‘Katmandú, un espejo en el cielo’: educados en la luz

Katmandú, un espejo en el cielo - fotograma

Katmandú, un espejo en el cielo - fotograma

J .L. CELADA | A principios de los 90 del pasado siglo, el argentino Adolfo Aristarain buscaba Un lugar en el mundo para un puñado de soñadores. Más o menos por entonces, una joven maestra catalana trataba de encontrar el suyo junto al Himalaya. Katmandú iba a ser su espejo en el cielo, ese rincón donde disfrutar de una vida plena de sentido.

Una rica experiencia pedagógica y personal que está en el origen del último trabajo de Icíar Bollaín, enésima prueba de que las pequeñas utopías dan mucho juego en el cine. Siempre que el director de turno lo aproveche.

Conocida –y reconocida– por sus historias femeninas y de un alto contenido social (Flores de otro mundo o Te doy mis ojos), la realizadora española supo enseguida que la peripecia de Laia en Nepal tenía todas las papeletas para desembarcar en la gran pantalla.

Y así, apenas un año después de su aventura latinoamericana (También la lluvia), reaparece ahora con esta semblanza sobre la inquieta profesora y su proyecto educativo en el corazón de Asia.

Katmandú, un espejo en el cielo narra el viaje –especialmente, el interior– de la protagonista (una sorprendente Verónica Echegui) a la capital nepalí y su afán indesmayable por construir una escuela para los hijos de los “intocables”, la casta maldita y sin derecho alguno que malvive en los suburbios de la ciudad.

Su particular cruzada no solo nos permite compartir sus métodos didácticos, al servicio de una enseñanza que ayude a los alumnos a “ser libres, a elegir, a ser ellos mismos”.Katmandú, un espejo en el cielo - fotograma

La cámara de Bollaín se cuela entre clase y clase para invitarnos también a conocer esa oscuridad que acecha a los pequeños y que Laia pretende iluminar: la pobreza que les obliga a acudir al colegio a cambio de un plato de comida, la corrupción de los funcionarios, rancias tradiciones machistas que condenan a las niñas a perder su nombre cuando nace un hermano varón, o el sangrante exilio de la prostitución de menores.

Cumplida cuenta de ello da nuestra heroína, empeñada en que “todos podemos cambiar cosas” (de dentro de cada cual, de la comunidad, del entorno…), pero primero hay que empezar por imaginarlo. Por el camino, la cinta nos acerca al lado más humano y familiar del personaje: a su pasado (con rápidos e innecesarios flash-backs), a su dispar grado de compromiso con su profesión y con su matrimonio de conveniencia, a sus amistades, a sus sentimientos de soledad y de pérdida…

El muestrario de intuiciones (e intenciones), paisajes y costumbres no acaba aquí. Sin embargo, lejos de avivar el interés del espectador, conduce a esta esforzada película por los derroteros de lo previsible.

Y, aunque resulta extraño, la combativa Bollaín acaba dejándonos una obra entre lo testimonial y lo documental, más cercana a cualquier reportaje de una campaña solidaria que a una producción cinematográfica que valga la pena recordar. A lo sumo, puede sernos útil para organizar un improvisado debate en el aula.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: Katmandú, un espejo en el cielo.

DIRECCIÓN: Icíar Bollaín.

GUIÓN: Icíar Bollaín, con la colaboración de Paul Laverty.

FOTOGRAFÍA: Antonio Riestra.

MÚSICA: Pascal Gaigne.

PRODUCCIÓN: Luis de Val y Larry Levene.

INTÉRPRETES: Verónica Echegui, Sumyata Battarai, Norbu Tsering Gurung.

En el nº 2.788 de Vida Nueva.

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