Tarahumara, una Iglesia con corazón indígena

Inculturada con los rarámuris, en México, defiende su dignidad

indígenas en la Sierra Tarahumara, México

KATIA DE LA ROSA – ABRAHAM FLORES | Ante la emergencia alimentaria en la Sierra Tarahumara, Héctor Fernando Martínez, vicario general de la diócesis mexicana, por su trabajo diario con los rarámuris (uno de los grupos indígenas autóctonos), conoce muy bien el verdadero problema de la región. [Tarahumara, una Iglesia con corazón indígena, extracto]

De ahí que nada le ha cogido desprevenido: “Venimos trabajando desde hace años en proyectos de salud, que incluyen nutrición y atención a los niños de hasta tres años que presentan trastornos. También atendemos a unas 1.500 madres, que cada día reciben leche y otros suplementos. Además, acompañamos al pueblo rarámuri para que se organicen y ellos mismos hagan frente a su situación”.

Pese a lo desesperado de esta, la alarma en el resto de México se disparó cuando empezó a difundirse el rumor de que unos cincuenta tarahumaras se habían suicidado tirándose por un barranco. Aunque la noticia resultó falsa, el P. Héctor asegura que tuvo consecuencias positivas: “Se atrajo la atención del país. El Gobierno se sintió interpelado para implicarse más y no estar midiendo los tiempos electorales para dar o condicionar su ayuda”.

Sin embargo, no dejó de ser algo negativo: “Lo peor del falso rumor fue el tinte amarillista, sensacionalista y alarmista que en nada ayuda ni edifica a los rarámuris. Se debe respeto a una cultura que, precisamente, se ha caracterizado por su resistencia, austeridad, dignidad y vivencia espiritual de la pobreza como un valor evangélico realmente encarnado”.

El propio obispo de Tarahumara, Rafael Sandoval Sandoval, tuvo que dejarlo claro: “En la cultura rarámuri no hay lugar para el suicidio”.indígenas en la Sierra Tarahumara, México

La Tarahumara siempre ha sido un lugar con una economía de subsistencia heroica y autónoma, pero, en esta ocasión, ya no dio para eso: la sequía fue devastadora. La diócesis, rápidamente, pidió ayuda a las ONG para poder establecer un diagnóstico de la situación: para cuánto alcanzaba la cosecha, cuántos animales tenían… Así, diseñaron una estrategia para hacer frente a esta emergencia alimentaria. Una lucha que sigue en pie.

Nada tiene que ver, por tanto, con suicidios colectivos ni con la actitud de una cultura derrotista o pesimista. Al contrario, como recalca este sacerdote, “estamos frente a una cultura que es capaz de aguantar las bajísimas temperaturas, con una fortaleza espiritual admirable”.

Algo que se aprecia en su sentido eclesial: “No somos un ente diferente de la Iglesia o una presencia de Iglesia en medio de una cultura. Somos Iglesia con ellos; una Iglesia diferente, original. Una Iglesia de misión, inculturada, con otras estructuras celebrativas y de organización. A esto lo llamamos la raramurización del cristianismo”.

El P. Héctor alerta del riesgo de centrarse únicamente en la emergencia: “Queremos dejar muy claro que seguimos atendiendo lo importante y no solo lo urgente. Creemos en la acción integral”.

En la diócesis no piensan “que la agresión principal venga de un aspecto coyuntural como la sequía, sino que hay otros elementos importantes donde ellos están luchando para salir adelante, como son el despojo de tierras, la presencia del narcotráfico, la entrada de la drogadicción, los robos en sus casas o la migración, forzada por todos estos ataques y por la cultura dominante que los atrae, los llama y los está haciendo entrar en esta sociedad de consumo, para la que no están preparados”. Por eso no hablan de paliar los efectos de la emergencia, sino de atacar los problemas de raíz.

Problemas estructurales

El P. Héctor vive con ellos, habla su lengua y puede señalar cuáles son estos problemas estructurales: “No tienen la idea de conquista en su subconsciente colectivo, pero sí de invasión. El principal problema es que, durante años, se mantuvieron aislados, resistiendo mucho a la penetración, tanto de la Iglesia como del Gobierno. Ahora, el turismo y el narcotráfico sí han logrado destruir mucho de su tejido social. Los han invadido y han provocado un evidente trastorno. A eso hay que añadir la penetración de los medios de comunicación, de las carreteras… Esto ha traído progreso, pero también un componente de agresión, de romper un ecosistema social”.

indígenas en la Sierra Tarahumara, MéxicoLo que fue un entorno armónico, donde los tarahumaras vivían de sus recursos naturales, hoy está devastado: “Quien llega aquí, llega para saquear. Así ocurrió en el siglo XIX con los mineros, y a mediados del siglo pasado con la madera. La sequía es producto de este desequilibrio”.

Eso ha derivado en un alto desempleo, lo cual, a su vez, ha llevado a que “muchísima gente trabaje en la siembra de droga porque no encuentra otra alternativa. En la actualidad, muchos rarámuris están metidos en las organizaciones criminales de distinta manera. Todavía no es un número significativo, pero sí real. Y esto nos duele mucho. A niños a quienes les diste la Primera Comunión, de repente, los ves como sicarios”.

Frente a esto, ¿cuál es el mejor modo de ayudar a los rarámuris? El P. Héctor tiene claro que desde la autenticidad y la visión integral y humanizadora que combate las causas esenciales, no con aspectos secundarios que alivien conciencias.

“Lo mejor que se puede hacer es becar a un joven para que estudie. Con esto se estará sembrando vida para cosechar la paz. No hay que inventar cosas nuevas, sino apoyar estructuras que la misma Iglesia ha ido generando. Ahora, con la catástrofe, nos van a inundar de despensas… aunque no haya ni siquiera bodegas donde guardarlas. Lo agradecemos muchísimo, pero nos genera el problema de su repartición, pues los caminos son sinuosos y no hay dinero para la gasolina”.

La conclusión de quien, desde la inculturación, tanto comparte con los rarámuris, es clara. E interpelante: “Queremos proponer una mesa de diálogo por la paz con las autoridades para hacer patente el profundo amor por esta cultura. Debe haber un proceso de educación en la sociedad mexicana. No puede ser que se reaccione ante el amarillismo y que la gente se conmueva, pero que no haya un sentimiento profundo y perseverante de simpatía por los más pobres, por una Iglesia misionera”.indígenas en la Sierra Tarahumara, México

“Si queremos conseguir fondos –continúa–, vamos a presentar primero los valores y la riqueza cultural. No queremos presentar a un hombre muerto de hambre o flojo. Si vamos a hablar de ello, lo haremos bien, con un respeto hacia su identidad. Si alguien se enamora de esta propuesta, de esta reserva espiritual que tenemos en los pueblos indígenas, bienvenida la ayuda nacida de la compasión, no de la lástima, que es pasajera. Como dice nuestro obispo: ‘La caridad necesita de la inteligencia para que sea efectiva’”.

Misionera y pobre

La Diócesis de Tarahumara, como explica Héctor Fernando Martínez, su vicario general, busca ser pobre con los pobres: “Lo peor que le puede suceder a un sacerdote es convertirse en un administrador de su parroquia. Un sacerdote es un pastor de almas. La Tarahumara brinda esa posibilidad con toda su complejidad. Aquí, la ausencia de estructuras diocesanas nos hace ser una Iglesia muy viva. El obispo es quien le abre la puerta, no hay secretarias. Esa simpleza nos ayuda a tener un contacto más cercano con la gente. Somos una Iglesia misionera y pobre”. Y es que la diócesis se sostiene solamente con donativos. Ni siquiera hay colectas en las misas.

Los rarámuris han pasado de los 50.000 en 1970 a más de 70.000 en 2011. Crecen y florecen. Es un pueblo que le gana la partida a las situaciones adversas que les toca vivir: el frío, la sequía, el racismo, el narcotráfico, las escasas tierras.

Han aprendido a resistir. No enfrentan, conviven. Tienen un instinto de supervivencia majestuoso y muy evangélico. Lo mejor, para comprobarlo, es vivirlo en persona con ellos.

En el nº 2.794 de Vida Nueva.

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