JOSÉ LUIS PALACIOS | Días de primeras comuniones. Parroquias y comunidades viven con entusiasmo el estreno en la celebración eucarística de infinidad de niños y niñas que han estado años preparándose para este momento. Pero también con la lógica preocupación de que pueda llegar a ser la última para muchos de ellos. [La primera ¿y última? Comunión – Extracto]
La Primera Comunión es uno de los tres sacramentos que jalonan la iniciación cristiana, junto con el Bautismo y la Confirmación. El mismo Benedicto XVI explicaba que, “para muchos cristianos este día ha quedado grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que, aunque de un modo todavía inicial, se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús”.
Lejos quedan ya los tiempos en que existía la consideración general de que la Primera Comunión era “el día más feliz de la vida”. Vivimos en una sociedad secularizada donde la tradición cristiana no es ya referencia significativa para la mayoría, presa, a su vez, de una ansiedad por la novedad donde casi todo envejece prematuramente.
Las Iglesias de Europa, también la española, son muy conscientes de los nuevos tiempos que corren para la iniciación en la fe. Sin ir más lejos, el Consejo Europeo de las Conferencias Episcopales de Europa acaba de celebrar el XII Congreso para la Catequesis, con la mirada puesta en la nueva evangelización.
Más de una década tiene ya el documento de los obispos españoles La iniciación cristiana, reflexiones y orientaciones (1998), en el que apostaban por renovar los métodos y lenguajes utilizados en la formación primera de los cristianos y proponían mejoras en los procesos catecumenales y en las mismas celebraciones sacramentales.
Mucho se ha trabajado desde entonces, con más o menos acierto, aunque pueda parecer que los frutos no han llegado al mismo ritmo que los vertiginosos cambios sociales acaecidos. “Se está haciendo un esfuerzo como pocas veces se ha hecho en la Iglesia por mejorar la catequesis, con materiales de todo tipo, cursos para educadores, planes…”, confirma el párroco de San Alfonso María de Ligorio, en el madrileño barrio de Aluche, José Cobo.
Sin embargo, un vistazo a las estadísticas revela que si hay unos 250.000 niños y niñas que comulgan por primera vez cada año en España, no llegan a 100.000 los jóvenes que cierran el ciclo de la iniciación cristiana con la celebración de la Confirmación.
“No vale el presupuesto de que los chavales llegan con fe a la Iglesia, sino que la realidad es muy diversa y plural, y puede que no estemos sabiendo darle respuesta”, opina José Cobo, para quien “vivimos inmersos en una cultura donde no hay lugar para la fe y muchas familias son ajenas a la vida espiritual”.
Además, apunta, “cada vez cuesta más mantener la atención de los niños, cargados de clases, de actividades… y poco podemos hacer en una hora a la semana”. Y se queja de “la insistencia que a veces se hace a los catequistas del deber de transmitir una serie de contenidos concretos, cuando falta incluso una base mínima”.
“Se está haciendo un esfuerzo
como pocas veces se ha hecho en la Iglesia
por mejorar la catequesis,
con materiales de todo tipo, cursos, planes…”.
José Cobo, párroco
La secretaria técnica de la Delegación de Catequesis de la Archidiócesis de Zaragoza, Lola Ros, considera que sigue existiendo “un serio desconocimiento de lo que es el proceso de iniciación cristiana”.
Sobre la desaparición de los chavales tras la primera etapa marcada por la Primera Comunión, cree que “hay otras urgencias, en muchos casos prioritarias para las familias: deporte, idiomas…No hay tiempo para continuar la catequesis”.
También destaca “el envejecimiento de nuestros catequistas, sin relevo”, como otro factor que no ayuda a perseverar en el camino de la maduración de la fe, todavía más en unos tiempos en que se hace necesario “buscar a los adolescentes y jóvenes donde viven y se mueven, para lo que necesitamos agentes que apuesten por esta tarea”.
Con todo, José Cobo encuentra signos de esperanza en el hecho de que, “cuando la familia se implica, cuando vienen y descubren la fe, se mantienen dentro de la comunidad. Es verdad que aún hay un grupo que mantiene las motivaciones sociológicas para pedir la comunión, pero también se dan experiencias mucho más intensas que las que había antes”.
Una vivencia adulta
Lo cierto es que son variadas las iniciativas que están llevando a cabo para que la iniciación a la fe desemboque en la vivencia adulta y comprometida que necesita la Iglesia. Mari Patxi Ayerra cuenta con una larga trayectoria como catequista de Primera Comunión. Ya en la década de los 70 tuvo que preparar a sus hijos para recibir este sacramento, y lo hizo a contracorriente de los usos imperantes de la época.
“Prescindimos de todos los efectos especiales (traje, regalos y convite) para resaltar el valor de vivir la fe en familia y junto con la comunidad. Hacíamos convivencias, celebraciones comunitarias, impartíamos la catequesis toda la comunidad y procurábamos subrayar en el día del sacramento la incorporación de los niños a la mesa de los mayores, potenciando su experiencia espiritual de encuentro con Dios”, recuerda quien hoy ejerce de catequista de padres.
Entonces, el regalo para sus hijos fue “una Biblia que le entregaba la comunidad y la fiesta fue una preparación especial anterior, en la que ellos mismos hicieron sus recordatorios, y una merienda compartida con compañeros, familia y amigos”. Para ello hizo falta la existencia de una comunidad adulta de referencia y curas que sintonizaban con esa nueva manera de querer hacer las cosas.
“Hacíamos convivencias, celebraciones comunitarias,
impartíamos la catequesis toda la comunidad
y procurábamos subrayar en el día del sacramento
la incorporación de los niños a la mesa de los mayores”,
recuerda Mari Patxi Ayerra de la Primera Comunión de sus hijos.
Ayerra, miembro del equipo de catequistas de adultos de la Parroquia de Santa Teresa y San José, en Madrid, resume así los cambios sociales que acompañan a las primeras comuniones: “Cada vez importa menos lo religioso, lo que, unido al aumento del poder adquisitivo y el apego a la fiesta, han convertido el sacramento en una excusa para entregarse a una gran celebración”.
Abusando de la generalización, se podría decir, en su opinión, que la principal motivación hoy de los padres para iniciar a sus hijos en el cristianismo es que “no hace daño y les permite estar monos por un día”. Aunque reconoce también que hay familias que consideran “el valor de la fe y la formación religiosa” en la vida de sus vástagos, capaces de distinguir la actividad preparatoria de “una clase de inglés o de judo”.
Sus años de experiencia le permiten identificar las tres actitudes que predominan en las familias que quieren la Primera Comunión para sus hijos. La que mantiene “la población sudamericana, con una fe fuerte, puede que de formas antiguas, como éramos nosotros hace cincuenta años”; las de los autóctonos que, a pesar de todo, son creyentes, pero “con una vivencia de la fe adormecida, que despierta al llevar a sus hijos a la Iglesia”; y la de quienes “ven interesante lo que dices y haces, pero nunca van a mantener una continuidad”.
Pero más que echar en cara a las familias su falta de interés por la fe de sus hijos, Mari Patxi Ayerra entiende que hoy los padres “tienen otros dioses, como el dinero y el trabajo, que les tienen superliados y les obligan a hacer infinidad de equilibrios para llegar a ser los superpadres que demanda la sociedad actual”.
Por eso, insiste en que también a los padres hay que acompañarles en ese proceso, para que no vean la catequesis como un “túnel de lavado que no hay más remedio que pasar” y facilitarles que “puedan llevar a sus hijos a las catequesis y, de paso, que tengan ellos un encuentro con Dios”.
En la parroquia de San Alfonso María de Ligorio directamente hablan de un itinerario de iniciación cristiana que dura seis años. El párroco, José Cobo, explica que se esforzaron mucho por “encontrar nuevas palabras adecuadas a lo que queríamos hacer”.
Así, han diseñado un proceso dividido en dos momentos, que corresponden a la celebración de la Primera Comunión y la Confirmación. Es lo que les transmiten en las entrevistas personalizadas a las familias, que a veces tienen que ir en más de una ocasión para poder “sincerarnos todos, ellos y nosotros”.
Hay quien no lo entiende del todo y otros que sí valoran la importancia de la formación religiosa que se ofrece. En estos años han descubierto la diversidad de motivaciones, procedencias y situaciones que atraviesan las familias.
“Los grupos son muy heterogéneos, por lo que diversificamos al máximo, diseñado un itinerario para quienes tienen experiencia con las oraciones y otro para los que sencillamente necesitan el primer anuncio y un poco más de refuerzo para que entiendan las oraciones mínimas o las celebraciones…”, señala Cobo.
En su parroquia entienden la iniciación como un proceso conjunto con las familias y los amigos, en el que también cuentan los profesores de Religión de los colegios públicos y religiosos de la zona, con los que al menos mantienen una reunión al año. “Se trata de compartir experiencias, de dejar claro que no damos clase en la parroquia y que nos gusta que los maestros sepan lo que hacemos aquí”.
El papel de la familia
En la también madrileña Parroquia de Las Rosas, la familia ha de implicarse en la preparación a la Comunión. En casa se aprenden las oraciones, las reflexionan y comentan para luego reunirse en el barracón que tienen por iglesia tanto los adultos como los chavales, hasta el momento de verse todos juntos.
“Hay crear unos lazos
y unos vínculos con los padres
que no suelen terminar en esa primera
meta volante que es la Comunión”.
Pilar Sánchez, catequista
Estas condiciones, según cuenta Pilar Sánchez, catequista, “permiten crear unos lazos y unos vínculos con los padres que no suelen terminar en esa primera meta volante que es la Comunión. Nuestra catequesis criba a los padres que la conciben solo como un acto social y que no están dispuestos a perder tres años asistiendo también ellos a catequesis”.
Los que sí lo hacen, añade, “terminan enganchados a la comunidad, a la manera de vivir y celebrar en ella. Tenemos la gran suerte de que muchos de nuestros padres se quedan en otros grupos de formación o de otro tipo, lo que facilita que sean ellos los que animan a los niños a quedarse en la poscomunión”. Ya en las últimas reuniones de catequesis se les ofrece pasar a la siguiente fase.
Un porcentaje alto de niños permanecen, como confirma el coordinador de esta etapa, Fran Gómez, un ingeniero de 28 años que reconoce que, “gracias al trabajo anterior, no tenemos que comer mucho la oreja a los chavales para que sigan”.
El proyecto en esta fase dura cinco años, en los que se intenta que sean los chavales “los protagonistas, que propongan y que formen parte de las decisiones, que las actividades les gusten y les interesen”.
También programan convivencias, una excursión con los padres y una actividad de inicio y final de curso, además del campamento de verano
“Tratamos de inculcarles valores cristianos para que primero puedan tomar conciencia de la realidad que les rodea, y de su propia realidad, y luego actúen para transformarla según el espíritu evangélico. De la Confirmación no se habla explícitamente hasta llegar al último año del proceso, cuando por edad deberían pasar a la Pastoral Juvenil”. Tampoco hay una edad límite: “Ha de ser un paso maduro, que llega cuando cada uno se siente preparado”.
El papel de la familia es trascendental en la transmisión de la fe a los pequeños. “A los padres les pedimos toda la colaboración posible para que ayuden a sus hijos a perseverar en el proceso, y les damos total libertad para que se sumen o no. Por supuesto, insistimos en la importancia de que acudan en familia a las misas y fiestas”, expone José Cobo, quien añade que en su parroquia “se ha ido conformando un grupo de padres que han redescubierto su fe, pues los adultos también necesitan una educación profunda, no solo conocimientos, sino un acceso a la experiencia de Dios que luego puedan contar y que les ayude a decidir lo que quieren hacer”.
Nuevos lenguajes
En lo que también hay gran coincidencia es en los nuevos métodos que sí dan resultados con los chavales de hoy. Mari Patxi Ayerra apunta que es mejor “dar pocos contenidos y permitir las condiciones para que los niños vivan la experiencia de Dios, tratarles como adultos, presentar la fe de un modo atractivo, interesante, nada académico” y, a ser posible, “ganarse también a los padres para que puedan ser puentes hacia Dios”.
El equipo de educadores de Las Rosas está compuesto por jóvenes y adultos con ganas de aprender que mantienen sesiones periódicas de formación. Tienen claro que no pueden ofrecer “catequesis de libro”, sino algo muy participativo, donde el juego, “orientado al objetivo que nos marcamos”, tiene una función esencial, que les permite identificarse con aquello de lo que hablamos”, comenta Fran Gómez.
Y añade: “Ya hay chavales con ganas de convertirse en educadores de los más pequeños y la mayoría quiere continuar, en parte, porque los lazos de pertenencia se han hecho muy fuertes, sus amistades ahora están en la parroquia y eso les motiva”.
El párroco de San Alfonso María de Ligorio coincide en la importancia de las reuniones de formación de los catequistas, entre las que hay madres, pero también jóvenes de 19 o 20 años. Colaboran con la delegación diocesana, que no solo aporta el esquema general de los contenidos y las catequesis, sino que les adiestra en el uso de las nuevas tecnologías para la misión evangelizadora encomendada.
“Procuran captar la atención de los chavales usando las técnicas modernas, el lenguaje que manejan”, apunta el sacerdote, para quien, además, “es muy importante el trabajo personal con cada chaval, hacer grupos pequeños en los que puedan expresarse”.
José Cobo precisa que en la segunda etapa de la iniciación, relacionada con la Confirmación, “se les habla más de valores y opciones vitales”. En ella se mantiene la mitad de los que llegaron a comulgar. “Para ellos es importante sentirse parte de una comunidad más amplia, tener también como referencia a otros grupos de jóvenes más mayores, a grupos de matrimonios, por lo que se van incorporando a la dinámica general con normalidad”, señala.
La iniciación acaba con la incorporación a la vida diaria de la comunidad, ya sea como animadores, voluntarios en Cáritas, miembros del equipo de liturgia…
Tiene muy claro Mari Patxi Ayerra que hay que subrayar la gran suerte que tienen aquellos que pueden acompañar a los que van a comulgar por primera vez, e insiste en “vivir la catequesis como una oportunidad, sentir el privilegio de hablar a los niños de Dios en un mundo en que los dioses son otros y despertar en ellos esa inquietud por lo trascendente”.
Al fin y al cabo, como señala, se trata de “contagiar la fe, algo que solo puede hacer el que tiene ese virus ya inoculado”.
En el nº 2.803 de Vida Nueva.
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