Delmar Silva. Migrante con los migrantes

Ser misionero en Australia no coincide con el prototipo de la misión Ad gentes, tradicionalmente referida a regiones empobrecidas de África o de lugares inhóspitos y desafiantes para la misión evangelizadora. Sin embargo, para quien vive el carisma del beato Juan Bautista Scalabrini, ser misionero es ser “migrante con los migrantes”, donde quiera que vayan, para “llevarles la sonrisa de la patria y el consuelo de la fe”. Es el caso del P. Delmar Silva, colombiano, que después de su ordenación sacerdotal en Miraflores (Boyacá), su pueblo natal, fue destinado a servir a la comunidad migrante de Melbourne.

De los 10 hasta los 16 años fue acólito y miembro del grupo juvenil de su parroquia. Su “locura de ser cura” empezó allí. El carisma scalabriniano entró en su corazón cuando él mismo fue migrante en Italia, con tan sólo 17 años de edad. “Allí comprendí que los migrantes necesitan un cuidado pastoral específico y el sueño de Scalabrini se anidó en mi discernimiento vocacional”.
Estudió filosofía en la Universidad de San Buenaventura en Bogotá, realizó su noviciado en México, terminó teología en Filipinas, y luego realizó una licenciatura en Teología Pastoral de la Movilidad Humana en Roma. Mientras estudiaba, fue aprendiendo italiano, inglés, portugués y algo de tagalog. Como religioso, ha sido vicario provincial de la región Australasia durante dos períodos, acompañando las misiones scalabrinianas en Indonesia, Vietnam, Filipinas, Japón y Taiwan.
Después de 13 años en Australia, está convencido de que “cada migrante es un libro abierto en donde se esconde la presencia misteriosa de Dios”. En su misión ha conocido el pasado triste de muchos migrantes latinoamericanos que llegaron a Australia, marcados por la violencia, la pobreza, las injusticias, y, sin embargo, llenos de amor por la vida y la familia. “Escuchar sus historias ha marcado mi vida como persona y como misionero. En ellas se aprecian diferentes modelos de Iglesia. Me ha conmovido profundamente la Iglesia que ha sufrido con ellos y ha derramado la sangre de sus mártires. Figuras como el Santo Padre Alberto Hurtado en Chile y Mons. Óscar Romero en El Salvador, inspiran a seguir adelante, floreciendo donde el Señor nos planta”.
Actualmente, coordina la pastoral migratoria de la ciudad, que comprende 35 capellanías étnicas, y es párroco de Santa Brígida, en el corazón de Melbourne, una parroquia multicultural donde cada fin de semana se celebran eucaristías en 4 idiomas. Allí los misioneros scalabrinianos acogen a los migrantes, muchos de ellos estudiantes internacionales. “La Iglesia católica en Australia es una Iglesia migrante. Somos el 26% por ciento de la población y la multiculturalidad es nuestro pan cotidiano. El ideal de la comunión en la diversidad es muy hermoso pero en la práctica conlleva muchos desafíos. Las barreras de la xenofobia, el racismo y las desigualdades sociales denigran la dignidad humana de los emigrantes y por eso la Iglesia no puede ser indiferente. Los migrantes son evangelizadores y el mundo de las migraciones es providencial para la construcción del Reino de Dios. En cada historia existe la fuerza de la fe y el poder del amor que cruza todo tipo de fronteras y deja marcas inolvidables”.
¿Qué se necesita para trabajar con los migrantes hoy? Apertura a la diversidad, sensibilidad cultural, vivir el proceso de ser migrante en carne propia, paciencia, amor por la causa del Reino, perseverancia y el deseo de servir sin esperar nada a cambio. En Colombia, muchas familias saben que existe un “curita colombiano” en Melbourne, y se alegran porque sus hijos tienen a quién acudir sin esperar nada a cambio. VNC

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