Ser cofrade, un bello legado de futuro

cofrade hermadad en Semana Santa

Carta de Olegario González de Cardedal a un amigo sevillano

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OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL, teólogo y miembro numerario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas | Querido amigo: A mi paso por esa erguida dama, que es vuestra ciudad del Guadalquivir, me arrancaste la promesa de escribir una carta dirigida a los que integráis vuestra hermandad, para ayudaros a iluminar la tarea humana y la peculiar misión cristiana de quienes formáis parte de la cofradía (fraternidad, hermandad) erigida en torno a un misterio central de nuestra salvación y al que veneráis como centro de vuestra orientación espiritual.

En esta materia precisa, vosotros sabéis, y yo, en cambio, ignoro. Mas, para que por mí no quede la comprensión gozosa junto con la realización lúcida y eficaz de vuestra misión, solo balbuciendo diré unas pocas palabras.

Razones sociales y cívicas en nuestro momento histórico

Hace unos decenios, vivimos una fermentación admirable de la sociedad española, cuyos miembros se levantaron en son de paz y de esperanza para acabar con una forma de gobierno, tomar la palabra y construir una nueva sociedad participativa. Todo eran asociaciones de barrios, de vecinos, de profesionales, de jóvenes, de parados, de expectantes de destino.

Se comenzaba una fase nueva de nuestra historia que se consideraba de todos, que debía ser de todos como destinatarios y, a la vez, llevada por todos como sus recreadores permanentes. La Res publica se consideraba de todos, y todos éramos convocados a construirla.costaleros cofradía Semana Santa

Llegó la democracia, se instauraron los partidos políticos, se eligieron los cargos, se repartieron las prebendas y siguió el silencio general de la masa humana. Esta ha quedado amortizada, amordazada y reducida a un silencio que solo se rompe cada cuatro años, para volver, tras ella otra vez, a la mudez de la espera y de la resignación.

En España solo ha quedado el cauce de los partidos políticos como expresión válida, es decir, jurídicamente vinculante; y valiosa, es decir, eficaz para ser expresión de la conciencia popular. Estamos aquí ante un problema social y político de primera magnitud: hoy somos más pobres de conciencia, de participación y de responsabilidad. Hemos llegado a una situación de abismo, por resentimiento de quienes nos han guiado y por consentimiento nuestro.

Razones eclesiales

Llevamos siglos de individualismo, en el cual el sujeto se vive en su soledad ante Dios, preocupado quizá por su salvación eterna o por los problemas de este mundo, buscando en la Iglesia el resguardo para sus preocupaciones religiosas antes que el lugar concreto donde Dios le convoca para recibir su Palabra, para instaurar su presencia, para oír su Evangelio, para realizarlo en el mundo; algo que solo se puede hacer como pueblo.

Se desatendió la conciencia de comunidad y maternidad previa de todos los demás hermanos creyentes, que son destinatarios y proveedores de la misma salvación. Fue un grave error de la modernidad, porque todos tenemos que ver con la salvación de todos, debemos esperar por todos y colaborar con todos para que nadie quede perdido o desvalido por sus pecados en la desolación de su debilidad ante Dios.

En los últimos decenios han desaparecido
muchas evidencias colectivas, convicciones y decisiones
desde dentro de las cuales habíamos vivido
enmarcados en España.

Ahora bien, nadie está definitivamente perdido mientras otro ore por él; no hay infierno último mientras un hermano ore por sus hermanos ante el Padre común, y sobre todo porque Cristo, hermano de todos los humanos, sigue siendo abogado defensor e intercesor por todos nosotros.

El liberalismo moderno de cuño protestante acentuó en el Evangelio solo dos polos de sentido: la paternidad de Dios y el valor infinito del alma humana. Se dijo que esa era la esencia del cristianismo. Por supuesto que ella incluye esos dos elementos, pero es, a la vez, mucho más, infinitamente más que ese rescoldo moralista de cuño individualista, burgués e insolidario. Para eso no había sido necesario ese comienzo absoluto que es la encarnación de Cristo: con el profetismo de Moisés, Isaías y Jeremías bastaba.

Razones de situación de la fe en la sociedad actual

En los últimos decenios han desaparecido muchas evidencias colectivas, convicciones y decisiones desde dentro de las cuales habíamos vivido enmarcados en España.

Ellas habían ofrecido los vectores de referencia, que eran asumidos incluso por personas e instituciones que no eran cristianas, pero que veían en ellas una estructura de organización y de dignificación, de protagonismo y de sentido para la vida. La fe podía existir en público con la normalidad de lo evidente, acogida y no acosada, atendida sin ser malentendida.

Hoy esos marcos de inserción y de evidencias públicas en parte han desaparecido. El santo nombre de Dios apenas se pronuncia en público. Cristo es situado en el panteón de los héroes, genios o meras personalidades del pasado, como muerto ilustre, no como Alguien viviente.

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La faz de la sociedad parece atea, la cultura trasmitida está lejos de los fundamentos cristianos y no todos ven en la Iglesia una norma de acción ni un principio de vida. El agua que rodea al cristiano, en el mar de la sociedad actual, no tiene el sabor de la sal que él necesita. Si no es consciente de ello, lentamente quedará saturado de esa otra sal.

Trasladado a otras atalayas para mirar y por la permanente ósmosis de informaciones y acciones, palabras y silencios de los demás, un día comprobará cómo su alma cristiana se ha ido diluyendo, cómo ya no es cristiano.

Hoy el cristiano no puede perdurar como cristiano en aislamiento y distancia a los demás creyentes. Hay que adherirse en explicitud, tomar parte y partido en clara conciencia de pertenencia, hay que alimentase de la propia vida personal y de la de la comunidad. Hay que ser cristianos concretos, integrándose explícitamente en las parroquias, comunidades, grupos, movimientos concretos.

Cada uno de nosotros solos en nuestra soledad individual, iremos siendo desnudados de nuestra identidad cristiana por el mero influjo persistente de una cultura atea y hedonista, a la que nosotros mismos terminamos contribuyendo y de cuya repercusión sobre nuestras convicciones no nos percatamos.

A su vez, solo siendo cristianos en clara conciencia y limpia libertad podremos tener capacidad de diálogo con los demás para aprender de ellos y colaborar generosamente con ellos. Esa nueva situación de la fe en la sociedad es una tentación, pero puede ser también una oportunidad para que los creyentes redescubran, reafirmen y realicen mejor su fe.

Vosotros, cofrades, dolaborad a crear
un nuevo tejido de la fe en la Iglesia
y a una nueva presencia de la fe en la sociedad.

Aquí hay que situar el fenómeno de los nuevos movimientos, comunidades, asociaciones, que han nacido de un doble empuje: de la acción del Espíritu Santo, que dentro de la Iglesia suscita nuevos guías y nuevas posibilidades, pero también de la situación y acoso exteriores, ya que, sin esa reafirmación de la verdad cristiana en formas públicas nuevas, tal identidad queda amenazada.

Y aquí también tenéis que situaros vosotros como cofrades en vuestra expresión actualizada. Las cofradías tienen una larga historia, han conocido otros momentos culturales y han sobrevivido a políticas de distinto signo. Recordad lo que fue la relación de la II República con las cofradías en vuestra ciudad.

La nueva historia es una posibilidad y una responsabilidad: asumidla como oferta para una realización del cristianismo tan verdadera como moderna, tan personal como pública. Colaborad a crear un nuevo tejido de la fe en la Iglesia y a una nueva presencia de la fe en la sociedad.

Pliego íntegro, publicado en el nº 2.791 de Vida Nueva.

 

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