Domingo de Ramos

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“El atril desde el que habla Cristo, más con gestos que con palabras, es el de un humilde asnillo. Es que las maravillas que hace el Señor no necesitan del relumbrón humano y baño de multitudes…”.

Es costumbre extendida entre nosotros que, en los días previos a la celebración de la Semana Santa, se pronuncien pregones para anunciar la solemnidad de los días que se avecinan. El mejor de todos esos pregones es, sin lugar a ninguna duda, el que hizo el mismo Jesucristo el Domingo de Ramos. Es anuncio de la Pascua y de la Resurrección.

El atril desde el que habla Cristo, más con gestos que con palabras, es el de un humilde asnillo. Es que las maravillas que hace el Señor no necesitan del relumbrón humano y baño de multitudes, porque llevan en sí mismas toda la hondura y la fuerza de un amor inconmensurable.

Se oían y palpaban los vítores y el entusiasmo de las gentes. No queremos ni pensar que fueron los mismos labios los que aclamaban al que llegaba en el nombre del Señor, los que, días después, pedirían la crucifixión y la muerte de Cristo. La razón de este convencimiento es que la gente sencilla suele tener, entre sus valores más arraigados, el de la lealtad. Un día será el de los aplausos al rey victorioso que llega; el otro, el de la humillación y la muerte. Pero, al hombre leal, Dios le hará vivir para siempre.

En los días de Semana Santa todo resulta tan humano y, al mismo tiempo, tan sorprendente. Para no confundirse y estar en razón, hace falta asumir como criterio el de la sabiduría de la cruz. Bendecimos a Cristo por su cruz y por la nuestra, pero de ninguna de las maneras queremos aceptar que la salvación esté en el madero, sino en el amor, que es la motivación que justifica el emprender los mayores sacrificios cuando se trata de prestar la ayuda que necesitan los desvalidos.

En el caso de Cristo, la entrega redentora por el pecado de la humanidad. En todos los demás, para cumplir la sin medida del mandamiento nuevo del amor.

Domingo y de Ramos. Pregón de la Pascua. El Pregonero puso en las manos de los oyentes el discurso de su propia vida, escrito con la misma sangre del Dios vivo. Con las palmas de las manos, más que acudir al calvario, llegamos hasta el sepulcro vacío para proclamar que Aquel que colgarán del madero vive y está entre nosotros.

Decía Benedicto XVI: “La procesión del Domingo de Ramos es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual Él quiere elevar al ser humano. Nuestra procesión de hoy, por tanto, quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho de que, junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo. Se trata de esta subida. Es el camino al que Jesús nos invita” (Homilía Domingo de Ramos, 17-4-2011).

En el nº 2.795 de Vida Nueva.

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