El eslabón perdido de la gran pintura religiosa española

El Museo del Prado recupera y muestra obras maestras del arte del siglo XIX

exposicion Prado pintura religiosa española siglo XIX

‘Entierro de Santa Cecilia en las Catacumbras de Roma’, de Luis de Madrazo

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Son pocos, sí, tan solo cinco cuadros, pero la exposición Historias sagradras. Pinturas religiosas de artistas españoles en Roma (1852-1864) reúne la esencia de la gran pintura religiosa española del siglo XIX.

Sometidas a una laboriosa restauración integral, las obras firmadas por Eduardo Rosales –dos de ellas–, Luis de Madrazo, Alejo Vera y Domingo Valdivieso alcanzaron, según el comisario José Luis Díez, jefe de Conservación de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado, una “gran importancia, no solo en su tiempo, sino a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX”. 

Son obras cumbre del arte sacro español porque “encaminaron el rumbo de este género desde el refinado purismo tardorromántico de raíz nazarena hacia el nuevo realismo pictórico”. Sin embargo, habían ido quedándose ocultas en almacenes y talleres, descolgadas unas en los años 30, otras a finales de los 70. Incluso La estigmatización de Santa Catalina de Siena (1862), de Rosales, nunca se había expuesto al público, olvidada en un depósito del Museo de Bellas Artes de La Coruña.

“Al género se le consideraba poco español por estar hecho en Roma. Fue el más importante del siglo XIX y luego ha sido el más aplastado en el siguiente. Por eso, estas obras, de extraordinaria calidad, han pasado desapercibidas”, resume Díez.

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‘Estigmatización de santa Catalina de Siena’, de Eduardo Rosales

El rescate de estas Historias sagradas es significativo, en cuanto explica la gran transformación de la pintura religiosa justo a la mitad del siglo XIX: “Los hallazgos arqueológicos de los enterramientos de los primeros mártires cristianos en las catacumbas fue lo que lo impulsó”, insiste Díez. Es lo que se dio en llamar la pintura de “arqueología sagrada”, punto en el que la pintura sacra pasó a ser tratada como “pintura histórica” y no únicamente devocional.

Roma, etapa fundamental en la formación

A partir de 1852, año del descubrimiento del enterramiento original de santa Cecilia y de la cripta de los Papas en las catacumbas de la Via Appia, comenzó una auténtica fiebre por representar esa “arqueología sagrada”, tanto que, como señala Díez, “deslumbró la sensibilidad” de gran parte de los artistas instalados en Roma, como era el caso del grupo de jóvenes pintores españoles que se reunían en el Antiguo Caffè Greco, y que lideraba Eduardo Rosales (Madrid, 1836-1873), casi todos en “pensión extraordinaria” que, en la mayoría de los casos, debían de devolver al Estado español con la entrega de una obra.

Roma era entonces una etapa fundamental en toda formación pictórica, paso previo a la madurez artística. Allí estaba Rosales, que había llegado en 1857 y, tras un primer deslumbramiento de la “corriente nazarena” de Friedrich Overbeck y los prerrafaelistas italianos, rápidamente se contagió de esa “nueva pintura” que representaba episodios “de justificación arqueológica”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.787 de Vida Nueva. El eslabón perdido de la gran pintura religiosa española, íntegro para suscriptores

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