El niño Jesús tendría hoy casa en Belén

Hogar Sagrada Familia en Belén, Cisjordania, Palestina

El Hogar de la Sagrada Familia es el referente en Palestina para madres e hijos en dificultades

Hogar Sagrada Familia en Belén, Cisjordania, Palestina

Texto y fotos: CARMEN RENGEL | “José y María eran rechazados en cada rincón de Belén. Aquí hubieran tenido las puertas abiertas. Por eso, entre estos niños veo realmente a Jesús en todo momento. Este es su lugar”. La hermana Elisabeth habla serena, con una convicción que desarma. La de quien ha dedicado su vida a una causa y constata cada día que eligió correctamente, pese a la dureza de la misión. [El niño Jesús tendría hoy casa en Belén – Extracto]

Sus ojos azules refulgen entusiasmados cuando ve que por la puerta entra Johan, un bebé de un mes. Le han dado el alta tras 15 días en el hospital, donde tuvieron que llevarlo de urgencia. Pocas horas después de ingresar en el Hogar para Niños de la Sagrada Familia, que dirige la hermana en Belén (Cisjordania), le detectaron un serio problema cardiaco. Ahora manotea espabilado en brazos de Ima, una monitora, engalanado con lazos azules, listo para su primer biberón en casa.

Johan es uno de los menores que residen permanentemente en el Hogar; huérfanos, abandonados e hijos de familias muy pobres que los padres dejan con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl porque saben que, con ellas, tienen garantizado un futuro de esperanza y dignidad. Así llevan 127 años.

Su centro es único en Cisjordania. Las trabas de Israel (burocráticas, como el bloqueo sobre Gaza desde 2007, y físicas, como el muro de separación que impide el paso a palestinos de Jerusalén Este) han rebajado el número de beneficiarios de su servicio, pero siguen siendo la referencia en atención infantil en toda Palestina.Hogar Sagrada Familia en Belén, Cisjordania, Palestina

Iskandar Adnon, trabajador social del hogar, explica que actualmente cuentan con 30 niños en el orfanato, con edades que van “desde recién nacidos hasta chicos con cinco años y medio”. A los seis son derivados a otros centros privados o de la Autoridad Nacional Palestina. A ellos se suman otros 55 pequeños que acuden durante el día, un alivio para sus familias porque reciben no solo cuidado, sino alimento. Además, en los mismos patios hay hijos de belenitas y de cooperantes internacionales que pagan su cuota de guardería y ayudan así a la institución. En total, más de 100 niños han llegado a juntarse tras estos muros.

Entre cunas impecables, murales de colores y pucheros que van y vienen, hay muchas historias de dolor. Ahí está Joseph, de dos años, correteando, con problemas mentales porque su madre trató de ocultar su embarazo con fajas extremadamente apretadas. O Anna, osito en mano, fruto de la violación de su joven madre por un tío carnal. También Marie, a la que la Policía llevó hasta la crèche –como todo el mundo en Belén conoce el Hogar– tras encontrarla envuelta en periódicos en un callejón de Hebrón.

“Son hijos de madres solteras, de mujeres abandonadas, que nos dejan a los niños porque temen ser asesinadas en crímenes de honor –si tienen relaciones fuera del matrimonio, antes de la unión o con una persona no elegida por su familia– o que no tienen recursos”, relata sor Elisabeth, la hermana superiora.

Las que acuden a las cinco monjas de esta comunidad por motivos económicos tratan de recobrar a sus hijos en cuanto la situación mejora, por lo que algunos pasan allí unos meses o pocos años. “Son las menos”, reconoce la religiosa. Otro día, un viudo dejó a sus dos gemelos y un saco de harina. Era lo único que podía darles. Cuentan los vecinos que días después se suicidó. “Pura desesperación”.

Las Hijas de la Caridad no ponen barreras de ningún tipo; atienden tanto a cristianas como a musulmanas, “porque tan duro es para unas como para otras no tener a sus pequeños”. Hacen malabares. “Se nos han dado casos de chicas que han dicho en sus casas que les ha salido trabajo en otra ciudad palestina y, en realidad, vienen aquí. Nosotras mandamos cada mes dinero a sus familias hasta que dan a luz y regresan. De otra forma, las matarían”, explica.

Eso, mientras ellas mismas, atrincheradas con los niños, han tenido que vivir de comida enlatada y agua de pozo cuando el conflicto las rodeaba.Hogar Sagrada Familia en Belén, Cisjordania, Palestina

Monjas que son “madres”

En una ocasión, encontraron en la puerta a un niño manchado de sangre. Unas lo bañaban, otras movilizaban a la Policía. La madre debía de estar cerca, recién parida, por los fluidos del recién nacido. En su ropas, una nota: “No busquen a su madre. La hemos matado. Se lo merecía”. El bebé murió.

Han tenido mujeres que han dejado en el centro a sus cuatro hijos para irse a trabajar fuera, y también muchas divorciadas: sus familias se negaban a mantener a los niños, con la concepción rancia de que los hijos llevan el apellido del padre y son su responsabilidad. “¿Y si lo hacen porque son maltratadas?”, se pregunta la hermana Agnes, francesa, de visita en el Hogar. Silencio. Nadie da importancia a eso en Palestina.

Cada niño es un reto para las Hijas de la Caridad, por sus distintas necesidades físicas o afectivas. Llegan desnutridos, maltratados, violados, abandonados, así que, a la fórmula general de “amor, seguridad, cuidado y educación”, suman el tratamiento específico de los pediatras, enfermeros neonatales, psicólogos, profesores y trabajadores sociales; en total, 50 empleados. Todo lo afrontan exclusivamente con donaciones y con el trabajo de voluntarios.

Paul, irlandés, lleva dos años con ellos cambiando pañales y dando papillas gratis. Repentinamente sombrío, se enfada al relatar que estos niños no tienen “otra oportunidad que la de las hermanas”, porque la adopción está vetada en Palestina, como en la mayoría de los países árabes.

“Si no hay libertad para dar a tu hijo en adopción, te encuentras casos de chicas que toman hierbas abortivas, que van a curanderos, que acaban mal. Y una mujer violada no encuentra el famoso respaldo de las grandes familias extensas árabes, no. Entonces la repudian y la acusan”, se lamenta.

La comunidad se instaló inicialmente en esta tierra en 1882, con un hospital general de 80 camas y un orfanato, dirigidos durante más de 30 años por sor Sophie Boueri, todo un emblema de los cristianos en Belén, y que se acaba de jubilar. Con la primera Intifada, las monjas dejaron su gestión a la Orden de Malta; asediadas como estaban por el Ejército israelí, tuvieron que alejarse.

Pocos años después, fue cuando ya iniciaron una explotación compartida y especializaron el centro en la atención maternal y neonatal. Es la otra gran vertiente de su obra: el cuidado del embarazo, el parto y los primeros años de vida.Hogar Sagrada Familia en Belén, Cisjordania, Palestina

Iskandar, trabajador social, va más allá: “Debemos preguntarnos quiénes vienen al hospital y cuándo las tratamos. Casi siempre llegan tarde. Han tenido embarazos descontrolados, con mala alimentación o higiene. Muchas veces, asistirlas no supone un parto más sencillo, sino la vida o la muerte. En parte, la culpa es de las autoridades, que, con todas las ayudas internacionales, no las canalizan hacia las mejoras sanitarias reales”.

Las Hijas de la Caridad completan su labor en Tierra Santa con gabinetes de servicios sociales comunitarios, dentistas o formación para mujeres en Nazaret, Haifa, Jerusalén y Belén. Siempre con los niños como meta esencial. “Estamos a 800 metros de la gruta del pesebre. ¿Acaso podemos obviar que nos necesitan?”, sonríe sor Elisabeth.

“La maternidad de Palestina”

El doctor Issa Shomali explica que son “la maternidad de Palestina”. Aquí han nacido más de 50.000 niños, con 3.200 partos al año. Es el único hospital de la zona con asistencia a alumbramientos de alto riesgo y unidad de neonatal, por lo que mujeres de toda Cisjordania acuden a él, “algunas hasta caminando días enteros”.

“Tenemos el mismo servicio que en Israel y cobramos una décima parte. Las pacientes pagan un 33% del tratamiento (poco más de 20 euros en total). No pueden afrontar más porque muchas –casi un 40%– proceden de campos de refugiados”, justifica.

Las Hijas de la Caridad y la Orden de Malta exhiben especialmente dos datos: cada año tratan a 400 bebés prematuros y cuentan en su plantilla de 140 personas con 90 parteras, tantas como en toda Palestina. “Pero todo cuesta mucho… Unos 3,7 millones de dólares al año”, añade el ginecólogo.

Si en su edificio atienden 22.000 consultas al año, fuera, con sus unidades móviles, asisten a otras 500 mujeres, beduinas en su mayoría. Les dan información y consejos y las trasladan si es necesario. “Estas monjas llegan donde no llegan las cabras”, dice jocoso Ahmed Abu Asim, el conductor de una de las ambulancias.

En el nº 2.796 de Vida Nueva.

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