La fe como vuelta a la identidad indígena

indígenas en Venezuela trafican con combustible

El tráfico ilegal de combustible corrompe a pueblos ancestrales en Venezuela

indígenas en Venezuela trafican con combustible

Campesinos esperan en la carretera para vender su gasolina

Texto y fotos: JAVIER F. MARTÍN | Los wayúu son los hombres de la tierra. Los añú, los hombres del agua. Son dos de las comunidades indígenas pobladoras de La Guajira, en el Zulia venezolano, un territorio que rompe algunos de los mitos y estereotipos que sobreviven en el país de Hugo Chávez, donde la sola mención del presidente coloca en zona de sombra realidades demasiado dolorosas. [La fe como vuelta a la identidad indígena – Extracto]

Y aquí, en el noroeste venezolano encontramos mucho de esto: pobreza, marginación, narcotráfico, desestructuración familiar, muerte… Aquí, hace menos de una década, la mortalidad infantil superaba el 40% para los niños menores de dos años. Muchos de ellos morían de hambre.

La Guajira está a una hora de distancia de Maracaibo, la ciudad del petróleo, y muy cerca de la frontera con Colombia. “Es una nación, con una realidad étnica muy presente tanto aquí, en Venezuela, como en Colombia. Esta zona está dividida en dos países, pero los habitantes se sienten un solo pueblo”, explica el arzobispo de Maracaibo, Ubaldo Santana.

Para adentrarse en este territorio, basta con recorrer algunas de las destartaladas carreteras que salen de la capital maracucha en dirección al noroeste. Es un viaje paradójico porque, bajo sus interminables socavones, se encuentran algunos de los yacimientos de petróleo ligero más grandes del planeta; un recurso que no se utiliza para generar progreso en el país ni tampoco para asfaltar con decencia las carreteras.indígenas en Venezuela trafican con combustible

Una situación, dominada por la marginación, a la que se une el tráfico ilegal de combustible, muy extendido en Venezuela, donde el litro de gasolina cuesta menos de un céntimo de euro, por lo que el beneficio por la venta fuera de la ley multiplica por mucho la inversión inicial. Es ilícito, pero las autoridades muchas veces miran hacia otro lado y el rédito económico es espectacular. Los ingredientes necesarios para gangrenar una sociedad.

Sin formación

El sacerdote Eudo Rivera subraya que “muchos dejan de estudiar por el tráfico de gasolina, lo que provoca la destrucción de la familia. Y la degradación es mucho más rápida que lo que puedas construir”.

Pero no es la única consecuencia, ya que los indígenas han dejado de lado también sus formas ancestrales y tradicionales de ganarse la vida, a través del cultivo de la tierra o de la pesca. Ahora, la mayoría solo se dedica al tráfico de combustible con la vecina Colombia. Y eso es algo que se nota al recorrer La Guajira.

En cualquier cruce de carreteras, la gente espera sentada con botellas de uno, dos o cinco litros a que alguien adquiera la gasolina. En ríos y lagunas, bidones de gran capacidad atados a los palafitos, o sobre las embarcaciones, explicitan el oficio de sus propietarios: bachaqueros, como se denomina en estas tierras a los que se ocupan de cruzar combustible de un lado al otro de la frontera.

Los wayúu son más numerosos, van abandonando la vida nómada que arrastran desde sus orígenes –pastores– y están organizados por castas. Tienen códigos penal y civil transmitidos por vía oral. Y hay municipios, como Paraguaipoa, donde su presencia es muy importante en todos los órdenes sociales. Los añú viven en palafitos y su presencia social es mucho menos significativa. En Sinamaica, sobre pilotes, se levanta la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen.

El sacerdote que atiende esta comunidad, Valentín Rodríguez, hoy se muestra feliz “porque unos jóvenes se han quedado a hablar conmigo”. El logro es, en apariencia, pequeño, pero muy significativo para una comunidad que no vive muy pendiente de lo ordinario de la fe. Los pasos son pequeños, pero firmes.

La pregunta es cómo hacer presente a Jesús en medio de la miseria, la corrupción, el tráfico ilegal y las costumbres ancestrales de estas comunidades indígenas.

Eudo Rivera, que trabaja en la zona desde hace 19 años, señala que “no queríamos una solución que fuera un barniz para nuestra conciencia. Era un reto de fe. Nos planteamos numerosas iniciativas, cuyas respuestas no nos satisfacían, porque, más allá de la ayuda concreta, se planteaba el modelo evangelizador. Teníamos que aprender a dialogar con nuestros hermanos indígenas, y nos decidimos por la fraternidad”.

indígenas en Venezuela trafican con combustibleEste sacerdote, arropado por los miembros de su comunidad –mayoritariamente wayúu–, comenzó un proceso de evangelización hacia dentro de la propia parroquia para, después, salir hacia afuera. Redescubrieron el valor de la escucha, de una solidaridad que se convierte en plataforma para la comunión, una forma de presentar a Jesucristo encarnado en la identidad indígena, y visualizaron la misericordia del Padre en gestos concretos de caridad.

Así nació la organización sociocaritativa Tawalayuu (Hermano mío, en lengua wayunaiqui), que intenta dar respuesta a los mayores desafíos de la zona. Esta forma de hacerse presente entre los indígenas se ha ido extendiendo por otros rincones de La Guajira. En plena laguna de Sinamaica, en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen funciona también un comedor y una escuela que acoge a 154 niños menores de diez años.

Junto a esta realidad, se planteaba el reto del anuncio explícito del Evangelio en medio de comunidades con unas tradiciones ancestrales muy arraigadas. Valentín Rodríguez es muy claro cuando reconoce que, “para evangelizar, hay que respetar su cultura y su emotividad, y ponerles a Jesús en el camino”.

Como ocurre con muchas comunidades indígenas, la lengua es determinante, por lo que se están desarrollando iniciativas que permitan la llegada de la Palabra en la lengua nativa de los indígenas de la zona. Algunas pasan por el aprendizaje de la lengua, una tarea en la que está embarcado Eudo Rivera, y que le permite la utilización del wayunaiqui en la celebración eucarística.

Pero esto no es suficiente, por lo que se están motivando otros cauces, como la utilización del proclamador, un reproductor de audio que pone “voz” a la Biblia en la lengua de los wayúu. De este modo, los catequistas y evangelizadores organizan encuentros y reuniones en los que se reflexiona sobre la Palabra de Dios en su propia lengua. Estas reuniones tienen lugar, muchas veces, en domicilios particulares, como el de Chinka y su hija, Helen, quienes reconocen que “el proclamador es el mejor regalo que nos han podido hacer”. indígenas en Venezuela trafican con combustible

Los parroquianos de Eudo Rivera o de Valentín Rodríguez están a una hora de Maracaibo, aunque muchos no han visto de cerca uno de sus símbolos, el Puente Rafael Urdaneta, que une la ciudad con el resto del país desde 1962. Su mundo es mucho más cerrado, para lo bueno y lo malo. Y ahí tienen su reto diario estos dos sacerdotes y el resto de manos que trabajan en La Guajira. Una tierra en la que a Jesucristo se le nombra en la lengua de los wayúu y de los añú; en la lengua de los hombres de la tierra y los hombres del agua.

“El Evangelio no se rinde en Venezuela”

La Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada ha iniciado este mayo una campaña de difusión y captación de recursos para los católicos venezolanos con el lema El Evangelio no se rinde en Venezuela, que se extenderá hasta el próximo 31 de agosto.

Esta iniciativa prevé financiar, con donativos de los benefactores en España, proyectos de ayuda al sustento de sacerdotes y religiosas, formación de seminaristas, pastoral penitenciaria, pastoral familiar y evangelización de jóvenes, por un valor cercano a los 100.000 euros.

Con ellos, pretende dar respuesta a los principales retos que tiene la Iglesia católica en aquel país, que el cardenal Jorge Urosa, arzobispo de Caracas, ha resumido en el fortalecimiento de la evangelización y la catequesis; el trabajo con niños y jóvenes; el cuidado y la promoción de las vocaciones religiosas; y, por último, el fomento de la convivencia social en un país profundamente dividido.

En el nº 2.802 de Vida Nueva.

Compartir