El hombre que tomó en serio la catequesis

Cualquiera podía ser catequista. Hasta los descreídos. Y el catecismo era un barniz que adornaba la piel pero no cambiaba nada. Hoy, formar catequistas y hacer catequesis, es una tarea exigente porque se trata de hacer resonar la palabra de Dios en las conciencias.

La iniciación a la fe se volvió un asunto serio

La catequesis, por la época en que monseñor Carlos Sánchez Torres fue nombrado Vicario Episcopal en la Arquidiócesis de Bogotá, tres años después del Concilio Vaticano II, era solo una enseñanza memorística sin pedagogía, que había llegado a ser una pedagogía carente de enseñanza y de memoria. Por los años del Documento de Medellín, “La Iglesia ante el cambio”, de esta catequesis no quedaba sino malquerencia y una ignorancia generalizada. La renovación conciliar estaba fresca y había toda clase de actitudes al asumirla. El Papa Paulo VI en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi y el Papa Juan Pablo II en Catechesi Tradendae trazaron el camino y pronto apareció el Directorio General para la Catequesis y el Catecismo de la Iglesia Católica. A la manera como lo había hecho san Pio V en el siglo XVI después del Concilio de Trento, se trataba ahora de promover una nueva evangelización en momentos en que, tanto en la época del Trento como del Vaticano II, la crisis en la fe católica rompía la unidad de la Iglesia por falta de catequesis. La publicación del Catecismo de la Iglesia Católica en 1992 suscitó escepticismo e ironía en ciertos ambientes europeos y aquí entre muchos católicos desinformados de los soportes de la fe prefirieron abandonarla. Éstos, atraídos por movimientos religiosos más dinámicos que la tradicional catequesis y por sectas dadas más a las técnicas psicológicas que a la verdadera búsqueda de Dios, se fueron retirando de la Iglesia con la cabeza agachada y en la punta de los pies.
Catequista y catequesis comenzaron a tener un sentido nuevo después que el Vicario Episcopal de la Sagrada Eucaristía, en 1972, visitara las escuelas oficiales en donde catequesis y religión eran una misma cosa y parte integrante del pensum oficial ordenado por el Ministerio de Educación, en cumplimiento del Concordato vigente entre la Santa Sede y el Estado Colombiano. Los maestros oficiales eran los catequistas y, en ese momento, la ideología sin Dios invadía sus filas.
Pero después todo fue distinto: la iniciación a la fe se volvió un asunto serio.
Ahora tengo delante a monseñor Sánchez. Tiene la serenidad y la sabiduría que le dan sus 84 años y la energía de quien, a esa edad, mantiene en movimiento una organización que está en constante renovación.
Al final de una extensa conversación con él sobre la Escuela Parroquial de Catequistas (Espac) me hace notar con picardía que pertenece a una generación de viejos como Fidel Castro, Benedicto XVI y Gabriel García Márquez, todos ochentones que parecen decididos a llegar a los noventa. Una generación dinámica y brillante, no por la influencia de los astros, sino porque llevan sobre sus hombros las fortalezas y debilidades de esta humanidad de fin y comienzo de siglo.
En monseñor Carlos Sánchez parece darse el encuentro de un espíritu a la vez crítico y autocrítico, renovador y creador. Él no se limitó a observar las deficiencias de la catequesis tradicional, sino que propuso soluciones.
Presionados por los inspectores escolares y por el pensum obligatorio, los rectores cuidaban la calidad de los profesores de matemáticas, de geografía, de historia o de ciencias naturales, pero el catecismo o la religión no merecían especial atención, hasta el punto de que en más de una ocasión monseñor Sánchez encontró como catequistas a personas que se daban ínfulas de ateas o descreídas y que negándose a realizar la función catequística, aprovechaban el espacio para enseñar costura o marxismo. Pero el caso más común era el de catequistas en las parroquias que, aunque formalmente creyentes, carecían de conocimientos y de una metodología catequística actualizada para una enseñanza eficaz.

Ecos renovadores del documento de Catequesis de Medellín

Es satisfactorio constatar que en todos los rincones del continente estamos de lleno comprometidos en un proceso de renovación que avanza: es este un acontecimiento muy positivo y providencial en la vida de nuestras jóvenes Iglesias.
Algunos hechos son muy decidores y significativos, como los siguientes:
Ha sido fortalecida la evangelización de los adultos, a diferencia de la catequesis de épocas anteriores que se preocupaban con preferencia por los niños. En casi todas partes se prepara la recepción de los sacramentos con anterioridad y con adecuadas reflexiones. En algunas diócesis se ha llegado, con excelentes resultados, a implantar la catequesis para las familias, preparando a los padres, también, en su tarea de educadores de la fe de sus hijos. Se han formado muchos grupos de catecumenado para bautizados adultos como verdadera primavera espiritual. Ha aumentado el número de catequistas laicos, valorados entre los miembros del pueblo de Dios y no solamente entre especialistas y profesionales de la catequesis o entre religiosos. Asimismo, la catequesis va siendo asumida como tarea de la comunidad, y no solamente como papel de párroco, de la religiosa o de la catequista.
Se constata también un esfuerzo sincero por llegar a la vida:  hay empeño sincero por realizar la unidad de la fe con la vida, por encarnar el mensaje bíblico en los hechos de la existencia del hombre de hoy. Esto lleva a superar lentamente todo  dualismo entre la historia de la salvación y la historia humana, entre los dones o carismas sobrenaturales y los valores humanos, entre vida cristiana y tareas temporales, etc.
Se nota además, que se ha superado el memorismo y la catequesis puramente nocional (tomada en sentido peyorativo) a favor de una evangelización vivencial insertada en la situación concreta del hombre. Se le da más importancia a la fe del creyente que a la simple cultura religiosa.
Se detecta también una gran preocupación en la preparación de los agentes de catequesis. Se han multiplicado los cursos y las jornadas de catequesis. Han nacido a nivel internacional y aun diocesano, nuevos institutos para la formación de los catequistas.
Todos estos ingentes esfuerzos, unidos a la fecundidad  del Espíritu, ciertamente van a madurar en abundantes frutos para el crecimiento de la fe de los creyentes latinoamericanos.
Medellín: reflexiones en el Celam

Lo que en su momento se había saludado como un triunfo del episcopado al suscribir la Santa Sede un concordato con el Estado en esta materia, en las aulas se convertía en una burla; el concordato se obedecía pero no se cumplía. Sin embargo, esta sólo era una razón, el fondo del problema era un hecho aún más profundo: la fe no puede ser el resultado ni de asuntos diplomáticos, ni de un proceso solamente intelectual de comunicación de conocimientos religiosos. Rescatar la catequesis para convertirla en el instrumento con que Dios habla a las conciencias, fue la tarea que se propuso en tiempos difíciles en que predominaban la rutina y el desgano, y la resistencia pasiva a los vientos renovadores del Vaticano II.
Si aquellos eran tiempos adversos, los de hoy no lo son menos. A primera vista, la nuestra es una era de superficialidad y de contentamiento con lo inmediato. Entre el tecleo frenético en los ipad, o en los terminales de computador para activar trinos, blogs y facebook y el ritmo alocado del rock, la humanidad postmoderna del siglo XXI ha perdido la capacidad de concentración, se ha vuelto renuente al silencio y vive prisionera del presente.
Monseñor Sánchez, sin embargo, no participa de ese diagnóstico pesimista, ni del complejo demoledor de los que creen vivir en el peor de los tiempos. Se lo impide la realidad que él mismo ha creado.
Los 40 catequistas que inicialmente integraban sus cursos en el sector nor-occidental de Bogotá, pasaron pronto a ser más de 12000 en el país. Además del estudio individual y en comunidad con sus evaluaciones semanales y mensuales, cada dos años la ESPAC vive la fiesta de los Congresos Nacionales que comenzó en 1993 en Bogotá y que luego se realizaron en Montería, Manizales, Barranquilla, Villavicencio, Cartagena, Santa Rosa de Osos y Medellín con entusiasmo creciente. Cada uno de esos congresos ha estado sintonizado con las urgencias sociales y eclesiales del momento y de ellos proviene la permanente actualización del programa.
Y contra toda previsión, los catequistas que se están formando no son las ancianas, personas maduras, de esas que fueron la clientela habitual de las parroquias, personas devotas y rezanderas. Aparecen en las fotografías de archivo que han quedado de los congresos adonde acuden delegados de todo el país, jóvenes llenos de entusiasmo por la misión y la nueva evangelización. En su mayoría son jóvenes, el 80% mujeres, con quienes la ESPAC ha emprendido una tarea de formación integral de cabeza, corazón y manos.
Monseñor espía mi reacción ante ese enunciado y antes de mi pregunta viene la respuesta con una sugerente imagen: la de esas figuras indígenas del museo del oro o del parque arqueológico de san Agustín. Tallados en piedra o vaciados en oro se ven esos personajes míticos de ancha cabeza, cuerpo pequeño y brazos inmóviles cruzados sobre el pecho.
La ESPAC trata de superar esa idea de una cabeza con demasiadas ideas brillantes que no encuentran un corazón en ese cuerpo pequeño, ni un órgano ejecutor en esas manos inmovilizadas.
La formación del catequista parroquial no se limita a llenar la cabeza con ideas como la de tantos teólogos que a pesar de su brillo intelectual no logran convertir a nadie. En la ESPAC el trabajo en la cabeza, estimulado por el corazón, activa las manos y enriquece su acción.
Sobre la mesa, Mónica, su asistente, ha desplegado en abanico, las cartillas que sirven para el recorrido que el catequista hace por un camino que va del precatecumenado al catecumenado, la mystagogía y la ministerialidad. Es un recorrido que se hace en dos años de estudio a distancia, bajo la iniciativa y vigilancia del obispo diocesano quien, a través de un delegado suyo para la catequesis, vincula a los párrocos quienes, a su vez, forman y nombran coordinadores que dirigen los grupos de catequistas durante el proceso de formación.
El curso se abre con un retiro de dos días porque se trata de algo más que la adquisición de conocimientos. El catequista no es un profesor de religión sino un educador de la fe. Oyendo a monseñor Sánchez se hace claro que él quiere enmendar el extendido error de creer que la fe es una asignatura escolar y que la formación de catequistas se hace con sermones o discursos. Es leal seguidor de Aparecida, que ha hecho suya la idea de Benedicto XVI de que “no se comienza a ser cristiano por una gran idea sino por el encuentro con un acontecimiento, Jesucristo”. En los días iniciales, en el interior del candidato a catequista se tiene que dar ese acontecimiento. Por eso dice escuetamente el programa: “son días para bosquejar y definir un proyecto de vida frente a Cristo”. Ese es el perfil de la escuela que se ha desarrollado en la vida de la Espac: “contacto de maestro y discípulos. Con el anuncio de la buena noticia, Jesús educa mediante el encuentro con Dios, consigo mismo, con su mundo, con sus hermanos y con la Iglesia puesta por Él para acompañarlos en el camino de la fe”, tal como se lee en la información sobre la escuela.
Comienzo a ver los títulos de las cartillas que sirven como material de estudio de los catequistas y encuentro temas tan variados y tan exigentes como: sicología general, sicología evolutiva, antropología, pedagogía y metodología. Al instante recuerdo los tradicionales catequistas, esos que según decía con autosuficiencia y arrogancia un párroco: “yo los formo a mi manera”: rutinarios, desangelados, recitando fórmulas sin vida, porque aquella era (y es) una catequesis que no ha tomado en serio la iniciación en la fe.
Al lado de esas cartillas veo otras sobre Sagrada Escritura, sobre asuntos dogmáticos: Dios uno y trino, cristología, eclesiología, mariología y sacramentos. Hay todo un ciclo sobre liturgia y vida en comunidad.
¿Dónde quedó el padre Astete, arma de combate de la catequística tradicional? Es evidente que hoy la formación en la fe es mucho más exigente. Se avanza hacia la vida de fe no con los ojos cerrados, sino con ellos bien abiertos. ¿Queda atrás la fe de carbonero? No del todo; en cuanto a vigor, sí es la del carbonero, en cuanto a aceptación consciente y visión clara de la palabra de Dios, estos catequistas distan de aquel asentimiento instintivo.
Cuando apenas se iniciaba este proceso hace 25 años, monseñor Sánchez se sorprendió con el pedido que desde Chinú, en Córdoba, le hiciera un párroco que quería utilizar las cartillas para formar a sus catequistas y que el obispo de Montería, Monseñor Darío Molina, acogiera la ESPAC como instrumento para formar a los catequistas de las demás parroquias. A los dos años la Diócesis contaba con 600 nuevos catequistas. Celebrado allí el segundo congreso nacional, la Espac se extendió por todas las diócesis de la costa atlántica. Casos parecidos se fueron repitiendo por los diferentes ámbitos del país y hoy son 45 la diócesis que lo han adoptado.

 

Los laicos evangelizadores

Se ha dado un avance significativo en la participación de los laicos en la evangelización con el surgimiento de una gran variedad de carismas que enriquecen la vida de la comunidad eclesial, expresados en diferentes movimientos apostólicos de laicos, aunque algunos de ellos no se integran a la acción pastoral de las parroquias ni de las diócesis. Dichos movimientos laicales hoy se manifiestan como una gran posibilidad de la Iglesia para extender su acción, para darle versatilidad y originalidad a la vivencia de la Palabra y de un Cristo vivo en medio de la sociedad y de los ambientes seculares. La conferencia episcopal señala que hay en el país 56 Movimientos de Apostolado Seglar.
Los informes de las jurisdicciones eclesiásticas muestran una presencia activa y operante de los laicos en las zonas de misión. En algunos casos registran escasa formación y poco acompañamiento del laicado; sin embargo, el Secretariado Permanente de la Conferencia Episcopal Colombiana, SPEC, ha incrementado y fortalecido los espacios de formación y acompañamiento pastoral laico. Se conocen experiencias significativas como las Escuelas de Catequesis (ESPAC), la Escuela Parroquial de Laicos (ESPAL) y las escuelas bíblicas. Esta capacitación y formación, con los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, fortalecen los procesos de evangelización que se vienen dando en todo el país.
Conferencia Episcopal de Colombia:
La realidad que nos interpela, Volumen 2

 

Este método de formación llegó a Venezuela, Ecuador, Cuba y a parroquias de latinos en Estados Unidos. En noviciados las cartillas de la Espac sirven para formar religiosos y religiosas catequistas, estimular la vida comunitaria y la manera de compartir las vivencias de la fe en la misión.
Esa amplia difusión estimula observaciones y críticas que forman parte del material con que se reeditan, así, a lo largo de los años, las cartillas se han enriquecido y pulido. Han llegado a ser una obra de todos. Hoy la Universidad de San Buenaventura les ha reconocido un diplomado para incorporar a los catequistas Espac en sus estudios universitarios de ciencias religiosas. VNC

Compartir