiesta muy claramente en todos los documentos de la Iglesia latinoamericana. Desde sus orígenes, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) ha apartado buena parte de su estructura para atender y comprender más de cerca la inculturación, la recuperación de las “semillas del Verbo” insertas en las culturas ancestrales de los pueblos originarios. En los documentos de Medellín (1968), la participación de Samuel Ruiz fue destacada en este sentido.

En la actualidad, respondiendo a estos desafíos, existen decenas de centros de investigación e institutos de reflexión antropológica en el hemisferio que impulsan religiosos y religiosas. Como en Guatemala, el Centro AKUTAN, con sede en Cobán, que recupera la memoria e impulsa el desarrollo específico de los mayas; o el Centro Bartolomé de Las Casas, en Cuzco (Perú), que estudia y anima el desarrollo sostenible desde la sabiduría de los pueblos de los Andes. En México, el CENAMI, con más de 50 años de existencia, impulsa la labor de presencia del Evangelio en medio de los pueblos indios.

No “para”, sino “desde”

En los documentos de Aparecida se habla una y otra vez de los “indígenas”, de su marginación secular, de su sabiduría, de la necesidad de ser considerados en la Iglesia miembros y parte. En los últimos 50 años ha pasado de un reconocimiento de folclore, de una idea de unificación cultural, a una seria y profunda inmersión en el mundo de los indios. Ya no “para” ellos, sino “desde” ellos.

Las aproximaciones en la práctica real son muy variables: van desde un paternalismo soso y dulzón, hasta el reconocimiento de sus autonomías y sus derechos de autodeterminación e identidad.

En los últimos 50 años
la Iglesia ha pasado de un reconocimiento
de folclore, de una idea de unificación cultural,
a una seria y profunda inmersión en el mundo de los indios.
Ya no “para” ellos, sino “desde” ellos.

En Brasil, por ejemplo, la CNBB celebra en estos días 40 años de la fundación del Consejo Indigenista Misionero (CIMI), que nace en el contexto de la dictadura, cuando “el Gobierno brasileño tomó abiertamente la integración de los pueblos indígenas a la sociedad dominante como la única perspectiva”.

El CIMI “ha buscado alentar la reconciliación entre los pueblos y las personas, la promoción de las asambleas indígenas grandes, donde dibujó los primeros esbozos de la lucha para garantizar la derecho a la diversidad cultural”.

Junto con el CIMI, en Brasil, la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) ha jugado un papel crucial en la defensa y promoción de los derechos de los marginados, particularmente los sin tierra y los pueblos indios.

Su presidente, Enemesio Lazzaris, obispo de Balsas, ha declarado recientemente que las grandes obras, como la construcción de presas e instalaciones para la explotación de recursos minerales, tienen un gran impacto en las comunidades indígenas y rurales, y terminan por expropiarles sus territorios.

“El territorio es más que la tierra en sí misma, es la relación que se construye con el lugar donde se vive, donde vivieron sus antepasados, donde han crecido y formado sus familias”.

Diversidad cultural

Con la defensa de los derechos más básicos, la Iglesia se ha unido en los últimos tiempos a reflexionar sobre los derechos propiamente de los pueblos indios. Ciertamente, la diversidad cultural no es privativa de los pueblos indios de las Américas.

Muchos teólogos, en los últimos años, aseguran que la defensa de los derechos de los pueblos indios está sintetizada en la defensa de la diversidad cultural, como lo hace Roberto Tomichá, indígena chiquitano, del oriente de Bolivia, teólogo, director del Instituto Latinoamericano de Misionología.

misa de indígenas en Chiapas

Fieles indígenas participan en una celebración en Chiapas (México)

También el Documento de Aparecida constata que esta diversidad es más amplia. “La riqueza y la diversidad cultural de los pueblos de América Latina y El Caribe resultan evidentes. Existen en nuestra región diversas culturas indígenas, afroamericanas, mestizas, campesinas, urbanas y suburbanas”.

“Las culturas indígenas se caracterizan, sobre todo, por su apego profundo a la tierra y por la vida comunitaria, y por una cierta búsqueda de Dios. Las afroamericanas se caracterizan, entre otros elementos, por la expresividad corporal, el arraigo familiar y el sentido de Dios. La cultura campesina está referida al ciclo agrario. La cultura mestiza, que es la más extendida entre muchos pueblos de la región, ha buscado en medio de contradicciones sintetizar a lo largo de la historia estas múltiples fuentes culturales originarias, facilitando el diálogo de las respectivas cosmovisiones y permitiendo su convergencia en una historia compartida”.

“A esta complejidad cultural habría que añadir también la de tantos inmigrantes europeos que se establecieron en los países de nuestra región” (n° 56).

No por compleja es inasible e imposible de asumir esta floreciente diversidad. Por ello, la Iglesia ha hecho un esfuerzo constante en muchos países del hemisferio por asumir la diversidad como riqueza y dar a cada quien de acuerdo a sus necesidades, responder con mayor ahínco en la diferencia.

la Iglesia ha hecho un esfuerzo constante
por asumir la diversidad como riqueza
y dar a cada quien de acuerdo a sus necesidades,
responder con mayor ahínco en la diferencia.

Solo en Brasil existen más de 240 pueblos indios diferentes, con tradiciones, lengua y mitos etiológicos propios. En México hay, al menos, 67 pueblos indios. En Perú, el 58% de la población es indígena. En Guatemala, una abrumadora mayoría de la población se agrupa en al menos 23 diferentes pueblos indios.

Ante esta diversidad cultural y de modos de ser, emergen preguntas sobre cómo el Evangelio y la Iglesia deben encarnarse para florecer de manera autóctona, y parece que deben responderse de manera muy local, con una visión universal.

Así, crecen las preguntas sobre los rituales, las formas litúrgicas, las expresiones sacramentales, los símbolos que dan significados concretos en las culturas.

¿Puede un estampado de flores, pájaros y mariposas ser tela para las ropas litúrgicas? ¿Es correcto mantener el vino europeo como símbolo de comunión en comunidades donde hay que acarrear botellas cientos y a veces miles de kilómetros? ¿El pan representa el mismo sentido aglutinante en la cultura mediterránea que en las altas cordilleras de la cultura de la papa?

mujer reza el rosario en una iglesia en BrasilPreguntas que tienen la misma actualidad que tuvieron aquellas de si es válido o no hacer la consagración en la lengua indígena o debe ser siempre en latín, o más aún, si es posible traducir la Palabra de Dios a las lenguas de los pueblos indios.

Las Iglesias latinoamericanas han caminado en los últimos 50 años a pasos de gigante, haciendo labores titánicas para traducir la Biblia y los ritos sacramentales a las lenguas de los pueblos indios. En los años 60, por ejemplo, se realizaron esfuerzos increíbles por traducir la Biblia al tzeltal o, en los 80, al tzotzil en el sureste mexicano. La Biblia al quechua fue publicada a finales de los 80, favoreciendo a cientos de miles de creyentes. Después de cinco siglos de evangelización, la mayoría de los pueblos indios no tienen aún la Palabra de Dios en su propia lengua.

Deseos de autonomía

En un mundo donde la conciencia y autoconciencia de los pueblos indios es mayor y más reivindicativa, día a día se hacen más complejas las preguntas. El año 1992 fue decisivo para muchos movimientos sociales en donde la presencia indígena era mayoritaria. Las reivindicaciones sociales clásicas de esas épocas se conjugaron con las demandas propias de la reivindicación identitaria.

Así, por ejemplo, un movimiento como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que parecía tener un corte clásico de movimiento social armado de los años 60, de pronto conjuga demandas de carácter cultural mucho más complejas e inéditas en las luchas en México. En Guatemala, ese fenómeno no se expresó de la misma manera y ahora somos testigos de movimientos en Perú y Bolivia que adquieren una agenda de identidad muy relevante.

La tierra, el territorio y los bienes naturales son los grandes temas que conjugan con el deseo de mayor autonomía de los pueblos indios. En estos procesos, miembros de la Iglesia han estado ahí acompañando, reflexionando junto con los pueblos indios y recuperando lo que “da vida” a las culturas.

En el nº 2.807 de Vida Nueva.

 

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