Llevamos a cuestas la tierra prometida

Uno de los padres del desierto, le contó esta historia a un joven preocupado por el secreto de la perseverancia: ‘Cuando un hombre sale con su jauría de perros a cazar, va buscando su presa entre montes y valles. De pronto, uno de los perros distingue a lo lejos, la presa que busca su señor, y comienza a correr y a ladrar, señalando el rumbo a los demás. Los otros perros también corren y ladran, pero no saben, propiamente hablando, detrás de qué van. Por eso, cuando aparecen los obstáculos, los matorrales cerrados, las quebradas profundas, se llenan de miedo y dejan de correr. No saben a dónde van, ni qué buscan. En cambio el que logró divisar la presa, supera todas las dificultades, hasta que llega a atrapar a su presa en compañía de su señor’.

Algo parecido nos pasa a los cristianos. Algunos han experimentado la presencia inmediata de Dios y saben hacia dónde se dirigen en su peregrinación interior, aunque tengan que superar obstáculos aparentemente insalvables. La seguridad que produce esta experiencia, los capacita para cambiar en lo relativo, sin perder de vista lo absoluto. En cambio otros, van por la vida corriendo y ladrando, sin tener claro lo qué buscan y hacia dónde deben dirigir sus pasos y el dinamismo vital de su existencia. Corren, eso sí, pero no saben detrás de qué. Terminan haciendo absoluto lo relativo y cuando les cambian mínimamente el libreto, pierden el ritmo y se despistan completamente. Los cambios, constitutivos de la existencia humana, se convierten en tragedias y fuentes de frustración.
Ignacio de Loyola recuerda al comenzar sus Ejercicios Espirituales, que el fin último del ser humano es Dios mismo y que “todas las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el cual es creado” (Ejercicios Espirituales 23). De manera que todo lo creado está al servicio del hombre y del fin para el cual fue creado, que no es otro sino la comunión con Dios, a la media de Jesús. Por tanto, todo lo creado será fuente de vida, en la medida en que nos conduzca al fin; o será fuente de ruina si nos distrae y entretiene lejos del Absoluto.
La consecuencia es que debemos hacernos “indiferentes a todas las cosas creadas (…) en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados” (Ejercicios Espirituales 23). Todo debe estar referido al amor absoluto y último de nuestra existencia. Si el camino hacia Dios es el de la salud, ¡Bendito sea Dios! Si el camino hacia Dios es la enfermedad, ¡Bendito sea Dios! Si el camino hacia Dios son los honores, ¡Bendito sea Dios! Si el camino hacia Dios es la deshonra, ¡Bendito sea Dios! Esto no es fácil decirlo cuando efectivamente sucede. Ni siquiera fue fácil para Jesús, reconocer el camino de la cruz como el camino que lo llevaría a la resurrección.
Cuando una institución humana se plantea su visión, está formulando su deseo de hacer el camino presente, desde el sueño del futuro. Benjamín González Buelta, S.J., formula esta realidad en el título de uno de sus libros: La utopía ya está en lo germinal. El final ya está presente al comienzo del camino. Cuando damos el primer paso, como Abraham, ya llevamos a cuestas la tierra prometida hacia la que nos mueve la promesa. De una manera distinta, lo expresa Ira Progoff: “Como el roble está latente en el fondo de la bellota, la plenitud de la personalidad humana, la totalidad de sus posibilidades creadoras y espirituales está latente en el fondo del ser humano incompleto que espera, en silencio, la posibilidad de aflorar”.
Tener claro lo que buscamos en la vida, como el perro cazador, nos capacita para enfrentar los cambios, sin perder de vista el horizonte hacia el cual dirigimos la totalidad de la existencia. Haber experimentado el amor absoluto que le da sentido a todos nuestros amores, es lo único que garantiza que llevemos a feliz término el plan de Dios para cada uno de nosotros.

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