Una esperanza en clave de sol

Gracias al trabajo de las fundaciones que se valen del arte como terapia para apoyar a los niños que viven en difíciles condiciones, el sueño de contar con nuevas generaciones más creativas y felices ya no es una ilusión.

 

Escuchar con los ojos cerrados la interpretación que Nelson Rodríguez hace del bambuco ‘Soy colombiano’ es un deleite para los sentidos y una manera de conectarse con su manera de percibir el mundo, porque Nelson es ciego de nacimiento.

A esta condición se suma el retardo mental severo que padece; pero ninguna de estas dos patologías han sido una barrera para que pueda interpretar los clásicos de la música colombiana en dos teclados de manera simultánea.

Aydee Liliana Mesa, licenciada en preescolar con énfasis en psicología, recuerda que lo recibió hace 21 años, cuando abrió una academia de música en su natal Risaralda, de la mano de su esposo.

“La única compañía de Nelson eran las gallinas y los cerdos con quienes convivía en condiciones lamentables. Una tía logró sacarlo de allá, pero no le recibían al niño en ninguna fundación, por eso nos sugirió convertir la escuela de música en un internado”, recuerda Aydee.

Esa fue la semilla de la Fundación Nuez, que utiliza la música como terapia para ayudar a niños y jóvenes con dificultades asociadas a la discapacidad cognitiva como el autismo, el Síndrome de Down y el Síndrome de Asperger.

La fundación Nuez, que significa Nace Una Esperanza, se ha convertido precisamente en eso, una esperanza para los niños que fueron abandonados por su núcleo familiar por haber nacido con esa condición.

“De los 250 niños favorecidos que integran la fundación, cinco viven con nosotros; estamos dedicados a ellos de domingo a domingo, desde que se levantan hasta que se acuestan, porque sus complicaciones les niegan la posibilidad de ser independientes”, explica Aydee Liliana Meza.

Su esposo, el músico Duvan Ríos, es el terapeuta de la fundación, su trabajo consiste en convertir las partituras en estímulos sensoriales, para que puedan estar al alcance de los niños.

“La musicoterapia es una herramienta espiritual basada en sonidos y vibraciones que logramos interiorizar gracias a la memoria prodigiosa que tienen estos pequeños y con la gracia divina que viene de Dios”, explica el músico.

Después de dos décadas de trabajo consagrado, Aydee y su esposo, cómplice en esta aventura, son los orgullosos directores del Grupo Musical Angelus, que ha producido seis discos de música instrumental y decenas de conciertos a lo largo del Eje Cafetero.

En marzo de este año Aydee recibió el premio a la Mujer Cafam, un reconocimiento que permitió sacar del anonimato esta experiencia. El incentivo económico que recibió por esta mención, les permitió construir una nueva sede para la fundación; en ella trabajan de sol a sol para cumplir su próximo reto, conformar la primera orquesta filarmónica integrada por niños y jóvenes discapacitados.

 

Artes escénicas a favor de la infancia

‘Los niños no son el futuro del país, son el presente’, una frase que se ha convertido en el eslogan de cientos de campañas institucionales que no tienen continuidad, es el sentido de la Corporación Candelero, que promueve las artes escénicas como una herramienta pedagógica.

Desde hace dos años esta fundación celebra el primer Festival de Teatro Infantil que se adelanta en Bogotá con 600 niños de 10 colegios, quienes presentan sus obras en diferentes técnicas teatrales como musical, danza, comedia y sombras chinas.

Las obras son fruto de un trabajo de casi un año de preparación, pues se trata de montajes inéditos creados especialmente para estar en el Festival y, como condición para participar, deben llevar mensajes de valores y principios.

Para lograrlo, el equipo de la corporación candelero acompaña a los maestros y sus alumnos durante seis meses en donde desarrollan talleres de danza, música, teatro, creación literaria y reciclaje, esto último debido a que la escenografía y el vestuario son elaborados con papel reciclado.

Con el dinero recaudado con las funciones del festival, es posible replicar esta experiencia con los niños de la etnia wayuú en la Guajira y los estudiantes de colegios ubicados en zonas deprimidas del país como Soacha, en el departamento de Cundinamarca.

“Los niños de Soacha viven en una realidad que no es la adecuada para su edad, están expuestos a problemas muy sensibles como el alcoholismo, la delincuencia y los embarazos a temprana edad; por eso lo que buscamos es aislarlos de ese entorno y llevarlos a talleres artísticos donde van a estar inmersos en un mundo de fantasía y felicidad”, explica Luz Dary Pinilla, directora de Candelero.

El elemento más novedoso de su trabajo, son los montajes artísticos dedicados a los bebés y a las mamás gestantes. Obras de teatro interactivas que a través de la estimulación de los sentidos buscan fortalecer la conexión y el amor entre padres e hijos; un trabajo fundamental en las comunidades menos favorecidos donde abundan los embarazos no deseados en adolescentes.

Sin importar el estrato social, Candelero también busca identificar y potencializar las habilidades y talentos de los niños a partir de las artes para elevar su autoestima y para que vean de lo que pueden ser capaces si trabajan con disciplina.

“Para lograrlo es muy importante que los maestros cambien los métodos tradicionales de enseñanza, que cada clase se convierta en una aventura lúdica y entretenida, porque ese es el lenguaje de los niños”, concluye Luz Dary Pinilla.

Una bendición llamada Leila

A sus 26 años, la artista Graciela Gómez, estaba en el mejor momento de su vida, sus pinturas empezaron a tener reconocimiento a nivel internacional y era la madre feliz de cuatro hijos, incluyendo a Leila que estaba en su vientre.

Graciela recuerda que horas después de su nacimiento, el pediatra que asistió el parto le anunció un diagnóstico que cambiaría para siempre la vida de la familia. Leila padecía Síndrome de Down y el galeno le dio pocas esperanzas de que la recién nacida pudiera llevar una vida independiente y feliz.

“Yo no entendía por qué me estaba pasando eso, veía mi futuro muy nublado y estaba muy deprimida, hasta que una tarde me miré al espejo, tenía los ojos rojos de tanto llorar, en ese momento me hice la promesa de no volver a sufrir por ella y concentrar mis energías en apoyarla”, recuerda la artista.

Por eso desde sus primeros años de vida Leila empezó a recibir sesiones de terapia física y de lenguaje, que luego Graciela y su familia replicaban al interior del hogar. Pronto su promesa se empezó a ver reflejada en la vida de Leila, quien empezó a caminar desde su primer año.

Graciela empezó a notar que lo que en un principio pareció un hecho desafortunado, se estaba tornando en una bendición para su vida, y en una necesidad interior de apoyar a los niños que también padecen algún grado de retardo, pero no tienen las oportunidades que ha tenido su hija para llevar una vida más amable.

Así nació la fundación Graciela Gómez, que organiza eventos culturales como exposiciones, recitales de poesía o conciertos de música clásica para recaudar fondos que permitan financiar la rehabilitación y formación de los niños con este síndrome.

“La idea es que estas becas puedan tener continuidad, porque el progreso de los niños depende de las constancias que tengan. En el proceso contamos con una psicóloga y una trabajadora social que están monitoreando a los niños y el nivel de compromiso de los padres”, agrega Gómez.

Con la combinación de su experiencia como artista y gestora de la fundación, en el año 2003 Graciela llevó a cabo el simposio ‘Arte como una herramienta facilitadora de caminos’, que contó con el aval de la universidad del Rosario.

“Mis papás me dieron la posibilidad de aproximarme al arte desde los 10 años, por eso estoy convencida de que si el arte tiene la capacidad de fortalecer la creatividad y la confianza de niños que gozan de buena salud, imagínese lo que se puede lograr con los niños especiales”.

Aunque el síndrome que padece Leila y miles de niños en el mundo, no tiene cura, el arte en ella se ha convertido en una herramienta para hacer la vida más amable y feliz. Para Graciela, y su hija que ya tiene 32 años y goza de buena salud, el arte es el medio que utilizan para expresar el amor y la complicidad que las une. VNC

JULIE CAICEDO

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