Chequeo a la fe del mundo

cuadro de cifras de las personas que están seguras de la existencia de Dios

mujer rezando con las manos juntas frente a un cirio

DARÍO MENOR | En los países occidentales hay menos creyentes y más ateos que hace 20 años. Es la principal conclusión de un exhaustivo estudio sobre la fe realizado en 30 países, que certifica, además, el aumento de la religiosidad con la llegada de la vejez. [Chequeo a la fe del mundo – Extracto]

Craig Thompson, uno de los grandes autores de cómic contemporáneos, es un hombre marcado por la religión. Creció en una familia fundamentalista cristiana, a la que dedicó su primer gran éxito, Blankets, en el que describe su infancia, y ha pasado después varios años de su vida estudiando el mundo islámico, en el que ambienta Habibi, su última gran obra.

Tanto contacto con diversos credos no han hecho de él una persona religiosa. “Soy espiritual”, decía en el reciente Salón Internacional del Cómic de Barcelona, añadiendo que en lo que de verdad creía era “en el arte”.

El caso de Thompson es paradigmático de la situación de la fe en buena parte del mundo, donde Dios parece pasar a un segundo plano. En la mayoría de los países desarrollados, la religiosidad registra un lento pero constante declive. Esta tendencia conlleva un aumento en el número de ateos, agnósticos e, incluso, de quienes se definen, como el dibujante, espirituales, pero no religiosos.

El mordisco de la secularización se siente sobre todo en las naciones del norte de Europa y en las repúblicas exsoviéticas, con excepciones significativas, como Rusia, donde la fe ortodoxa vive un boom ligado al nacionalismo creciente derivado del vacío que dejó la caída de la URSS.

También se mantienen altos los niveles de religiosidad en los países católicos y en aquellos lugares donde hay competición entre distintos credos, ya sea por la pluralidad de sus sociedades o por el estallido de conflictos armados. Los Estados Unidos e Israel son ejemplos de las dos caras de esta tendencia. El país hebreo, además, lleva registrando en los últimos veinte años un continuo aumento en el número de ciudadanos convencidos de que Dios existe.mujer y niño chinos rezando en una iglesia

Es arriesgado profetizar cómo se desarrollará la religiosidad en el futuro, pero hay elementos que permiten aventurar tendencias.

Por un lado, es probable que siga retrocediendo el porcentaje de población creyente, especialmente en Occidente, pues el secularismo no da señales de remitir. Por otro lado, las fricciones sociales derivadas del nacionalismo, el crecimiento de la identidad religiosa en ambientes multiculturales e, incluso, la crisis económica pueden provocar un aumento de la fe. Sería una respuesta a la “inseguridad existencial” imperante.

Estas son las conclusiones del informe Beliefs about God across time and countries, realizado por el centro de investigaciones sociológicas NORC de la Universidad de Chicago, recientemente publicado. En él se disecciona la creencia en Dios en 30 países durante los últimos veinte años.

Es uno de los estudios más exhaustivos y completos sobre la espiritualidad, para el que han sido entrevistadas 60.000 personas por los expertos del International Social Survey Programme (ISSP), el ágora donde se reúnen las organizaciones más importantes del mundo dedicadas a sondeos de carácter social. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), miembro del ISSP, se encargó de radiografiar la situación de España, para lo que realizó 2.500 entrevistas.

A más edad, más fe

El reputado sociólogo estadounidense y profesor de la Universidad de Chicago Tom W. Smith es el autor del informe, basado en datos recogidos en 1991, 1998 y 2008. Ha estudiado la tendencia en los países donde se han realizado estas encuestas al menos en dos ocasiones.

Las preguntas planteadas a los entrevistados permiten saber el nivel de creencia de la población (desde el ateísmo hasta la fe firme en Dios), el convencimiento o no de las características antropomórficas de la deidad y la evolución de la religiosidad en las diferentes franjas de edad. Es interesante comprobar en esta última variable una tendencia: excepto en Israel, en todos los otros países del estudio, el porcentaje de creyentes aumenta de forma paralela a la edad.

De media, el 43% de las personas de más de 68 años están convencidas de la existencia de Dios, mientras que entre las que tienen 27 años o menos, el porcentaje baja al 23%.

cuadro de cifras de las personas que están seguras de la existencia de Dios

Hasta ahora, muchos sociólogos pensaban que una generación arrastraba durante toda su vida una misma postura respecto a la religión. Esto explicaría que el mayor grado de ateísmo, agnosticismo e indiferencia ante el hecho religioso de los jóvenes vaya poco a poco haciendo sociedades más secularizadas.

Smith, sin embargo, explica que la gente puede ir cambiando su actitud hacia Dios según va cumpliendo años. “Los mayores crecimientos en la creencia se dan a partir de los 58 años. Esta situación se debe probablemente a la cercanía de la muerte”, dice.

No es el único que ha llegado a una conclusión similar. Otro estudio del Departamento de Psicología de la New University of Otago (Nueva Zelanda) sugiere que, cuando los no creyentes piensan en la muerte, desarrollan inconscientemente una mayor receptividad al hecho religioso, aunque de forma consciente digan que aumenta su escepticismo. Entre los creyentes, por contra, su fe se refuerza en ambos niveles.

Es probable que siga retrocediendo
el porcentaje de población creyente,
especialmente en Occidente,
pues el secularismo no da señales de remitir.

El profesor Jamin Halberstadt, coautor de la investigación, considera que en un primer momento los resultados refuerzan la teoría de que, ante el miedo a la muerte, las personas tienden a defender su postura, sea esta de creencia en Dios o no.

El miedo a la muerte

Sin embargo, al medir los niveles de inconsciencia, la situación es diferente. “El miedo a la muerte es una experiencia universal para el hombre, ante el que la religión parece jugar un papel psicológico importante para rebajar esta ansiedad. Como muestra el estudio, esto ocurre tanto en un nivel consciente como inconsciente, lo que permite que incluso los ateos declarados se beneficien de ello inconscientemente”, explica Halberstadt.

Smith cree que una de las causas de que los ciudadanos dejen de declararse religiosos está en la disminución de la confianza hacia las instituciones que canalizan la fe, como la Iglesia. “Los escándalos han hecho mucho daño a la Iglesia católica. El ejemplo más claro de este efecto se ve en Irlanda”. En este país de larga y arraigada tradición católica ha caído un 16% el número de convencidos de la existencia de Dios.

En otras naciones se da el mismo fenómeno sin que haya escándalos de por medio debido a la disminución de la “religiosidad oficial a través de las instituciones” y al crecimiento del “pensamiento independiente”.

Smith traza un paralelismo entre la fe y la política, pues también en este campo “hay más gente que va por su cuenta y a la que no le gustan los partidos”. “Estamos viendo que cada vez hay más personas que no se sienten representadas por las instituciones oficiales. Está relacionado con el mayor acceso a la información y la mejora en la educación”, opina el profesor.

El miedo a la muerte es
una experiencia universal para el hombre,
ante el que la religión parece jugar
un papel psicológico importante para rebajar esta ansiedad.

Aunque no se refleja en este informe, Smith advierte cambios entre las religiones: hay algunas que crecen y otras que disminuyen. No solo se debe a la mayor o menor natalidad de sus fieles; también se explica por las conversiones y por los creyentes que pasan a ser ateos o agnósticos.

En su país, los Estados Unidos, el grupo social que más está aumentando es el de los espirituales pero no religiosos, como Thompson, el dibujante de cómic. Muchos de ellos han tomado esta decisión por la defección que sienten hacia la jerarquía eclesiástica. Los espirituales son hoy el 20% de la población estadounidense, el doble que hace unos años.

Solo en tres naciones (Israel, Rusia y Eslovenia) no se está dando el “lento y continuo declive en la fe” presente en el resto de territorios estudiados.

mujer cristiana ortodoxa en Bielorrusia rezando y poniendo velasEl primero de los casos, Israel, es, en parte, fruto de la perenne situación de conflicto que viven los israelíes con los palestinos y con sus vecinos desde el nacimiento de su Estado. Es tanto un choque político y territorial como un pulso religioso entre judíos y musulmanes. La propia composición de la Knesset (el Parlamento israelí) refleja esta evolución: se ha pasado de una gran presencia de partidos laicos de matriz socialista a un protagonismo de las formaciones confesionales y ultraortodoxas. Estas últimas, además, forman parte de la coalición que sostiene al Gobierno de Netanyahu.

Su mayor relevancia social y política no está justificada con su peso demográfico, pues los haredi (como se conoce también a este colectivo) solo representa el 10% de la población. Son, sin embargo, los más prolíficos: tienen tres veces más hijos que la media, lo que ha provocado que una cuarta parte de los estudiantes de primaria tengan padres ultraortodoxos. Este baby boom puede asegurar que el porcentaje de israelíes creyentes fervorosos se mantenga alto en el futuro.

El peso del nacionalismo

En Rusia, el aumento de la religiosidad se debe al gran crecimiento que ha vivido la Iglesia ortodoxa desde la perestroika. “Ser ruso hoy significa ser cristiano ortodoxo. Es fruto del nacionalismo imperante”, dice Smith.

Francisco Martínez, experto en aquel país e investigador de la Universidad de Tallin (Estonia), explica el espectacular aumento en el porcentaje de rusos que se declaran creyentes (24,2 puntos más en veinte años) debido a una “crisis de identidad”. “Se vive un síndrome postimperial, es un proceso que aún no ha acabado. Hay una reacción a todo lo soviético. Se ve a la religión ortodoxa como símbolo de unidad, como una afirmación de lo ruso”, afirma Martínez.

Para él, esta situación “no ha aparecido espontáneamente, sino que es parte de un proyecto político que aspira a definir cómo debe de ser el buen ruso y cómo es el mal ruso. Este tipo de hegemonía afecta a todas las prácticas sociales, pero en el caso de la religión es más evidente y con más arraigo histórico, ya que el poder político ruso, incluido Stalin, siempre instrumentalizó tanto la fe ortodoxa como su Iglesia”.

En medio de la ola de creciente indiferencia ante la existencia de Dios que sacude la mayor parte de Occidente, Smith encuentra evidencias de que la competición y el conflicto entre fes estimulan la creencia. Además de Israel, también es evidente esta tendencia en Irlanda del Norte, donde el choque entre protestantes y católicos hace que se mantengan niveles de religiosidad mayores que en el resto de Reino Unido.

La competición religiosa hace
que la gente crea más. Para la fe,
es positivo que haya varias posibilidades
entre las que elegir.
Si hay solo una religión en el país,
se trata de tomarla o dejarla,
y la mayor parte la deja”.

Ocurre algo similar en Chipre, una isla partida en dos por el conflicto entre la población ortodoxa, de ascendencia griega, y la musulmana, de origen turco. Un 59% de los chipriotas y un 46% de los norirlandeses están seguros de la existencia de Dios. Solo ocurre lo mismo con un 17% de los británicos.

“La competición religiosa, aunque no sea a través de un enfrentamiento entre comunidades, hace que la gente crea más. Para la fe, es positivo que haya varias posibilidades entre las que elegir. Pasa lo mismo que en un mercado. Cuando hay variedad de productos, se compra más. Si ofreces más posibilidades de elección, las personas encuentran su lugar. En cambio, si hay solo una religión en el país, se trata de tomarla o dejarla tal como es, por lo que la mayor parte de la gente la deja”, explica Smith.

La competición entre religiones en una misma nación se ha visto incrementada por la inmigración, fenómeno que está cambiando la composición de las sociedades occidentales. “Si a los recién llegados se les ve como una amenaza, ocurrirá lo mismo con su fe, por lo que es posible que nazca un conflicto que, a su vez, repercuta en una mayor religiosidad de la población autóctona”, resume Smith.

Martínez encuentra que esta situación existe hoy en Rusia: “La minoría que más crece es la de los musulmanes, lo que está provocando una reacción de la mayoría cristiana ortodoxa, que trata de reafirmarse”. niños judíos ultraortodoxos en Israel

La reacción de los inmigrantes que llegan a un país de distinta religión y con un menor nivel de creencia puede ser de tres tipos. La primera es la confirmación de la propia fe como forma de mantener la identidad en una sociedad de la que no se sienten parte.

La segunda opción es la conversión al credo imperante en la nación de acogida debido a la inculturación. Esta situación es habitual entre los sudamericanos católicos que pasan al protestantismo cuando arraigan en los Estados Unidos o Canadá. Finalmente, están los inmigrantes que se embeben de la falta de creencia imperante en Occidente y abandonan la fe que practicaban en sus países de origen.

“Hay ejemplos de las tres situaciones”, dice Smith. En el caso de los musulmanes que emigran a naciones donde su fe es minoritaria, la mayoría aumenta su religiosidad, pues la considera un “factor clave en su identidad”. “Muchos se sienten en un ambiente hostil. Tienen que rezar en mezquitas construidas en garajes. Se encuentran, además, en una situación social débil, pues desempeñan los peores trabajos. Esto hace que se encierren en sí mismos y refuercen su fe”, afirma Bernabé López García, catedrático de Historia del islam contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid.

El caso de Filipinas

En el estudio de la Universidad de Chicago hay una nación que sobresale por su altísimo nivel de religiosidad, la firmeza en la fe de sus ciudadanos a lo largo del tiempo y el convencimiento sobre las cualidades antropomórficas de Dios: Filipinas. Smith lo justifica por tres motivos, cada uno de los cuales suelen garantizar altos niveles de creencia: es un país católico, en desarrollo y con un componente emocional muy fuerte ligado a la religión.

El jesuita filipino Jose Mario C. Francisco, director de la Escuela de Teología Loyola, de la Universidad Ateneo de Manila, explica que las tradiciones religiosas son parte del “tejido social y cultural” de la mayoría de Asia, pues desempeñaron un “papel importante para la formación de sus sociedades”. La secularización, además, aunque está presente, es mucho más leve que en Occidente. “El sector antirreligioso de la población es pequeño”, reconoce el teólogo.

El catolicismo llegó a Filipinas con la colonización española, que unió las comunidades existentes en una sola y con una misma fe. A diferencia de lo que ocurrió en América Latina, el Evangelio se propagó utilizando las lenguas nativas, como el tagalo. “Los cristianos filipinos desempeñaron un papel activo para propagar la fe. La Iglesia y sus misioneros formaron parte del desarrollo de la sociedad nativa incluso con el riesgo de conflicto con el poder colonial. Hospitales, orfanatos y escuelas fueron construídas por la Iglesia”, cuenta el P. Francisco.

A lo largo de la historia, el catolicismo ha seguido el paso de la sociedad filipina. Primero participó en la lucha por la independencia de España, luego contribuyó a la caída del régimen autoritario de Ferdinand Marcos en 1986 y hoy sigue estando “vinculado con los asuntos sociales”. “La presencia e influencia de la Iglesia católica en la sociedad filipina seguirá siendo sentida a lo largo de los cambios que se producirán en el país y en el mundo”, augura el religioso.

En el nº 2.802 de Vida Nueva.

 

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