Maricarmen Bracamontes. Inserción y género con carisma benedictino

“Nos hemos comprometido con una opción preferencial por la causa de las mujeres, y de manera especial de las empobrecidas.”

Maricarmen Bracamontes tenía 17 años cuando salió de su ciudad natal, Culiacán, Sinaloa (México), para estudiar medicina en Guadalajara – Jalisco. De la mano con los movimientos emergentes de los 70, fue descubriendo su sensibilidad por las cuestiones sociales y de género. En esos tiempos de búsquedas, conoció el carisma benedictino y encontró en la vida religiosa, un espacio donde podría desarrollar una contribución más profunda y transparente en pro de esas causas.

En 1980 ingresó a un monasterio benedictino en la ciudad de México, que había sido fundado por un grupo de hermanas norteamericanas. En 1992, fruto de un proceso de discernimiento y de opción por la gente empobrecida, el monasterio hizo una fundación en la ciudad de Torreón, en el estado de Coahuila, bajo el nombre de “Monasterio Pan de Vida”. Como parte de esa nueva fundación, comienza un nuevo tiempo, marcado por la inserción y la opción explícita por la causa de las mujeres, “las más pobres entre las pobres”. Desde ese “polo a tierra”, y a partir de su formación como teóloga, Maricarmen acompaña múltiples realidades de la Vida Religiosa en México, Estados Unidos, Latinoamérica y el Caribe, ofreciendo asesorías, cursos y conferencias. En 2006 ingresó al Equipo de teólogas/os asesoras/es de la Presidencia de la CLAR (ETAP), del cual hoy es su coordinadora. También hace parte del equipo de reflexión teológica de la Conferencia de Superioras/es Mayores de México (CIRM). Es reconocido su trabajo en temas como: una visión holística de la sexualidad y la afectividad; el análisis de la realidad con perspectiva de género; y perspectivas en la Vida Religiosa inserta. Justamente en torno a estas experiencias, conversó con Vida Nueva Colombia.

¿De dónde proviene su sensibilidad teológica por el tema de género?

Cuando estaba en México, a mediados de los 80, inicié mis estudios de teología en el Colegio Máximo de Cristo Rey, una escuela inter-religiosa. Fui la única mujer en mi grupo. Viví una experiencia fabulosa porque tuve maestros y compañeros de diferentes congregaciones lo que enriqueció sustancialmente nuestro trabajo e investigación. Sin embargo, y aunque por ese tiempo se ya publicaban reflexiones teológicas desde la perspectiva de las mujeres, no se consideraban en el curriculum, pero yo me interesé en ellas y las estudié por mi cuenta.

¿Y era usual que las mujeres estudiaran teología?

En realidad no. Tuve que perseverar en mi solicitud antes de que permitieran mi ingreso a los estudios en Ciencias Teológicas. De hecho, la mayoría de los religiosos con los que estudié, se preparaban para ordenarse y todo el profesorado era varón. En ese ambiente se profundizó mi sensibilidad teológica por la perspectiva de género. Acudía a la biblioteca horas extras y presentaba a mis compañeros y maestros ese enfoque.

¿Y las cuestiones de género le inquietaban desde antes?

Ciertamente. Cuando yo ingresé al monasterio, recién se había llevado a cabo un Capítulo a nivel de la Federación a la cual pertenecemos, que se dedicó a profundizar la perspectiva de género. Al principio yo creía que era más bien “un asunto del primer mundo” y que para nosotras, en Latinoamérica y el Caribe, eso no era lo más importante. Pero luego fui descubriendo que si no se aborda esta perspectiva, no hay una auténtica liberación humana.

También la opción de establecer un monasterio en inserción fue algo nuevo, ¿verdad?

Fue nuevo en el sentido de que esta opción fue explícita hasta la “segunda ola de inserción”, si se puede decir de esta manera. En la ciudad de México teníamos dos grandes colegios. Decidimos descentralizarnos cuando tomamos consciencia de que, por una parte, en la capital se concentraban la mayoría de los carismas y, por otra parte, comprendimos que, en ese momento, la educación escolarizada nos exigía entrar en una carrera competitiva de modernización, que requería de cambios drásticos. Esto nos llevó a discernir si debíamos seguir entregándonos a ese tipo de servicio al que habíamos dedicado casi cincuenta años, y encontramos que esa dinámica “post-modernizadora” nos alejaría aún más de la gente empobrecida, que son nuestra verdadera opción. Por eso nos pusimos en contacto con algunas otras experiencias monásticas de inserción que se iban ensayando en los Estados Unidos y en América Latina en búsqueda de un monaquismo más encarnado e inserto en medios populares y lugares de frontera.

Pero un monasterio en inserción no corresponde propiamente al imaginario que se tiene de la vida monacal…

Ese estereotipo tan difundido de la vida monástica, en realidad no está ligado a las raíces del monacato. La vida benedictina nació en un contexto de invasiones bárbaras, y por eso buscó lugares para ofrecer protección a sus miembros y para cultivar una vida de búsqueda de Dios. La pureza de corazón y la búsqueda prioritaria de Dios requieren de una soledad interior que se fortalece por medio de la soledad exterior. Pero esto no implica desentendernos de la sociedad. Desde sus orígenes los espacios monásticos se han abierto para ofrecer protección a la gente que llega a sus puertas. La clausura papal es muy posterior a San Benito. De hecho, en el siglo VI, con la caída del Imperio Romano, la Orden ofreció una alternativa en el cambio de época. Con ímpetu misionero, las y los Benedictinos se dedicaron a labrar la tierra, a rescatar la cultura a través del trabajo en los scriptorium, a abrir centros de enseñanza y posteriormente universidades. La vida monástica, desde sus orígenes, participa en la vida misma de la sociedad.

¿Cómo se vive la misión en su monasterio?

Hay muchas expresiones. En nuestro caso particular, es una vida inserta en un barrio sub-urbano popular, al cual llegamos hace 20 años. Al llegar a Torreón, no llevamos proyecto alguno, sino que nos insertamos en el lugar e invitamos a la gente a vivir una experiencia de Lectio Divina tres veces por semana, a la hora de las laudes. Desde el inicio, quienes más acudieron fueron las mujeres, y con ellas, en ese ambiente de oración, empezamos a discernir qué era lo que se necesitaba. Así, se dio inicio a una serie de actividades. Al principio, las mujeres soñaban con un espacio de encuentro, de escucha, de diálogo, donde compartir cómo se sentían, qué estaban viviendo, sus preocupaciones y esperanzas. Progresivamente, se fueron implementando una serie de servicios en favor del crecimiento espiritual de la mano con el desarrollo humano y social. En el año 2000 abrimos el Centro de Desarrollo Integral de las Mujeres, Santa Escolástica (CEDIMSE), un espacio para seguir sirviendo a las familias en las colonias circundantes.

¿Han reflexionado también sobre la espiritualidad que sustenta estos procesos?

Precisamente sobre este tema es mi tesis de teología: Jesús y las mujeres de su tiempo: ensayo de una espiritualidad para el nuevo milenio. La trabajé al terminar mis estudios de teología, cuando ya habíamos llegado a Torreón. Es una reflexión sobre la Buena Nueva de Jesús para las mujeres y la participación de ellas en el anuncio de la misma. Hay otras publicaciones también como, por ejemplo, un libro que escribí con Patricia Henry, hermana de comunidad, titulado: Mujeres y Derechos Humanos: aportes sociales y eclesiales. Nuestras publicaciones han surgido de la experiencia de encuentro con esas mujeres. Ello supone un proceso de reflexión a la luz de la Palabra.

¿Y en qué punto se encuentra la reflexión sobre género hoy?

Me sorprende lo poco que se ha avanzado a nivel eclesial en el Continente. Es como si la gente temiera abordar este aspecto, tal vez porque se ha demonizado demasiado. Dentro de la institución eclesiástica hay una tendencia, de parte de algunos, a condenar “el feminismo” y todo lo que tiene que ver con género, porque lo identifican con las posturas más radicales expresadas en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995).

Quizás el problema tenga que ver también con que no hemos revisado suficientemente las relaciones que hemos promovido a nivel institucional. La perspectiva de género tiene que ver con descubrir y asumir en la práctica cotidiana que en el mundo, hombres y mujeres, en nuestra legítima diversidad, hemos sido creados en igual dignidad. La igualdad, que es un don de Dios, lleva de la mano la tarea humana de construirla. Por ese motivo, siguen siendo prioritarios algunos temas como la violencia contra las mujeres de todas las edades y su marginación de los espacios de formación y de participación en la toma de decisiones en los ámbitos sociales, políticos, económicos y eclesiales. Estos no son asuntos para una nueva agenda. Son aspectos en los que no se ha avanzado lo suficiente y que nos urge seguir demandando. VNC

Óscar Elizalde Prada

FOTOS: ARCHIVO CLAR

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