El salto

PABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“Amar tiene poco que ver con sentir o creer; amar es más bien saltar junto al amado hacia lo desconocido…”.

He visto a pocos hombres y mujeres enamorados de Dios. Algunos sí, sobre todo en su juventud. Pero luego se olvidan, nos olvidamos; el trabajo deja de resultar una pasión, y nos acostumbramos a lo sagrado. Es el momento de comprender que el amor es un sacrificio, es decir, un sacro-oficio: el momento de entender que dolor y amor no son más que las dos caras de lo mismo.

Siempre queremos estar bien, ese es nuestro problema. Pero, como las olas en una playa, el bien viene, llenando nuestras manos, y se va, dejándolas vacías: las manos no pueden estar siempre llenas, porque solo unas manos vacías pueden recibir.

Si algo nos duele es porque lo hemos perdido, porque nos hemos identificado con eso, porque hemos creído que nosotros éramos eso. Pero nosotros nunca, nunca somos lo que creemos ser. El dolor nace de este descubrimiento; por eso nos aproxima al mismo tiempo a la ceguera y a la lucidez.

A medida que corregimos la imagen o idea que tenemos de nosotros mismos o, mejor aún, a medida que miramos con benevolencia esa torpe construcción que hemos hecho de nosotros, el verdadero amor, puede comenzar a filtrarse. Entonces, empezamos a ser humanos.

No sabemos nada del ser amado; saber esto es la garantía de que le amamos. Solo quien ama, sabe que el amado –hombre o Dios– es un extraño. Imposible amar sin decir al amado: “Eres un misterio, me alegro de que seas un misterio”. Amar tiene poco que ver con sentir o creer; amar es más bien saltar junto al amado hacia lo desconocido.

En el nº 2.793 de Vida Nueva.

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