La música de Dios

ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“Me parece que bien podemos oír una canción, una guitarra, una orquesta o, simplemente, un transistor, sintiendo que Dios mismo nos la ofrece como una caricia de su amor…”.

Desde el cielo estrellado hasta una gallina o un rosal, como obra de Dios, la creación nos manifiesta su poder, su sabiduría, su belleza y, sobre todo, el amor hacia sus criaturas, especialmente al hombre, hecho a imagen y semejanza suya. Como dice el Sirácida: “¡Qué amables son sus obras! Y eso que no vemos más que una chispa…”.

De aquí que los cristianos deberíamos ser a la vez ecologistas y humanistas, valorando, cuidando y defendiendo el medio ambiente de la tierra contra los abusos que la están esquilmando, así como el medio ambiente de la humanidad, contra los abusos que se cometen contra ella, como injusticias, guerras, abortos, malos tratos, trabajo infantil, hambre, dictaduras, etc.

Pero si en la naturaleza tenemos un campo ilimitado de re-creo en la creación de Dios en el aspecto digamos visual y tangible, todavía queda otro campo donde se nos manifiesta su amor y su bondad, o sea, en el mundo sonoro, en la música. Sobre todo, teniendo en cuenta que sin el aire como medio de transmisión no podríamos oírla, y el aire es como el símbolo natural del Espíritu Santo, el aire, el soplo de Dios entre el Padre y el Hijo.

Y así como en el campo visual muchas bellezas de la tierra son fruto común de la colaboración entre el hombre y Dios, como en los jardines o los huertos, de la misma manera, la música es fruto del compositor y los intérpretes, con la colaboración de Dios, que inspira el contenido y transmite el sonido.

Por eso, me parece que bien podemos oír una canción, una guitarra, una orquesta o, simplemente, un transistor, sintiendo que Dios mismo nos la ofrece como una caricia de su amor.

La música aumenta su valor cuando se le une la palabra, en el canto religioso en general o litúrgico en especial. Entonces, además de la música como don de Dios, podemos entenderla también como una oración, expresión de nuestra gratitud y nuestro amor: Para ti es mi música, Señor.

En el nº 2.804 de Vida Nueva.

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