Cauca tierra de esperanza

IVÁN ANTONIO MARIN LÓPEZ. Arzobispo de Popayán

El cuatro de febrero a las tres de la tarde en el parque central de Villarrica, nos congregamos con una gran comunidad para celebrar los funerales, de cuerpo presente, de cinco de las víctimas del atentado terrorista del día anterior; en el templo no era posible albergar a la multitud que quería rezar y darle el último adiós a sus seres queridos. Me acompañaban varios sacerdotes de las parroquias vecinas, la mayoría de la gente guardaba silencio, pero estaban inconsolables los padres del niño de ocho años y de la niña de apenas catorce. Se comprenderá el dolor, el miedo, los interrogantes que todos se hacen…la oración tranquilizó los ánimos e hicieron que volaran las esperanzas más allá de lo visible y se intuyera esa luz misteriosa que se espera cuando cantamos “quien cree en Ti, Señor, no morirá para siempre”. Dolor semejante han sufrido las comunidades de Toribío, de Tacueyó, Jambaló, Argelia, Silvia, Tumaco y otras muchas solo en los últimos meses. Parece que se viviera un largo viacrucis que martiriza al Cauca y al sur occidente de Colombia.
El Cauca y sus gentes es la región que posiblemente más ha aportado a la nación, hombres de letras, políticos, presidentes, arte, cultura, etc. y hoy se encuentra entre los departamentos más pobres. Tiene pocas fuentes de empleo, pocas vías de comunicación entre sus municipios y ha marginado la mejor parte como es su promisoria costa pacífica.
Muchos hombres y mujeres, trabajadores, pensadores, evangelizadores continúan sembrando esperanzas en el terreno más fértil como es el corazón de los caucanos. Las reuniones y foros, las mesas de trabajo, los consejos comunitarios, las promesas del Gobierno central, no han faltado. Esperamos que el fruto nos se haga esperar demasiado, tenemos confianza.
La semilla del evangelio se ha regado desde el año 1546 cuando Don Juan del Valle, el primer Obispo que predicó y vivió la norma evangélica de Cristo que vino a redimir a todos y a tratar con especial predilección a los más marginados; por defender de los derechos humanos de los indígenas padeció no pocas dificultades. Este Obispo acompañado de un puñado de valientes misioneros inició la obra evangelizadora; sus semillas cayeron en la inmensa región que comprendía casi media Colombia, su recién creada diócesis limitaba por el norte con la de Cartagena, por el sur con Quito, por el oriente con el río de la Magdalena y por el occidente la bañaba el océano pacífico. Han nacido de su seno muchas ciudades y regiones que hoy tienen autonomía y estatura de arquidiócesis y diócesis. Popayán como Iglesia es madre y abuela, y continúa trabajando al lado de todos y con especial preocupación por los grupos más marginados.
La Arquidiócesis de Popayán con sus ochenta y cinco parroquias siembra esperanzas en este Cauca que tiene un gran porvenir en todos los campos. Sus niños y sus jóvenes, de todas las etnias, quieren estudiar y lo hacen con no poco sacrificio, sus padres sueñan con tiempos mejores y quieren asegurar un futuro más promisorio para sus hijos; la generosa biodiversidad, sus inmensas riquezas auríferas, sus espaciosas regiones del litoral con las mejores y abundantes aguas, esperan un plan acorde con sus posibilidades y sus gentes. Esperamos la solidaridad nacional, pedimos que el desarrollo en Colombia, buscando la equidad y la justicia, no tarde más en llegar a esta región.
La población del Cauca con sus distintas etnias, requiere un plan de desarrollo diverso y multifacético, audaz y generoso, sus regiones bien definidas y sus comunidades con diversas culturas no se pueden homogenizar ni meter en un mismo esquema. Cada región en este departamento tiene su dinámica y su vocación propias. Estas variables para un desarrollo justo y equilibrado sí necesitan moverse e inspirarse en los mismos principios universales que están ligados a los derechos humanos y en aquellos que promuevan la unidad de la nación, la convivencia y la solidaridad.

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