Roberto Tomichá: “Necesitamos superar la uniformidad para abrirnos a la diversidad”

Roberto Tomichá, teólogo indígena e indigenista

Teólogo indigenista, director del Instituto Latinoamericano de Misionología

Roberto Tomichá, teólogo indígena e indigenista

ÓSCAR ELIZALDE PRADA. Fotos: ARCHIVO CLAR | Cuando Roberto Tomichá estudiaba teología en Roma, muchos compañeros pensaban que provenía de alguna región oriental. Difícilmente logró convencerlos de que sus facciones correspondían al grupo de los chiquitanos, un pueblo indígena del oriente de Bolivia. [Entrevista con Roberto Tomichá – Extracto]

A partir de sus estudios doctorales en Misionología y del encuentro con sus raíces chiquitanas, encauzó sus búsquedas teológicas en prospectiva indígena.

Es franciscano conventual, fue perito en la Conferencia de Aparecida y pertenece al equipo de teólogos de la CLAR. Desde 2003 dirige el Instituto Latinoamericano de Misionología, de la Universidad Católica Boliviana. Se considera heredero de una tradición indígena-cristiana, o mejor, de un cristianismo vivido en versión indígena.

– ¿Cómo se dio su reencuentro con sus raíces?

– Generalmente, los indígenas hemos sido discriminados. Desde el punto de vista de los pueblos originarios, la experiencia de protagonismo, participación y reconocimiento sociopolítico, es relativamente reciente. Después de 500 años de la primera evangelización, hemos dejado de ser considerados “menores de edad”. A nivel eclesial también hemos vivido dos momentos: antes y después del Concilio Vaticano II. En el encuentro del CELAM en Melgar, en 1968, se reconoció por primera vez la diversidad de los pueblos indígenas, y desde ahí se comenzaron a recuperar expresiones, culturas, lenguas, y ahora también, la teología, como aporte a un cristianismo plural.Roberto Tomichá, teólogo indígena e indigenista

Yo también soy parte de este proceso y he comenzado a recuperar mi identidad indígena de forma abierta, reconociendo la identidad chiquitana heredada de mis padres. Este reencuentro lo viví gracias a la visión que encontré en la Teología de la Liberación, que en su momento me inspiró para descubrir un protagonismo desde abajo, y al movimiento de los 500 años de evangelización en América Latina. Entonces yo me encontraba en Roma y, cuando se está fuera, se valora más lo propio. Así, me fui reencontrando con mi identidad cultural, en búsqueda de una identidad cristiana y teológica.

– ¿Hoy se siente vinculado a su pueblo originario?

– Lo que más me vincula es la superación de algunos esquemas que, en lo personal, me habían impedido ser persona. Me explico. La herencia de formación que recibí provenía de un modelo válido, pero insuficiente y restrictivo, que no llenaba todo lo que quería ser como persona, tanto en lo humano-relacional como en lo teológico. Me encontraba frente a una versión de cristianismo, de Iglesia y de Vida Religiosa que en algún momento no me llegó a convencer del todo.

Esto me llevó a plantearme dos opciones: la primera era buscar otra posibilidad, porque esta experiencia no respondía; la segunda, empezar a proponer algo diferente desde dentro, en búsqueda de alternativas para leer el cristianismo y la experiencia religiosa desde otras categorías. Fue ahí cuando empecé a redescubrir mi ser indígena. Me di cuenta de que la versión que yo había recibido del cristianismo era una entre muchas.

Actitud dialéctica

– Y en esa búsqueda, ¿cuál fue el aporte que recibió de su cultura originaria?

– Antes de hablar de aporte hay que hablar de un “de-construir”. Recibimos una mentalidad, una estructura, unos paradigmas que no responden del todo a nuestras búsquedas. Entonces hay que saber poner entre paréntesis la llamada concepción occidental, de dicotomía, de una cierta racionalidad que quita valor a lo afectivo-relacional, de una cierta ritualidad, de un cierto modo de ver la vida de manera clasificada, de una cierta linealidad en la experiencia del tiempo.

“En la experiencia indígena, el tiempo es otro,
es un estar en-relación-con
para compartir la vida y celebrarla en la gratuidad”.

Más que una confrontación, se trata de una actitud dialéctica, lo cual implica un dejar y un recuperar. Yo comencé a dejar aquello y recuperar lo otro. ¿Qué es lo otro? Primero, dar una gran importancia a lo relacional. Comencé a descubrir que, en la experiencia indígena, el tiempo es otro, es un estar en-relación-con para compartir la vida y celebrarla en la gratuidad. Esta experiencia la recibí de mi familia y de mi pueblo. Un segundo aporte es el tema de lo mítico, de los sueños, de lo simbólico.

Lo narrativo también genera vida, nos enseña a vivir. Por eso, las culturas antiguas tenían un gran aprecio por los sueños, por los relatos. Aún en la misma Biblia encontramos que, para algunos personajes, la revelación del misterio se da a través de los sueños. Lo que muchos han considerado como irracional, en verdad ha sido fuente de vida y sabiduría para pueblos enteros. Esto es lo que yo he venido recuperando.

– Como teólogo, este proceso de descubrimiento, ¿le ha causado problemas?

– He tenido la gracia de contar con personas de mi comunidad que han confiado en mí. Evidentemente, he aprendido que en una comunidad hay que saber conjugar las cosas, evitando conflictos inútiles. Es así como los pueblos indígenas hemos sobrevivido durante siglos a la colonización, a las opresiones… Con mis estudios fui aprendiendo que, a veces, hay cosas que es mejor no comunicarlas si no se dan las condiciones. En lugar de esto, hay que ayudar a construir. Las contrariedades no nos impiden ir gestando proyectos y relaciones dentro y fuera de la comunidad. En ese sentido, he tratado de tejer redes de cara a la sociedad cristiana, al mundo y al mismo cosmos. En cuanto a los conflictos, creo que mi actitud “moderada” me ha salvado de dificultades. Desde la teología india, y a pesar de nuestra condición de minoría, debemos seguir luchando por una propuesta cristiana diversa, pero al mismo tiempo, sólida y profunda.

“Estoy convencido de que
quien hace teología india tiene que ser
una persona articulada y armonizada
con su entorno ecológica, planetaria”.

Apasionamiento

– ¿Qué se requiere para hacer teología india?

– Toda reflexión teológica, como toda actividad de la vida, requiere de un apasionamiento, de un tomarse en serio la vida en toda sus dimensiones: intelectual, afectivo-relacional, cósmica… Estoy convencido de que quien hace teología india tiene que ser una persona articulada y armonizada con su entorno, ecológica, planetaria. Eso es lo que nos enseñan los pueblos indígenas en su gran con-naturalidad, en su gran hermandad.

Esa relación cósmica de la que hablo es el gran aporte de la teología india, que proviene también de la sabiduría y de la espiritualidad indígena. Desde ahí, es posible descubrir la pasión de cargar con la propia vida, ¡y cargarla con alegría! Si no hay pasión en lo que se vive, no hay pasión por la teología india.

Roberto Tomichá, teólogo indígena e indigenista– ¿La perspectiva cósmica se encuentra vinculada al llamado “buen vivir” de los pueblos indígenas?

– Hoy se habla mucho del “buen vivir”, o sumak kawsay (en quechua) o suma qamaña (en aymara). Es una visión de la armonía, del equilibrio, de la no dualidad; es una visión de la reciprocidad. Como perspectiva y actitud de vida, es uno de los aportes fundamentales que pueden ofrecer los pueblos indígenas al mundo, a la Iglesia y a la teología. Toda una experiencia de “escuchar, aprender y anunciar”, como decía el lema del III Congreso Americano Misionero. Por eso, el “buen vivir” es ante todo un “con-vivir”, no solamente con otras personas, sino en un sentido cósmico, con todos los seres vivos y no vivos.

Con este acento, se propone superar el paradigma de la esencia para pasar al de la relación, de la comunidad. Esto tiene mucho sabor cristiano. Hoy necesitamos superar los modelos de uniformidad (una forma errada de comprender la unidad) para abrirnos a la diversidad. En el caso de la teología, vamos encontrando cómo la teología india es una teología en clave narrativa e icónica que bien podría responder a las sensibilidades del mundo posmoderno y que podría ayudar a recuperar una antropología profunda, en relación con el misterio, eso que algunos llaman “mística”.

En el nº 2.797 de Vida Nueva.

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