Editorial

En diálogo con los no creyentes

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Ha arrancado en París una nueva iniciativa de diálogo con los no creyentes. El Atrio de los Gentiles, organizado por el Pontificio Consejo para la Cultura que preside el cardenal Gianfranco Ravasi, alma mater de este proyecto. La inauguración oficial ha tenido lugar en la capital francesa, cargada de simbolismo, durante los pasados días 24 y 25 de marzo. El escenario ha sido muy significativo para el objetivo del proyecto: la UNESCO, la Sorbona, el Instituto Francés (que aglutina a las distintas academias francesas), los Bernardinos y la catedral de Notre Dame. Espacios significativos en un país con una larga tradición en lo que se refiere al fluido de las ideas y del pensamiento.

Los asistentes y participantes, una amplia representación de la sociedad y de la cultura francesa, han dado contenido al proyecto. Un éxito en toda regla que ha mostrado el deseo de la Iglesia de dialogar con los no creyentes para ofrecerles la Buena Nueva. Una iniciativa de búsqueda, de oferta, de camino conjunto. La idea, aunque fue sugerida por el papa Benedicto XVI en su discurso a la Curia romana en 2009, sin embargo ya estaba presente en el espíritu del Vaticano II, siendo Pablo VI quien fijó la estructura de un Pontificio Consejo para los no creyentes que, posteriormente, Juan Pablo II unió al de Cultura.

Lo primero que hay que reseñar es el carácter conciliar, en el espíritu del Vaticano II, de este evento, que ha levantando grandes expectativas, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Es necesario este diálogo, esta capacidad de escucha, comenzando por poner en valor al otro, si queremos que pongan en valor nuestra propuesta de fe, nuestra cosmovisión, nuestra manera de enfocar los grandes problemas que hoy se plantean los hombres y mujeres en esta etapa histórica.

El Atrio de los Gentiles no es una estructura docente que busque exponer ni imponer, ni una estructura de proselitismo, ni tan siquiera una estructura interna de evangelización al uso. Es un espacio abierto en el que cabe todo el que tenga algo que aportar desde su propia cosmovisión, sin exclusiones. El respeto al otro, a su dignidad, es fundamental. Vamos todos a aprender, no solo a enseñar de forma críptica.

Se trata de dialogar y, en todo diálogo, las dos partes son importantes. Otra cosa es la capacidad para dialogar y si, realmente, conocemos el terreno que se pisa. Algo de esto se hizo en el diálogo interconfesional, y no con pocas reticencias, con la experiencia que llevó a cabo Juan Pablo II con el llamado Espíritu de Asís. Es la hora de sentarse juntos, de caminar juntos, de aprender juntos, de trabajar juntos. No es la hora del fundamentalismo excluyente.

Muchos han querido ver en esta iniciativa cierto sincretismo. Nada más lejos del sincretismo que una actitud humilde de diálogo para poder ofrecer, no mezclar, sino tener la posibilidad de mostrar en el futuro que los cristianos tenemos una propuesta de vida, una palabra significativa, una respuesta a las grandes preguntas que todos nos hacemos sobre la vida, la muerte, la felicidad, el sufrimiento, la libertad… No se trata de un actitud sincretista en las respuestas, sino de una sinfonía, una polifonía que  enriquezca. Otra cosa puede ser positiva, pero será otra cosa.

Por eso, hay que estar atentos a cómo se desarrolla esta iniciativa que, en su raíz, lleva el germen del respeto al otro. Se corre el riesgo de justificar con este formato otros formatos más estridentes en los que se aborden temas sin la debida humildad, haciendo resurgir viejos fantasmas de dogmatismo que ya están superados. La aventura es interesante y necesaria.

En el nº 2.748 de Vida Nueva (del 2 al 8 de abril de 2011).

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