La iglesia del búnker

fray Pero Karajica, párroco de la parroquia franciscana en un búnker en Sarajevo

Una parroquia franciscana busca dar aliento en la Plaza de los Niños de Sarajevo

parroquia franciscana en un búnker en Sarajevo

Texto y fotos: JAVIER F. MARTÍN | En Sarajevo, la Plaza de los Niños de Dobrinja está en obras. Varios operarios municipales desbaratan con sus martillos neumáticos los restos de las maltrechas aceras que serán renovadas. [La iglesia del búnker – Extracto]

Es un lugar poco agradable, en el que unos pocos abuelos llevan a sus nietos de la mano bajo la mirada y el vuelo de unas palomas tan mustias como el propio paisaje. Los bloques que dan forma a la plaza, de cuatro, cinco o seis alturas, podrían estar en Villaverde, Mataró o en las afueras de París. Es la típica construcción de los barrios obreros de cualquier ciudad del mundo; ajenos a la estética, programados para acoger la vida y el barullo de las familias habituadas a la brega cotidiana, a debatir cada fin de mes con los restos de unas nóminas casi siempre exiguas.

A pesar de esta foto fija poco embriagadora, su pasado ha sido mucho más tortuoso. Este barrio de trabajadores fue levantado en plena expansión de la ciudad, cuando Sarajevo se prestaba a celebrar los Juegos Olímpicos de invierno de 1984. Pocos años después del brillo de la cita olímpica, llegó la Guerra de los Balcanes, de cuyo inicio se cumplen ahora veinte años. Y Dobrinja fue uno de los lugares marcados en negrita de aquel conflicto.

parroquia franciscana en un búnker en Sarajevo

Plaza de los Niños, en Drobinja

Situado a unos doscientos metros del frente, ese que convirtió a Sarajevo en uno de los sitios más largos de la historia bélica, esta plaza fue el lugar en el que murieron muchos niños que buscaban un rato de juegos y carreras a través de los que evaporar el dolor de la guerra. En busca del juego encontraron la muerte. Por eso, la plaza lleva hoy su nombre.

En los laterales de los edificios de viviendas, las marcas de los disparos recuerdan lo que allí pasó. El silencio de los mordiscos que balas, morteros y granadas provocaron en las paredes, convierte en diario el aniversario de lo que aconteció hace solo dos décadas.

Ni sol ni calor

A la sombra de edificios y balazos, varios tubos arqueados, agujereados y oxidados flanquean la entrada del búnker de guerra que el ejército bosnio y la población musulmana utilizaron durante el conflicto. Son los respiraderos del refugio que después se convirtió en mezquita y, en la actualidad, acoge la Parroquia de San Francisco.

Es uno de los seis refugios que se construyeron en el barrio, y que podían garantizar la seguridad de sus ocupantes, sin necesidad de abrir sus puertas, durante un mes.

La puerta de acceso a las instalaciones de la parroquia impone respeto; como también la humedad y el frío que habitan en este espacio, en el que falta el oxígeno y al que muchos parroquianos no quieren ir porque les trae demasiados recuerdos. A fray Pero Karajica, la humedad y el frío le han dejado el regalo de una tos que va y viene, pero que se deja oír tras el paso decidido y veloz de este franciscano que está al frente de la parroquia desde hace dos años.

parroquia franciscana en un búnker en Sarajevo

Entrada al búnker y templo de los franciscanos

El acceso a la iglesia es poco halagüeño. Antes de bajar los escalones que conducen al búnker, una chapa metálica, corroída y despintada, informa de su existencia. Una cancela de sencillos barrotes –también oxidados– franquea el paso a unos pasillos que conducen al templo. Esos pasillos, tan desalentadores como el paisaje de la plaza, debían acoger un pequeño centro comercial. Pero de eso quedan tan solo los neones de una conocida marca de lapiceros, puertas cerradas, cristales rotos y suciedad por todas partes.

La Parroquia de San Francisco siempre ha estado bajo tierra. En sus orígenes, después de la guerra, estuvo en un sótano. Desde 2005, está bajo la plaza. Pero no se acostumbran a vivir aquí. Y las condiciones del templo no facilitan las cosas. Como es obvio, nunca entra ni un rayo de sol ni una brizna de calor. Además, cada dos meses, el búnker se inunda con aguas residuales. Es un sitio insalubre e inhóspito.

El tablón de anuncios de la parroquia está junto a la puerta de entrada. De ahí cuelga una noticia publicada el 26 de octubre de 2011 en uno de los diarios de Sarajevo, con un titular elocuente: “A los franciscanos del búnker nadie les hace caso”.

Pero, en este caso, es tan importante la denuncia como el periódico que la hace, el Oslobodenje, diario emblemático en la historia reciente de Bosnia y Herzegovina, ya que siguió publicando cada día durante la guerra, a pesar de que su sede fue bombardeada y destruida por el ejército serbio. Sus periodistas, que vieron morir a muchos compañeros, también tuvieron que sobrevivir bajo tierra.

Por eso, esta información, además de un acto de justicia, es un homenaje a una comunidad católica que se rebela contra las condiciones en las que les ha tocado vivir, y en las que tendrán que hacerlo hasta que acaben las obras del nuevo templo, para las que solo cuentan con el apoyo de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.

fray Pero Karajica, párroco de la parroquia franciscana en un búnker en Sarajevo

Fray Pero Karajica

Hasta esa inauguración, la parroquia sigue su rutina diaria. Sus 1.000 metros cuadrados acogen las celebraciones religiosas, pero también sirven para dar de comer a 260 personas a través de la obra franciscana El Pan de San Antonio. Los momentos previos al reparto proponen una actividad singular en el entorno del búnker.

Fuera, la gente comienza a organizarse en una fila en la que todos los miembros parecen conocerse. Sus rostros están castigados por el sufrimiento y las necesidades. Las manos sujetan bolsas de plástico con botes y frascos que pronto serán rellenados. Unos pocos comen en la parroquia. Otros se lo llevan a su casa.

Bajo tierra, una mujer de nombre Carmija, que hace que todo funcione como un reloj en la parroquia, franquea puertas y enciende luces para facilitar que el suministro sea rápido. Y, al fondo, detrás de un pequeño mostrador, dos cocineras levantan la tapa de un par de ollas humeantes, cuyo contenido reconfortará a los que todavía esperan.

En El Pan de San Antonio no se pregunta nacionalidad o credo a aquel que llega con hambre. Por eso, el reparto de alimentos se corresponde con la realidad social de Dobrinja: más del 80% de las raciones van a parar a manos de bosnios musulmanes. Esto obliga a que, en la elaboración de los platos, se respeten los preceptos de esta comunidad. Este sencillo comedor es una más de las numerosas iniciativas que los franciscanos desarrollan por todo el país, y a través de las que atienden a unas 15.000 personas en programas de atención sociocaritativa que se han multiplicado después de la Guerra de los Balcanes.

Mientras las puertas se abren y cierran, a la vez que entran y salen canastos de pan, o en el instante que decenas de personas vienen y van en busca de algo con lo que llenar sus tarros vacíos, fray Pero Karajica se mueve deprisa. De su garganta sale una tos repetida. Su mano derecha, agarrada al cíngulo de su hábito. En su mente, cómo salir del búnker y quitar del tablón parroquial la noticia publicada por el Oslobodenje el 26 de octubre del año pasado.

parroquia franciscana en un búnker en Sarajevo

Una mujer prepara la comida que servirá la obra El Pan de San Antonio

Una minoría discriminada

El 90% de la población de Dobrinja es musulmana, en un barrio de unas 35.000 personas. Los católicos apenas superan los 620, agrupados en unas 300 familias. Pero los hechos certifican que los fieles apenas llegan a los 100. Las cifras se reducen a cada paso que se da. Pero la realidad es así en Dobrinja, como en el resto de Sarajevo, donde la población católica es minoritaria.

Y ha aprendido a vivir así en este país mezcla de razas, culturas y religiones, que se desangró entre 1992 y 1995, y que todavía no ha aclarado con nitidez hasta dónde llega la línea que separa la identidad étnica y religiosa de croatas católicos, bosnios musulmanes y serbios ortodoxos.

Según el último informe Perseguidos y olvidados, editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, “la discriminación étnica sigue siendo un grave problema, especialmente contra quienes no son serbios en la entidad de mayoría serbia, contra quienes no son croatas en el oeste de Herzegovina y contra quienes no son bosnios en el centro de Bosnia. En algunas regiones, la discriminación provoca incidentes violentos y otras formas de acoso”.

En el nº 2.805 de Vida Nueva.

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