Desafiar la realidad y naufragar

Rafael de Brigard Merchán, Pbro

No dejaba de tener un aire ridículo la imagen del gran barco de turismo volteado sobre uno de sus costados en aguas italianas. Semejante nave tan grande, tan larga, tan ancha, tan elegante, tan blanca, caída como una dama de la realeza que se resbala en un andén a la vista de todos. ¿Acaso estos artefactos de la creación humana no reposan sobre una no muy disimulada creencia de que estamos en la época en que todo es posible, aun la perfección material?  ¿Estos cascarones de metal no son sobre todo un reto a la misma realidad ofreciendo unos días de absoluta desconexión con el planeta tierra, en una atmósfera de lujo, abundancia sin límites, comida en cantidades industriales, bailes que no cesan, piscinas azulosas, relaciones furtivas? Además de dolorosa en sus consecuencias, la suerte de este barco ciertamente no deja de suscitar una sensación de que en verdad el castillo era de arena.

Babel viene a la memoria. Toma las más variadas formas a lo largo de la historia de la humanidad. Imperios con unos caudillos que a la larga lucen igual de cursis con coronas o boinas rojas. Multinacionales que lo quieren abarcar todo, antes con el apoyo de piratas ennoblecidos tardíamente, hoy con fastuosos edificios y patentes que se apropian de la vida como un producto más. Hierro y concreto elevados a cientos de metros sobre la tierra en formas de edificios y monumentos que parecen indicarle al ser humano que ha dejado de ser el centro del mundo. Aviones de dos pisos que podrían llevar centenares de pasajeros para dejarlos en unos aeropuertos aún más extensos y extravagantes, hechos de tubos y vidrios. Ejércitos cada vez más sofisticados y más letales, equipados con toda clase de trajes tipo Batman, lentes que ven lo invisible, armas que disparan rayos, aviones sin pilotos. Superbancos infalibles que se quiebran como jarros de cristal. La Unión Europea que se parte como un merengue en la boca de un niño hambriento. Babel que se construye cada día en diversas formas y que de igual manera se derrumba sin pena ni gloria.
Para que todo este ímpetu creador y ostentador no aparezca tan grotesco, se presenta esmaltado de progreso y avance de la ciencia. Y seguramente que hay mundos desconocidos donde se sigue desafiando la realidad, y a Dios, diríamos los creyentes, mundos que se llaman laboratorios farmacéuticos, centros de investigación médica, instituciones de salud, recintos legislativos y tal cual asamblea religiosa que se ocupa de manipular sin escrúpulo alguno y, sin duda, despachos gubernamentales en manos de seres rapaces y violentos. Estos mundos babelescos tienen como criterio fundamental la osadía y la temeridad ante la naturaleza, la sonrisa sardónica ante la ley divina, el desprecio de la muchedumbre. Por eso es que lucen más que ridículos cuando se desploman pues su bandera rezaba palabras de infalibilidad e indestructibilidad. Historia de nunca terminar.
Babel no sería ni siquiera digna de un artículo si no fuera porque en cada una de esas torres que se construye para caer indefectiblemente se emite un signo de amnesia y desprecio por la inmensa mayoría de la humanidad. Anuncian el fin de la historia racional para dar paso a una aventura por lo extravagante, lo ilimitado, lo que desconoce las elementales leyes de la física y la naturaleza. Desde luego que cada torre en su altura infinita se aleja más de lo que pasa en su base y alrededor de ella y el crucero de tamaño de estadio en medio del mar es signo inequívoco de la desconexión con la verdadera realidad. Tal vez todos los que abordan estos proyectos saben a ciencia cierta que el desastre está a menos de un centímetro de distancia, pero ello no es óbice para gastar toda la munición en el edificio humano. ¿Podría ser este espíritu desaforado y sin pudor alguno una nueva forma de abandonar la aún dura realidad de la verdadera vida humana?
Existen todavía tantas situaciones dolorosas de la humanidad por resolver que difícilmente alguien se duele en verdad de que se hunda un barco extravagante, se quiebre el banco más grande del mundo, se suicide el estafador más rico del planeta o intente hacerlo, arrastren por la calle como un animal a cualquier dictador con ínfulas de eternidad. Sí. La verdadera humanidad está pensando en cómo resolver el hambre, la pobreza, la mala salud del planeta, las enfermedades huérfanas y todo lo que a ella le duele hasta lo más profundo de su ser. Y para esta ingente multitud los dramas de los opulentos suelen ser tomados como castigos de Dios, que se siente desafiado y desobedecido.  Una sabiduría que no debe ser desoída. VNC

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