La recesión

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“La referencia a la crisis económica y financiera era obligada. Pero señalando muy bien que, en última instancia, se trata de una crisis ética, de principios morales…”.

Aunque este término es utilizado frecuentemente por los economistas, no todos están de acuerdo en aquello que significa, y mucho menos en los plazos y los bajos niveles de producción que se necesitan para que suenen todas las alarmas. Si la recesión llega a los límites del sálvese quien pueda, ha llegado el temido bajonazo de la depresión.

Lo que se dice de la economía también puede aplicarse a otras actividades humanas, como pueden ser la investigación, la actividad cultural, la enseñanza, la cooperación en distintos proyectos solidarios… En fin, que lo de la recesión es como una plaga sin barrera de contención.

Los encuentros que el Papa mantiene con la Curia romana y con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede con motivo de las felicitaciones de Navidad y de Año Nuevo, suelen ser ocasión propicia para que el Santo Padre haga un pequeño balance del año que termina y proponga una serie de orientaciones para el que comienza.

La referencia a la crisis económica y financiera era obligada. Pero señalando muy bien que, en última instancia, se trata de una crisis ética, de principios morales. Que el gran desafío pastoral de la Iglesia es anunciar a Jesucristo y hacer sentir la alegría de vivirlo y de ser testigos de esperanza.

Se viene observando, cómo no, con preocupación la disminución de la práctica religiosa, el estancamiento de las vocaciones al sacerdocio, el aumento del escepticismo y de la incredulidad… Lo cual puede hacer pensar, y no falta quien lo hace, en una recesión de la fe.

Los caminos de Dios, con la presencia de su Verbo entre los hombres, tienen unas dimensiones bastante distintas. Los valores son los de la gracia del Espíritu que se nos ha dado y de la misma Palabra de Dios. Toda la economía de nuestra salvación descansa en esa manifestación de Dios, que llega al hombre, lo transforma y convierte su corazón.

El misterio del Verbo de Dios encarnado no sabe de recesión. Habrá momentos en los que no se notan los frutos, pero la levadura sigue transformándolo todo sin que se note su presencia, y la semilla tarda en salir de la tierra pero no porque a la Palabra de Dios le falte eficacia, sino porque el corazón del hombre se ha endurecido por el pecado, revestido de deplorables actitudes de egoísmo, claudicación de la propia dignidad, extorsión del débil y todas las injusticias que se puedan imaginar.

Decía Benedicto XVI: “Invito a todos a tener paciencia y constancia en la búsqueda de la justicia y de la paz, de cultivar el gusto por aquello que es recto y verdadero. La paz no es nunca un bien alcanzado plenamente, sino una meta a la que todos debemos aspirar y por la cual todos debemos trabajar” (Vísperas, 31-12-2011).

En el nº 2.787 de Vida Nueva.

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