El Catecismo

+ AMADEO RODRÍGUEZ MAGRO | Obispo de Plasencia

“Evidentemente no solo catecismo; pero nunca una catequesis sin catecismo, es decir, sin la palabra acuñada en la Iglesia durante siglos para la fe común…”.

No hace mucho, nombrar el catecismo era como hablar de algo pasado que no debería volver. A pesar de sus casi 500 años de vida –de los impresos– y de los enormes servicios que le hizo a la consolidación de la fe en el pueblo cristiano, el catecismo ha sido denostado y casi enviado a la hoguera. “Del catecismo a la catequesis” se proclamaba, y no siempre con un certero discernimiento.

Ahora, sin embargo, se vuelve a hablar de nuevo con naturalidad de este instrumento siempre necesario en la catequesis, en la transmisión de la fe. Vuelve a verse como el plato que contiene el alimento básico, ese que no puede faltar para el crecimiento de la vida cristiana.

Es más, hoy hasta se le echa de menos. En realidad el catecismo suele ser deseado cuando se cae en la cuenta del bajo nivel de formación de los cristianos que han pasado por procesos catequéticos. Muchos hoy se preguntan: ¿cómo hemos catequizado para que ahora nos encontremos con esta incapacidad para dar razones de la fe y con tan alto índice de analfabetismo religioso, incluso en nuestros cristianos practicantes? Son muchos los que añoran los viejos catecismos.

Pues bien, ahora los tenemos nuevos y excepcionales. De veinte años para acá tenemos el gran regalo del Catecismo de la Iglesia Católica. Es el padre de todos los demás: nos ha dejado un hijo aventajado, su Compendio, otro muy atractivo, el YouCat para los jóvenes y, en España, Jesús es el Señor y el que pronto vendrá a completar la iniciación cristiana de niños y adolescentes.

Evidentemente no solo catecismo; pero nunca una catequesis sin catecismo, es decir, sin la palabra acuñada en la Iglesia durante siglos para la fe común y sin la presentación orgánica que lleva a una fe profesada, celebrada, vivida y rezada.

Y esta mirada al catecismo y a la catequesis siempre será consciente de que el conocimiento lleva al asentimiento y, al contrario, de que no puede haber asentimiento sin el conocimiento del misterio de la fe (cf Porta fidei, 10).

arodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.807 de Vida Nueva.

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