Algunas consideraciones sobre nuestros presbiterios y la llegada de sacerdotes foráneos

curas extranjeros celebrando misa

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ALFONSO CRESPO, ex vicario general y profesor del Seminario de Málaga | Una constante de hoy es la interculturalidad. Incluso la catolicidad de la Iglesia se reviste en estos tiempos de la pluralidad más rica. Pero siempre el etnocentrismo europeo ha mirado a “las otras culturas” como dependientes y deudoras de su progreso.

Incluso, de forma inconsciente quizás, no parece que América del Sur, África o los países más pobres de Europa puedan aportar mucho a la Iglesia europea de raíces añejas. Esta premisa es necesaria para la reflexión posterior.

Centrándonos en nuestro país y en el tema de los sacerdotes que se incorporan a nuestros presbiterios, conviene reflexionar sobre las diferencias que hay entre “salir de España como misionero” a llegar a ella como sacerdote de un país hasta ahora considerado de misión. Incluso podemos señalar que no es lo mismo ir de un país desarrollado a otro más pobre, que venir de un país pobre a un país con una economía de bienestar.

Al señalar las diferencias, podemos también remarcar algunos posibles riesgos que pueden surgir en la inserción de los sacerdotes que se incorporan a nuestros presbiterios desde otros países.

1. El entorno eclesial: Iglesia diocesana y presbiterio

Nuestros presbiterios, hasta ahora, se han surtido de sacerdotes autóctonos: un mismo seminario –o seminarios colindantes–, una misma historia, una cierta “fraternidad sacramental” que crea un estilo de relaciones dentro del presbiterio (sobre todo en la mayoría de las diócesis de población mediana o pequeña).

La llegada de sacerdotes sin raíces y sin conocimiento de la historia de la diócesis, si no se les ayuda en su integración (con una doble fuerza: ellos deben integrarse, nosotros debemos acogerlos), puede terminar siendo un círculo cerrado, si forman grupo, o islotes, si se quedan en solitario. A la vez, el presbiterio se puede ir fraccionando, perderse unas señas de identidad que lo ha configurado por una historia y una espiritualidad trasmitidas de generación en generación.

  • Se tendría que hacer un esfuerzo por mostrar a los que vienen los modelos de pastor ejemplar que hay en la memoria del presbiterio y la historia diocesana.

2. El entorno socioeconómico

Nuestros misioneros han llevado Evangelio y progreso casi al unísono; es más, han dejado una situación de cierto privilegio para adentrarse en una vida de carencias. Esto ha marcado un estilo de vida sacerdotal. Por el contrario, quizás la mayoría de los sacerdotes que están viniendo a nuestro país procede de países más pobres.

¿Pueden aportarnos, como testimonio profético, su estilo de vida más austero, o corren el riesgo de ser engullidos por lo negativo de nuestra sociedad de consumo?

  • Conviene plantear la situación económica con claridad. No es un tema menor, y, sobre todo, debe ser un tema enclavado en un conjunto de virtudes sacerdotales, en la espiritualidad del seguimiento, marcada por los consejos evangélicos.

3. El cambio de paradigma pastoral es muy grande

Si no hay una buena introducción en un diagnóstico pastoral “que les abra los ojos” a lo que se van a encontrar, pueden quedar flotando en una pastoral meramente sacramental y sin incidencia en una pastoral misionera, acorde con las necesidades de un país que, aunque ya recibió el anuncio, parece que lo ha olvidado y necesita ser re-evangelizado.

  • Hay que hacerles ver que vienen como misioneros, aunque en unas claves diferentes. Quizás es difícil hacerlo ver a los sacerdotes que viene de África o de Hispanoamérica.

4. Sacerdote: persona y personaje

La figura del sacerdote en nuestro país ha dejado de estar protegida, “respetada y valorada”, llegando a ser como una “profesión más” dentro de una sociedad más secularizada. Algunos pueden venir de otras culturas, donde el sacerdote es todavía un “personaje”, respetado, valorado y con un cierto rango de privilegio.

  • Hay que ayudar a que “aterricen adecuadamente” en la comunidad que se les confíe, sabiendo promover los diversos ministerios y el papel del laico en la comunidad. Conviene que asuman bien el modelo de pastor que necesitan nuestras comunidades.

5. Seminaristas en nuestros seminarios provenientes de otros países

Habría que distinguir los que llegan a nuestros seminarios como fruto de una inmigración: hijos de emigrantes acoplados en nuestro territorio que sienten la llamada vocacional. Creo que estos tienen los mismos derechos y deben seguir el mismo proceso marcado en las diócesis. El acompañamiento y discernimiento vocacional por parte de los formadores es una garantía

Importar vocaciones sin un previo discernimiento de garantías en su lugar de origen puede convertirse en un canal fácil de inmigración legal con gastos pagados. Es un riego y parece que no hay experiencias muy felices, sobre todo en el mundo femenino.

El problema vocacional de Europa tiene unas causas muy complejas. Y la solución debe buscarse en una honda reflexión y en un nuevo planteamiento sobre la figura y diversos modelos del presbítero hoy.

Se trata de un tema que resulta muy complejo. Quizás la mejor fuente de información la tenga la misma experiencia de nuestros seminarios.

En el nº 2.798 de Vida Nueva.

 

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