A un año de Fukushima. ¡No a la energía nuclear!

Ando Isamu, jesuita en Tokyo

Terremoto de Fukushima en Japón en marzo de 2011

ANDO ISAMU, SJ. TOKYO | Japón ha recordado con tristeza y cariño el primer aniversario de la triple calamidad que supuso, el 11 de marzo de 2011, un terremoto, un tsunami y un accidente nuclear que asolaron el noroeste del país.

En total, 15.854 personas perdieron su vida aquel día y aún se siguen buscando, palmo a palmo, 3.143 desaparecidos. Alrededor de 250.000 siguen todavía desplazados sin encontrar refugio fijo. Los programas de reconstrucción han sido inauditos y tanto las mismas víctimas como la generosidad de miles de voluntarios y organizaciones (ONG y gobiernos central y locales) han logrado transformar las zonas afectadas.

Ando Isamu, jesuita en Tokyo

A. Isamu

Bony, un estudiante universitario jesuita que ha ido varias veces a trabajar como voluntario a las zonas más devastadas por el desastre, narra esperanzado su experiencia: “Estuve en Kamaishi dos semanas después del terremoto. Más de 75 puentes estaban destruidos y 5.000 carreteras destrozadas. Un año después, cuando estuve de nuevo en Minamisanriku, que había sido totalmente destrozada, las carreteras estaban modernamente equipadas con semáforos y señales de tráfico”.

Lo positivo se mezcla con lo negativo. En Fukushima, más de 56.000 personas permanecen como ‘refugiados nucleares’ sin esperanza de poder volver a sus hogares. La radiación es, por el momento, una incógnita inesperada.

Otro voluntario cuenta su experiencia desde Kamaishi, al cumplirse el primer aniversario de la tragedia: “Asistí a la misa del funeral en una iglesia católica, abarrotada de gente. A las 14:46 horas empezaron a sonar las sirenas y las campanas de todas las iglesias y los templos budistas locales. La población guardó unos minutos de silencio, recordando a sus personas queridas y el dolor que aún continúa vivo. No se encuentran palabras para explicar los sentimientos del corazón en tales momentos, pero los asistentes a la misa pusieron su esperanza en Dios, fortalecidos con un sentido de cooperación mutua. Los daños psicológicos estaban todavía vivos y los voluntarios presentes volvimos a vivir unos encuentros de unión inexplicable. Sinceramente hablando, si uno no tuviera otras obligaciones, desearía vivir en estos lugares colaborando de un modo permanente”.

El mismo día, yo me encontraba trabajando al lado de la iglesia jesuita de San Ignacio, donde se reúnen unas 5.000 personas los días de fiesta. Como el primer aniversario del desastre cayó en domingo, las cinco misas del día se dedicaron a recordar a las víctimas. En nuestro centro social se reunieron más de 140 personas para una serie de conferencias, cuando las campanas de la iglesia comenzaron a sonar. Todos nos pusimos de pie para rezar por las víctimas.

Vivencia en comunión

Refugiados de Fukushima y Miyagi, junto a un grupo de 100 filipinos, celebraron una misa aniversario en la iglesia de los Franciscanos de Tokyo. Rezaron, cantaron y danzaron juntos. Ms Ishikawa, una de las refugiadas desde Fukushima, y que trabaja en una ONG de asistencia a las víctimas del desastre, cantó con sus compañeras Fukushima, yo te amo. Ella explica así sus sentimientos: “Hasta entonces, nosotras estábamos centradas, respectivamente, en nuestros trabajos, pero el desastre nos enseñó a evaluar nuestras relaciones personales”.

No hay duda de que los destrozos materiales son incalculables; sin embargo, a pesar de la serena entereza de la población y a su paciencia en medio de tal calamidad, los sufrimientos psicológicos aún siguen siendo incurables. El shock inicial que surgió después de haber perdido todo, incluidos los seres queridos, empezó a convertirse en esperanza para el futuro. Pero las esperanzas quedaron frustradas por la rigidez de las estructuras sociales y la falta de líderes políticos a nivel nacional.

A pesar de que la Iglesia católica en Japón es una minoría absoluta, sus templos han dado grandes testimonios de entrega, principalmente, a través del envío masivo de voluntarios a las zonas afectadas. Hay que destacar la labor de Cáritas Japón, con su asistencia material y su profesional organización de voluntarios.

Por otro lado, la Conferencia de Obispos Católicos de Japón, haciéndose eco del sentimiento imperante en una gran mayoría del pueblo nipón, hizo público un mensaje criticando las plantas nucleares que ponen toda vida en peligro.

En el nº 2.796 de Vida Nueva.

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