Editorial

Ayudar a la Iglesia a autofinanciarse, un reto

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EDITORIAL VIDA NUEVA | La ayuda a la Iglesia y a sus múltiples necesidades tiene los más variados cauces. La comunidad eclesial, en sus más diversos ámbitos, necesita de la fraternal colaboración de todos, dentro de la profunda comunión de vida, dones y bienes que brota del compromiso creyente.

Ya en la base de la primitiva Iglesia, los bienes compartidos aparecen unidos a la celebración eucarística y, según Hechos de los Apóstoles, “nadie pasaba necesidad”. La fundamentación bíblica, teológica y litúrgica de la colaboración fraterna y de la ayuda a los necesitados es rica y antigua, y siempre aparece unida a la celebración de la Eucaristía.

Hay muchas formas de concretar esta colaboración y la Iglesia tiene sus vías para facilitar esa experiencia de comunión. No solo ayuda de quienes tienen dinero; también la de muchos pobres que, con su tiempo y vida, son garantes de donosas entregas.

La historia ha articulado maneras de ayuda con mayor o menor acierto, sujetas a las coordenadas del momento. No siempre se ha estado cerca del genuino sentido de colaboración de la Iglesia en sus necesidades, aunque siempre ha habido quienes, desde el ejemplo y la santidad, han sabido señalar el camino evangélico.

Con la llegada de los meses de mayo y junio, en España, los contribuyentes tienen una cita con Hacienda en la declaración anual de la renta, y una ocasión fácil y cómoda de colaborar con la Iglesia.

Colaborar con el sostenimiento de la Iglesia
es un compromiso que nos afecta a
los que nos sentimos Iglesia
y a los alejados que valoran su labor.

La asignación tributaria es un signo de compromiso y una forma sencilla y gratuita de colaborar con la Iglesia. Se trata de indicar al Estado que una parte de nuestros impuestos se entreguen a la Iglesia. No supone pagar más o que nos devuelvan menos; simplemente consiste en decidir si una parte de nuestros impuestos queremos que se destinen a favor de la Iglesia o preferimos que el Estado los destine a otras finalidades. Los Acuerdos con la Santa Sede contemplan que el Estado haya tenido que completar el resultado de la asignación.

El colaborar con el sostenimiento de la Iglesia es, en consecuencia, un compromiso que nos afecta a todos los que nos sentimos Iglesia, y también a aquellos que, estando alejados de la misma, valoran la labor que realiza la misma en nuestra sociedad. Hay muchos sistemas de colaboración económica con la Iglesia, pero sin duda, la forma más fácil, que no excluye a las otras, es asignar un porcentaje de nuestros impuestos.

Hay, sin embargo, algo que la Iglesia no debiera descuidar: la necesaria autofinanciación. Ha de ser un objetivo para el que se han de proponer y llevar a cabo los medios necesarios, dentro de la ética y de la legalidad más escrupulosa. La rentabilización de los recursos y medios de los que dispone la Iglesia han de ser puestos al servicio de sus necesidades.

Urge la formación de la conciencia del cristiano, poco acostumbrado e imbuido por el ambiente del nacionalcatolicismo, que convertía al Estado en tutor económico de la Iglesia con no pocos peajes. Superar esa mentalidad ayudará a encontrar el camino recto de la autofinanciación. En lo que se refiere a la gran labor asistencial de la Iglesia, el camino no puede ser otro que situarse en igualdad de condiciones con el resto de colectivos.

En el nº 2.799 de Vida Nueva. Del 5 al 11 de mayo de 2012

 

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