Diego Laínez, gratitud y reconocimiento

Se cumplen 500 años del nacimiento del sucesor de san Ignacio en la Compañía de Jesús

Diego Laínez, sucesor de san Ignacio en la Compañía de Jesús

JOSÉ GARCÍA DE CASTRO, profesor en la Universidad Pontificia Comillas | Probablemente les resulte desconocido el nombre de Diego Laínez y Gómez de León (1512-1565). Ventiún años más joven que san Ignacio, le sucedió en la responsabilidad de liderar y animar a la “mínima Compañía de Jesús”. Su figura quedó ensombrecida entre su predecesor y su sucesor, san Francisco de Borja. Cuando se cumplen 500 años de su nacimiento, volvemos hacia él la mirada con gratitud y reconocimiento. ¿Quién fue?

El mayor de los siete hijos de Juan Laínez e Isabel Gómez de León vino al mundo en la localidad soriana de Almazán (donde el 21 de abril, con una solemne eucaristía, arrancan los actos conmemorativos de este V Centenario) en un día para nosotros desconocido de 1512.

Realizó estudios de letras en Sigüenza (1528) y de filosofía en Alcalá de Henares (1528-1532). Habiendo oído hablar del peregrino Iñigo de Loyola, partió hacia París junto con su compañero Alfonso Salmerón, con el deseo de encontrarle.

Allí estudió teología (1532-1536) y, después de haber hecho los ejercicios con Ignacio de Loyola, decidió adherirse al proyecto común de aquel primer grupo de siete “amigos en el Señor” que, en la colina de Montmartre, sellaban con voto su deseo de ir a Tierra Santa para vivir y evangelizar allí perpetuamente.

Sucesor de san Ignacio de Loyola
al frente la Compañía de Jesús,
este gran jesuita fue un hombre
comprometido con el tiempo que le tocó vivir .

Al fallecer el fundador, Laínez se encontraba también gravemente enfermo; aun así, los compañeros le eligieron primero Vicario (agosto de 1556) y, después, General (julio de 1558).

Diego Laínez formó parte importante del primer grupo de jesuitas, y, por tanto, se esforzó por interpretar la voluntad de Dios en aquel grupo de jóvenes estudiantes; vio nacer y gestarse a la frágil Compañía de Jesús.

Fue un hombre de Europa, de amplios horizontes y espíritu generoso. Fue un hombre de estudio, comprometido con el tiempo que le tocó vivir, un hombre de la Teología, buscador de la Verdad, que quiso entrar a fondo en los principales problemas del convulso siglo de la Reforma. Fue, sobre todo, un hombre de Dios. San Ignacio dijo de él: “A ninguno de toda la Compañía debe ella más que al Maestro Laínez”.

En el nº 2.797 de Vida Nueva. Diego Laínez, gratitud y reconocimiento, íntegro solo para suscriptores

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