Noland, el país de los que no tienen país

Noland Entreculturas chicos refugiados en una escuela

Entreculturas denuncia la indefensión de los 44 millones de refugiados que hay en el mundo

Noland Entreculturas niños refugiados

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Noland es un país muy particular. Hasta el punto de que sus ciudadanos, que “no tienen un país, ni educación, ni oportunidades, ni casa, ni trabajo”, conforman “el país de casi 44 millones de personas que no pueden volver a su país”. [Noland, el país de los que no tienen país – Extracto]

Lo que puede parecer una contradicción, no lo es. En realidad, Noland es un Estado virtual promovido por la ONG jesuita Entreculturas, que pretende así concienciar sobre la difícil situación de los refugiados, que, huidos de sus hogares por distintos motivos (generalmente, por conflictos armados, desastres naturales o por persecución ideológica, religiosa o racial), se han convertido en desplazados en tierra extranjera. Y lo que es peor: sin fecha de retorno.

Noland existe oficiosamente desde el pasado 20 de junio, Día Mundial de las Personas Refugiadas, en que fue presentado en el Campo de la Cebada, en el madrileño barrio de La Latina.

Cristina Manzanedo, responsable de Migraciones y Desarrollo de Entreculturas, presentó una realidad, la del refugiado y el desplazado (de los 44 millones, 27 son desplazados forzosos dentro de su propio país), que es algo diferente de la que guardamos como imagen prototípica: “El 70% de las personas refugiadas y desplazadas se encuentran dispersas en áreas urbanas, quedando el 30% restante en campos de refugiados”.

¿Qué quiere decir esto? Que si la situación de quienes residen (a veces durante años) alojados en tiendas de campaña en un espacio acotado suele ser enormemente complicada, no lo es menos la de quienes se hacinan en las grandes ciudades. Con el agravante de que los refugiados urbanos suelen ser invisibles y anónimos, confundiéndose su situación con la genérica de la pobreza. Noland Entreculturas niños refugiados

Porque, recuerda Cristina, “el 80% de los refugiados se concentran en países del Sur y no en el Primer Mundo, como muchos piensan”. Así, un sector muy amplio se mantiene en países cercanos al propio con la esperanza de un pronto retorno… que a veces jamás se produce.

Y con la dificultad añadida de que los refugiados urbanos que no constan como tal tienen vetado el acceso a servicios básicos, como la sanidad o la educación, a los que ya de por sí tienen difícil acceder quienes sí cuentan con la condición legal de refugiado o desplazado.

Pablo Funes, responsable de Proyectos para África de Entreculturas, destaca hasta qué punto este, el de la invisibilidad, es uno de los grandes problemas: “En Tailandia, por ejemplo, hay dos millones de refugiados, que se concentran en gran parte en la capital. Pero como el país no ha firmado el Estatuto del Refugiado, estamos ante cientos de miles de personas que no tienen ningún derecho. Un hecho que, por desgracia, se da en muchos otros lugares”.

De ahí que el gran esfuerzo de la ONG jesuita –explica Pablo– se centre en “acompañar, servir y defender a la población refugiada”.

Algo que hacen en un doble sentido. Primero, buscando “hacernos visibles para la gente, tratando de identificar, entre el conjunto de la situación de pobreza, a las personas que además han tenido que huir de sus países y cuentan con menos derechos”. Algo que consiguen “pateando la calle, hablando mucho con todos” y a través del establecimiento de centros propios en los barrios: “Lo bueno es cuando conseguimos que sean ellos los que nos identifiquen y vengan a buscarnos para que les ayudemos. Aunque eso pueda significar el vernos desbordados…”.

Noland Entreculturas personas refugiadasSu segunda ocupación –“lo que mejor sabemos hacer en Entreculturas”, muestra Pablo– es intentar difundir la educación. Algo para lo que cuentan con una estrategia específica, como detalla el responsable de Proyectos para África: “En los campamentos nos asociamos con ACNUR, que es quien suele dirigir la mayoría de los mismos, y asumimos todo lo relativo a la formación, con la provisión de instalaciones y profesores. En cuanto a los urbanos, acordamos con las escuelas la concesión de becas e ingresos de los hijos de los refugiados. También trabajamos para facilitar el retorno, fomentando la creación de colegios en sus lugares de origen”.

Todo ello con un fin amplio: “Formarles integralmente, dándoles una enseñanza que puede suponer más oportunidades en su vida y, además, concienciarles sobre cuestiones como el sida o la igualdad sexual. Sin olvidar el rol de la educación como instrumento protector de los más débiles. La escuela es el mejor ámbito para escapar de riesgos que están fuera, como los abusos, la prostitución o el reclutamiento para ser niños soldado”, concluye Pablo.

Una labor que conoce muy bien la portuguesa Irene Guía, presente en la puesta de largo de Noland, donde contó su experiencia durante muchos años como directora del Servicio Jesuita al Refugiado en Ruanda y en Kivu, en la R. D. del Congo, donde su actividad se ha centrado en los campos de refugiados, surgidos de las terribles guerras étnicas.

Por eso habla con la fuerza que otorga el conocimiento directo de quien busca “acompañar y compartir el mismo pan” con las víctimas de una tragedia nunca buscada: “Nadie está en un campo de refugiados porque lo quiera. Es una situación forzada, en la que el que huye es el más débil y desprotegido, con su movilidad restringida y por un tiempo indefinido… Todos tienen la esperanza de volver a casa, pero no tienen el control sobre sus propias vidas. En Ruanda llevan 16 años en campos, y en el Congo, cuatro”.

En todos estos años, Irene ha ido aprendiendo cómo actuar hasta en las circunstancias más difíciles: “Cuando un niño o un anciano muere en un campamento, tratamos de ocultarlo durante ese día para que los organizadores del campamento no eliminen su ración de comida y esta se pueda repartir. Por eso enterramos a los muertos por la noche”.

Pese a todo, la mayor alegría de esta valiente mujer es el impulso de la igualdad en la educación: “Las familias escogen a los niños antes que a las niñas para que puedan estudiar, también en los campos. Cuando llegué a uno en Kivu, había 4.200 chicos que acudían a la escuela, por solo 1.200 de ellas. Dos años y medio después, las niñas ya superaban a los chicos”.Noland Entreculturas chicos refugiados en una escuela

Huida de la guerra

Quien, por desgracia, también testimonia la condición de los refugiados es Esther Riziki, llegada a España en 2008 huyendo de la guerra que desangra su país, la R. D. del Congo. Casada y con seis hijos, llegar hasta aquí supuso una terrible odisea en la que pasó varios años alejada de su marido, en campos de Tanzania y en dramáticas circunstancias.

Aunque no tiene trabajo y aún tiene a dos de sus hijos en África, se muestra muy agradecida a “los jesuitas”, como los llama genéricamente: “Pueblos Unidos y Entreculturas nos han ayudado enormemente. Por ellos tenemos un piso donde vivir, mis hijos estudian y yo me estoy formando con cursos de pediatría y costura, pues, aunque soy profesora y mi marido médico, aquí no podemos ejercer al no tener el título homologado”.

Por personas como Esther (por 44 millones de personas como Esther), Pablo Funes pide a los ciudadanos de los países desarrollados que, aun en tiempos de crisis, hagamos un esfuerzo “por globalizar la hospitalidad y ayudar a los que están peor. Estos son los valores solidarios que decimos defender, no los podemos perder”.

Un Estado y una Constitución

Como cualquier Estado, el virtual de Noland cuenta con una Constitución en la que, a modo de decálogo, se recogen los derechos de sus ciudadanos:

  • Será ciudadano de Noland cualquier persona refugiada, tanto urbana como en campamentos, que haya tenido que salir de su país y no pueda volver a él.
  • Toda persona refugiada tiene derecho a ser reconocida legalmente como tal.
  • No existirá un solo ciudadano de Noland sin acceso a la educación.
  • Ningún ciudadano quedará sin atención médica.
  • Nadie será discriminado por religión, sexo o raza.
  • No existirá desigualdad alguna entre los ciudadanos de Noland.
  • Ningún ciudadano se verá obligado a permanecer en el anonimato.
  • Nadie se verá obligado a vivir en condiciones infrahumanas.
  • No existirán barreras para optar a un trabajo decente y del mismo modo ningún ciudadano se verá obligado a perder su dignidad.
  • En un mundo justo, Noland no existiría, así que, como país virtual, nuestro fin último sería llegar a desaparecer, por no resultar necesario e imprescindible para la defensa de los derechos de los refugiados en el mundo.

En el nº 2.807 de Vida Nueva.

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