Polémica tras las denuncias de corrupción en el Vaticano

Carlo Mª Viganò con Benedicto XVI

Salen a la luz unas cartas del exsecretario del ‘Governatorato’, Carlo Viganò, revelando la mala gestión de algunos organismos

El exsecretario del 'Governatorato', Carlo Mª Viganò

ANTONIO PELAYO. ROMA | Este Papa, supuestamente menos sensible al tema ecuménico que su predecesor, Juan Pablo II, no deja pasar una ocasión sin resaltar su sincera preocupación por el problema de la unidad de los cristianos, eso sí, situándolo en la perspectiva que él considera justa, lejana de toda falsa ilusión o peligro de sincretismo.

Así lo subrayó en la homilía que pronunció al clausurar, el 25 de enero en la Basílica de San Pablo Extramuros, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, un rito que se renueva desde hace casi medio siglo –45 años, por la precisión–, pero que no pierde actualidad.

Inspirándose en la personal conversión del apóstol Pablo, “que no fue el resultado de una larga reflexión interior y mucho menos fruto de un esfuerzo personal, sino, sobre todo, obra de la gracia de Dios que ha actuado según sus inescrutables caminos”, Benedicto XVI trazó el itinerario que debemos recorrer hoy los cristianos para “restablecer la unidad, que es un deber y una gran responsabilidad para todos”.

“Aunque en nuestros días –dijo– experimentemos la dolorosa situación de la división, nosotros los cristianos podemos y debemos mirar al futuro con esperanza, en cuanto que la victoria de Cristo significa la superación de todo lo que nos retrasa el compartir la plenitud de la vida con Él y con los otros. La Resurrección de Jesucristo confirma que la bondad de Dios vence el mal, el amor supera la muerte (…). Unidos en Cristo, estamos llamados a compartir su misión, que es llevar la esperanza allí donde domina la injusticia, el odio y la desesperación. Nuestras divisiones hacen menos luminoso nuestro testimonio de Cristo. El horizonte de la plena unidad que esperamos con activa esperanza y por la que ahora rezamos con confianza es una victoria no secundaria, sino importante para el bien de toda la familia humana”.

En la ceremonia estaban presentes Su Eminencia Gennadios Zervos, en representación del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I; el representante personal del Primado de la Comunión Anglicana, reverendo David Richardson; y otros delegados de las Iglesias y comuniones cristianas. También se encontraban en la Basílica casi 30 cardenales, entre ellos el decano, Angelo Sodano; el secretario de Estado, Tarcisio Bertone; y Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, además de numerosos diplomáticos y el personal de la Secretaría de Estado con monseñor Angelo Becciu a la cabeza.

clausura de la Semana de Oración por la Unidad 2012

Clausura de la Semana de Oración por la Unidad 2012

El día anterior había tenido lugar en la Sala de Prensa de la Santa Sede la presentación del Mensaje que Benedicto XVI ha dirigido a toda la iglesia con ocasión de la 46ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, sobre el tema Silencio y Palabra: camino de evangelización.

Abriendo el acto, el presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Claudio Maria Celli, comenzó afirmando que “el silencio no es falta de comunicación, el silencio forma parte del flujo de mensajes e informaciones que caracteriza la nueva cultura de la comunicación”, y citó, en apoyo de su afirmación, las palabras del filósofo francés Jean Guitton: “Existe un silencio que es un elemento primordial sobre el cual se desliza la palabra y se mueve como el cisne en el agua. Para escuchar con provecho una palabra, conviene crear primero dentro de nosotros mismos este lago inmóvil (…). La palabra surge del silencio y al silencio vuelve”.

Un poco más adelante, y ya con palabras propias, Celli prosiguió: “El silencio es una manera fuerte para expresar nuestro respeto y nuestro amor a los otros. En el silencio escuchamos al otro, damos la prioridad a la palabra de los otros. El silencio es una actitud activa . Nuestro silencio permite y da espacio al otro para que hable (…). El silencio refuerza la relación, los vínculos entre dos personas. En el silencio logro entender quién es el otro y de este modo me encuentro a mí mismo. El silencio me permite estar atento al contenido de la comunicación. El silencio sirve para pensar, valorar, juzgar la comunicación. El silencio nos ayuda a ver (…). En el fondo, el silencio me permite dar el justo significado a la comunicación y a no estar solamente sumergido por el volumen de la comunicación”.

Ya al final de su intervención, el arzobispo citó estas profundas palabras de Simone Weil en su libro Espera de Dios: “Las criaturas hablan con sonidos. La palabra de Dios es silencio. La secreta palabra del amor de Dios no puede ser otra cosas que silencio. Cristo es el silencio de Dios”.

cuenta de Vida Nueva en Twitter

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La importancia de las redes sociales

En el mensaje, el Santo Padre ratifica la importancia social de los modernos medios de comunicación y las llamadas redes sociales, con centenares de millones de personas que a ellas se asoman cada día. “En la esencialidad de breves mensajes –escribe el Papa–, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad”.

En su edición del 29 de enero, L’Osservatore Romano publicaba al pie de su primera página una noticia que decía: “El Santo Padre ha presidido esta mañana [del sábado] una reunión de los jefes de los dicasterios de la Curia romana”. Pocas líneas, como es habitual, para lo que podríamos llamar reuniones del “Consejo de ministros” del Papa, a la que asisten los prefectos de las congregaciones y los presidentes de los pontificios consejos y de algunos otros, pocos, organismos de la Curia romana. Nunca se ha hecho público el orden del día, ni los temas tratados ni quiénes han intervenido en dicha reunión.

¿Quién sabe, pues, si en la del 28 de enero se trató o no el “escándalo” surgido en torno a unas cartas del actual nuncio apostólico en Washington, monseñor Carlo Maria Viganò? La prensa y la televisión italianas se han hecho eco de dos cartas dirigidas por el prelado al Papa, con fecha del 27 de marzo y del 7 de julio de 2011, en las que denuncia episodios de corrupción en la administración de algunos organismos vaticanos.

Viganò, un eclesiástico de alto rango

El firmante de esas misivas –cuya autenticidad nadie ha puesto en duda– es un eclesiástico lombardo de alto rango nacido en Varese, Archidiócesis de Milán, el 16 de enero de 1941, con una notable carrera en el servicio diplomático de la Santa Sede, en el que ingresó en 1973.

Carlo Mª Viganò con Benedicto XVI

Carlo Mª Viganò con Benedicto XVI

Prestó sus primeros servicios en las nunciaturas de Irak y Gran Bretaña, hasta que en 1978 fue llamado a la Secretaría de Estado. Fue secretario personal de monseñor Eduardo Martínez Somalo –junto al hoy cardenal Leonardo Sandri– durante todos los años en que este desempeñó sus funciones como sustituto de la Secretaría de Estado.

En 1989 se le destinó a Estrasburgo como observador permanente de la Santa Sede ante el Consejo de Europa. Tres años después fue nombrado nuncio apostólico en Nigeria y consagrado obispo por Juan Pablo II el 3 de abril de 1992, ceremonia en la que actuaron como co-consagrantes los cardenales Angelo Sodano y Franciszek Macharski.

En 1998, siendo ya sustituto el hoy cardenal Giovanni Battista Re, Viganò volvió a Roma para desempeñar la función de delegado para las Representaciones Pontificias, cargo equivalente al de un inspector de embajadas, en el que permaneció hasta julio de 2009. Fue entonces cuando fue llamado a sustituir a Renato Boccardo en la Secretaría General del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano, donde permaneció hasta primeros de septiembre de 2011. Pocas semanas después fue nombrado nuncio apostólico en Washington, uno de los puestos más altos de la diplomacia vaticana.

El 25 de enero, en la cadena televisiva italiana La Sette, salía a las ondas el programa “Los intocables”, dirigido por el periodista Gianluigi Nuzzi (ya conocido por su libro Vaticano SPA), anticipado en algunos periódicos del día –como el Corriere della Sera– con el título nada tibio de “Los misterios de las finanzas del Vaticano”. En el curso de la larga emisión, repetidamente se citaban extractos de algunas de las cartas escritas por monseñor Viganò a sus más altos superiores.

“Sentencia de condena”

En la que lleva fecha del 7 de julio y dirigida al Papa en persona, el prelado afirma que la noticia de su nombramiento como nuncio en los Estados Unidos “será percibida por todos como un veredicto de condena de lo que he realizado y, en consecuencia, como un castigo”.

Viganò evoca la audiencia que Ratzinger le había concedido el 4 de abril, en la que se le comunicó que se había creado una Comisión especial “encargada de aclarar la delicada situación en la que he estado involucrado”, es decir, las denuncias sobre la pésima gestión económica en el organismo responsable de todo lo relativo a la gestión del pequeño Estado –museos, jardines, obras, economato, etc.– y el consiguiente mal clima reinante en el Governatorato.

El prelado le pide al Pontífice que, “para proteger mi buen nombre, posponga por el tiempo necesario el cumplimiento de la decisión que Usted ha tomado, la cual en este momento sonaría como una injusta sentencia de condena hacia mí, basada en comportamientos que me han sido atribuidos falsamente, y que confíe la tarea de profundizar en la real situación de este acontecimiento –en el que se ven involucrados también dos eminentísimos cardenales– a un órgano verdaderamente independiente, como, por ejemplo, la Signatura Apostólica”.

Como es sabido, no hubo marcha atrás en la decisión papal (el fallecimiento del anterior nuncio, Pietro Sambi, había “facilitado” esta solución, auspiciada por el cardenal Bertone), y en su día se nombró al hasta entonces nuncio en Italia, Giuseppe Bertello, presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano (en sustitución del cardenal Giovanni Lajolo), y al auditor de la Rota Romana, Giuseppe Sciacca, como secretario del Governatorato.

El 26 de enero le tocó al padre Lombardi salir a reparar el entuerto informativo con una extensa nota. En ella se reconocía que la acción de Viganò como secretario del Governatorato “tuvo ciertamente aspectos muy positivos, contribuyendo a una gestión caracterizada por la búsqueda del rigor administrativo, del ahorro y de la rectificación de una situación económica compleja y difícil”.

Se añadía a renglón seguido que “los criterios positivos y claros de correcta y sana administración y transparencia en los que se ha inspirado monseñor Viganò siguen siendo ciertamente los que guían también a los actuales responsables del Governatorato en su probada competencia y rectitud”.

El segundo punto de la declaración del director de la Sala de Prensa de la Santa Sede insistía en lamentar el “modo parcial y banal, exaltando los aspectos negativos”, en que había sido presentada en la televisión la gestión de los asuntos económicos por parte de la Santa Sede, recordando que “el gobierno de la Iglesia tiene en su vértice a un Pontífice de juicio profundo y prudente, cuya rectitud por encima de toda sospecha, garantiza la serenidad y la confianza que justamente se espera de aquellos que obran al servicio de la Iglesia”. Por último, se reafirmaba que, nombrándole nuncio en Washington, el Papa había manifestado a Viganò su “indudable estima y confianza”.

Todos estos hechos, con sus inevitables flecos, nos llevan a plantear, una vez más, la exigencia no solo de total rectitud en la gestión financiera de la Iglesia (que no siempre existe, por desgracia), sino, al mismo tiempo, la transparencia absoluta, que, más que la regla habitual, es la excepción. Teniendo razón en muchas cosas, monseñor Viganò se ha equivocado en el modo de exponer sus posturas y defenderlas de sus –en muchos casos sin duda– interesados atacantes. Insólito en un prelado de su alta condición. [El Vaticano se defiende de las acusaciones de corrupción vertidas por Carlo Viganò]

  • Opinión: Küng, por Antonio Pelayo

En el nº 2.787 de Vida Nueva.

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