Jesús María Alday: “Hay curas que enferman de altruismo”

Jesús María Alday, claretiano

Claretiano y psicopedagogo

Jesús María Alday, claretiano y psicopedagogo

VICENTE L. GARCÍA | La Iglesia, además de por el estado material y espiritual de los curas, también mira por su situación psicológica. Esta preocupación –como refleja la celebración, recientemente, del congreso que tuvo lugar en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma sobre Sacerdotes en el diván. Bienestar y malestar en el trabajo pastoral– es la misma que forma parte esencial de la vocación religiosa del claretiano Jesús María Alday. [Extracto de la entrevista con Jesús María Alday]

Este alavés, doctor en Teología Espiritual, licenciado en Psicopedagogía y profesor del Instituto de Teología de la Vida Consagrada, habla con conocimiento de causa (por su experiencia personal en la formación de seminaristas y por sus numerosas investigaciones, traducidas en varios libros) sobre lo relacionado con los posibles estados de ánimo de los sacerdotes y las razones que les pueden llevar, como tantos otros trabajadores de cualquier ramo, a estar “quemados”.

Entre las causas para esta frustración, la principal se da en “los curas que enferman de altruismo”. Expresión que explica así: “Generalmente, son los comprometidos en actividades caracterizadas por el continuo contacto con personas que necesitan una excesiva asistencia y a las cuales no logran ayudar adecuadamente. Esta incapacidad se vive con frustración y se reacciona mediante una desconfianza en las propias capacidades y con una progresiva renuncia a implicarse en el trabajo, sobre todo cuando los problemas son muy fuertes”.

¿Y el celibato, puede causar algún tipo de desajuste psicológico? A su juicio, no. Excepto cuando “es vivido inmaduramente; entonces sí puede ser causa de algunos desajustes psicológicos, como la neurosis pastoral, las actitudes avasalladoras, las obsesiones, el narcisismo…”. O, en los casos más extremos y excepcionales, los abusos, que se han dado por parte de algunos sacerdotes y religiosos en las Iglesias de varios países.

Para hacer frente a estos desvíos, Jesús María pide “plantearse seriamente el tema de la formación de la persona del cura, tanto en sus años de seminario como en la segunda y tercera edad. Tal vez, la preparación de la vocación sacerdotal ha insistido mucho en lo espiritual, doctrinal y pastoral, y no tanto en la personalidad del ministro”. Y esa falta es algo que, a su juicio, muchos curas y religiosos acaban pagando luego en su desarrollo personal.

Por su conocimiento directo de lo que es la vida en comunidad, sobre todo entre los religiosos, entiende que la convivencia con otras personas influye mucho en el estado de ánimo. Pero, ¿en qué sentido? “Depende de cómo sea la comunidad. Si se respira y se vive la fraternidad evangélica, el mundo psicoafectivo queda satisfecho. Lo mismo con la comunidad parroquial, que puede ser un punto de referencia muy terapéutico. En muchas ocasiones, los fieles de una parroquia pueden ser auténticos salvadores de sus curas”.

Experiencia de crisis

Para Jesús María, lo más duro de sus labores de asesoramiento psicológico a sacerdotes es cuando ha de dar el paso, con ellos, de “descubrir” que tienen un problema: “Esto puede convertirse para ellos en una experiencia de crisis, de sentirse ‘sorprendidos’ ante algo que antes no habían sentido. Lo más importante es vivir este momento como una ‘hora de Dios’. Y, después del descubrimiento, saber comunicarlo bien a otro cura, confesor, director, psicólogo, etc. También es básico que la gente de su entorno no olvide que el cura es una persona que, como todos, puede estar bien o mal”.

La cercanía y la comprensión pueden ayudarle. Los comentarios por lo bajo y a sus espaldas no lo hacen en absoluto.

El último consejo de este claretiano: la oración. “Psicología y espiritualidad, naturaleza y gracia, han de ir de la mano en armoniosa sinfonía”.

EN ESENCIA

Un libro: Un futuro para la Vida Consagrada.

Una canción: Boga, boga.

Un deporte: la pelota vasca.

Un lugar en el mundo: Euskal Herria.

Un valor: la espiritualidad.

La mayor tristeza: la falta de amor.

La última alegría: la ternura de un abrazo.

Un recuerdo de la infancia: el día de Navidad.

Que me recuerden por… ser una persona acogedora y sencilla.

En el nº 2.799 de Vida Nueva.

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