Los espejismos de los supersticiosos

En tiempos de ateísmo y de incredulidad, se expande como una maleza, la fe de los supersticiosos.
La superstición resulta ser una mala respuesta a las incertidumbres y a los vacíos que dejan las preguntas no respondidas por la ciencia.
¿Pueden los sacramentos y la religión convertirse también en instrumentos de la superstición?

Cuando la fe ha perdido sus raíces intelectuales aparece su sustituto: la superstición

La polémica alrededor de un campesino a quien el Instituto Distrital de Cultura y Turismo le pagó con dineros oficiales cinco millones de pesos para que no lloviera en la ceremonia de cierre del Campeonato Mundial Sub 20, reveló que Colombia es más supersticiosa de lo que quiere admitir y que, ante ese hecho, los colombianos exhiben dos caras: la que muestra una población racionalista, inteligente, que no cree en supersticiones, y la que cree hasta en los gatos negros pero al escondido…
En nombre de la imagen moderna condenó el hecho vergonzoso del recurso a prácticas de ignorantes y de personas atrasadas culturalmente como los que creyeron en el campesino Jorge Elías González y confiaron en su poder sobre las lluvias. Cuando el mismo campesino reveló que también había sido llamado por los organizadores de la ceremonia al aire libre, de posesión del presidente Juan Manuel Santos, el 7 de agosto de 2010, los voceros de la Casa de Nariño dejaron claro que, si tal hecho había sucedido, había sido a sus espaldas. Cuando González agregó que durante los festivales de teatro de los últimos años su trabajo había sido alejar la lluvia durante las funciones de teatro o desfiles al aire libre, la directora del festival acumuló franqueza y coraje para admitirlo. Es evidente que en Colombia se prefiere lucir la máscara del racionalista, frío e inteligente que solo cree lo que puede comprobarse.
Pero es solo máscara porque por debajo de las apariencias se contrató al señor de las lluvias, creyó en la lectura atribuida a los mayas sobre el fin del mundo el día doce del mes doce del año 2012, y va de consulta a los apartamentos de las pitonisas. Es significativa la coincidencia en los detalles de esa práctica: esas adivinas se acreditan diciendo que reciben consultas de magistrados, altos funcionarios, oficiales de las fuerzas armadas y damas de la alta sociedad, lo mismo que secretarias, estudiantes, empleados y esposas engañadas, novios que penan por la incertidumbre y hasta desempleados que apelan a la vidente como último recurso desesperado. Pocos de ellos admiten que querían saber para decidir, generalmente se refieren a su visita con desdén, como una simple curiosidad. Las mismas videntes, disfrazan su actividad diciendo que solo se trata de “un don” que ejercitan como entretenimiento porque no es su profesión.
Sin embargo, unos y otros o viven de ese don o son unos vergonzantes creyentes. Los que en los medios de comunicación se escandalizaban por el atraso cultural que representaba la fe en el campesino, señor de las lluvias, son los mismos que diariamente publican horóscopos y lecturas de tarot, prácticas tan supersticiosas como los rituales de año nuevo destacados en amplios espacios mediáticos: las doce uvas, los pantis amarillos, el paseo con la maleta viajera, las espigas y demás expresiones de un poder misterioso que se activa cuando alguien pasa debajo de una escalera o cuando se sientan trece a la mesa, cuando uno tropieza con un gato negro, con una herradura o con un trébol de cuatro hojas. Creencias que están a una considerable distancia de las prácticas del campesino que crea campos magnéticos y que explora en la radiestesia para influir físicamente en un régimen de lluvias. La suya no es ciencia pura, ni él pretende ser un científico, pero cree en unas fuerzas de la naturaleza que puede poner a su servicio de la misma manera que se sirve de las plantas, de la fuerza de la gravedad o del influjo de la luna cuando inicia una siembra o acomete la poda de los árboles. Otra cosa ocurre en las supersticiones urbanas.
A todas estas creencias divulgadas sin pudor por los medios de comunicación como si fueran solo juegos de sociedad, se las llama supersticiones, una palabra cercana en los diccionarios y en el contenido a la palabra supérstite, ese guerrero que sobrevive inexplicablemente después de la batalla en que todos los demás perecieron. Primo Levi, después de los horrores del campo de concentración de Auschwitz, también se sintió supérstite y ante el misterio de su supervivencia se preguntó sobre el por qué y el para qué de haber sobrevivido. Es ese enfrentamiento con el misterio lo que da lugar a la superstición, es la respuesta que se les da a los hechos que no caben en los razonamientos y que ponen a los humanos cara a cara con lo incierto y desconocido. Por eso, cuando la ciencia no explica o no sabe, la superstición busca por su cuenta y crea sus propias explicaciones.
El profesor alemán August Brunner, puesto a explicar el florecimiento de la superstición en nuestros tiempos, marcados por el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, ve a un hombre “inerme frente al impacto del mundo”, e incapaz de interpretarlo. Entonces, agrega: “las grandes masas – y a ellas pertenece la masa de los ilustrados, no menos que los débiles incultos, se sienten perplejos ante lo enigmático de la existencia y se lanzan a las formas más primitivas de superstición”. Por su parte el sociólogo Emile Burke llama a la superstición “la religión de las mentes débiles”. En efecto, abandonando sus propios recursos, sin una institución o un sistema de pensamiento que les ayude a vencer la incertidumbre, los humanos se refugian en la superstición como sustituto de la ciencia o de la religión. Observa el antropólogo y sociólogo Emile Durkheim en su estudio sobre “Las formas elementales de la vida religiosa”, que “cuando la fe ha perdido sus raíces intelectuales aparece el sustituto: la superstición”. Esta es, pues, una caricatura o deformación de lo religioso .
Para el teólogo Josef Trutsch hay una contradicción entre superstición y fe. “La fe es sometimiento y abandono en Dios; las prácticas supersticiosas, por el contrario, utilizan hechos, palabras, objetos que deberían ser expresión de esa entrega creyente en Dios, para imponerle a Dios de misteriosa manera la voluntad del hombre”. Y agrega: “no se libran de este abuso las palabras de la Escritura, las oraciones, los sacramentos, el sacramento mismo del cuerpo de Cristo. Todo puede ser utilizado mágica y abusivamente en las prácticas supersticiosas. Esto acontece cuando la fe ya no es el alma del sacramento”.
Es posible, por tanto, que los sacramentos se conviertan en instrumentos al servicio de los supersticiosos y de la superstición. Y así “las raíces de la posibilidad del anuncio de la salvación, se hunden. La fe aparece como oscurantismo y el diálogo de fe como espectáculo ofrecido a la curiosidad”, comenta el teólogo Alois Stinzel.
Entre los numerosos comentarios sobre el campesino señor de las lluvias, el “racionalismo simplista” (expresión de Durkheim) de algunos columnistas, más apasionados que informados, atribuyeron al influjo religioso el poder de las supersticiones en el país. El hecho es que los instrumentos de la fe -los sacramentos y el culto en general- han sido transformados en muchos casos en manifestaciones de magia y superstición. Sin embargo, es el propio Durkheim quien traza los linderos entre lo uno y lo otro. Según Taylor y Frazer la magia está constituida con técnicas mecánicas y manipulaciones externas de fuerzas impersonales; la religión, en cambio, es el ámbito de la celebración y de la gracia, y, sobre todo, el ámbito de la relación personal de los seres espirituales; Durkheim, por su parte, después de señalar los elementos comunes entre magia y religión, agrega: “no hay diferencias de naturaleza, las fronteras entre los dos campos son indecisas”. “Actúan los dos en el campo de lo sagrado, ambos son de origen social pero hay una distinción fundamental: se puede trazar una línea de demarcación entre la magia y la religión. Ambos difieren en términos de la morfología sociológica: la religión es una comunidad moral, y la magia una clientela”.
En efecto, agrega, “al mismo tiempo que difieren por la naturaleza de sus efectos, difieren también por las relaciones que sostienen con la organización de la sociedad”. Hasta ahí pueden llegar el sociólogo y el antropólogo.
Va más allá el teólogo, ya citado, Josef Trutsch cuando subraya las diferencias entre fe y magia o superstición, a la que llama orientación cuasirreligiosa, lo que para Durkheim es pararreligión. “La superstición como postura mágica contradice la verdadera fe porque brota precisamente de la disociación de la orientación religiosa: la fe, como suprema religiosidad que el mismo Dios hace posible por su gracia, es una confiada entrega, un sometimiento y abandono en Dios”.
Por tanto, si la superstición es la práctica de quien cree en fuerzas misteriosas que la ciencia no puede explicar, la fe reconoce esas fuerzas misteriosas pero sabe en quién puede confiar, por eso la actitud de abandono y confianza en Dios.
Resulta, así, como conclusión, que para el creyente:
La ciencia y la razón no lo son todo. Sabe que la ciencia ha hecho portentosos avances, pero exhibe limitaciones y vacíos que le impiden tener todas las respuestas. La razón da luces, pero no disipa todas las sombras del conocimiento.
El de la superstición y la magia es un camino por el que se pretende llegar a las respuestas que no da la ciencia: o a conjurar las inseguridades de quien no tiene en quién confiar.
El de la fe no es un camino que suple a la ciencia, puesto que la razón tiene su propio derrotero y dinámica de avance. El de la fe es el camino seguro de quien sabe en quién confiar. Da la misma seguridad de quien se siente amado sin condiciones.
Así, la superstición aparece como una crisis de fe, y cada una de sus prácticas resulta una expresión de la debilidad o de la pérdida de la fe; mientras el creyente manifiesta la confianza y la seguridad de quien sabe en quién ha puesto toda su confianza. VNC

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