Un año para Miguel de Unamuno

Estatua de Miguel de Unamuno en Salamanca

Salamanca conmemora el 75º aniversario de la muerte de un hombre “profundamente religioso y místico”

Estatua de Miguel de Unamuno en Salamanca

Estatua de Miguel de Unamuno en Salamanca

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Salamanca celebrará a lo largo de 2012 el 75º aniversario de la muerte de Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936). Un abanico de exposiciones, obras de teatro, conciertos, cine, talleres, ciclos de conferencias, encuentros literarios, publicaciones y hasta rutas turísticas bautizadas en su conjunto como el “año unamuniano”.

Entre las actividades de relieve, el Ayuntamiento, junto a la Universidad de Salamanca –de la que Unamuno fue rector–, anunciará como colofón una gran exposición sobre su legado histórico. Legado que se preserva en su Casa-Museo, con su escritorio, sus plumas, su cama y su biblioteca de más de 6.000 volúmenes, además de 25.000 cartas, manuscritos y borradores.

Otras iniciativas, como la reedición de todas sus obras, que ha emprendido la editorial Austral completan una celebración que pretende, ante todo, acercar “la figura y el pensamiento” de un Unamuno que fue un profesor, un pensador, un escritor, comprometido con todo lo que le rodeaba y, ante todo, con España. Y, por supuesto, “profundamente religioso y místico”, como le definiera el filósofo Manuel García Morente.

Devolverle al lector

En cierto modo, este aniversario debe servir para devolver la figura de Unamuno al lector. Para Unamuno, el valor de la conciencia, la defensa del yo individual frente a toda imposición dogmática, fue norma de vida. Hoy mismo, su independencia, su vitriólico sentido de la justicia, sería de nuevo carne de cañón.

El novelista y biógrafo Luciano G. Egido, mantiene que Unamuno fue el único intelectual represaliado a la vez por los dos bandos de la Guerra Civil. Porque el rector salmantino “no se calló ante nada y ante nadie”.

Sin embargo, gran parte de los hechos y las obras del “agitador de espíritus” son desconocidas o interpretados de forma reduccionista. Y de su obra literaria, por ejemplo, las que más permanecen –las novelas San Manuel Bueno, mártir, Niebla, La tía Tula o los ensayos de El sentimiento trágico de la vida–, hay quien pretende apartarlas de su verdadero objeto, que no es otro que aquello que él mismo asumía: “El problema religioso es lo que me ha preocupado siempre”.

El mejor homenaje, afirma Miguel Ángel Jaramillo, director del Servicio de Archivos de la Universidad de Salamanca, es intentar comprender a Unamuno.

Puede que Unamuno sea, como sostiene Jacinto Varela Jácome en su ensayo Renovación en la novela en el siglo XX, “la figura más discutida de la literatura española contemporánea, por su carácter, por su inteligencia poderosa, por la efervescencia de su obra. Frente a los más duros calificativos –histrión, extravagante, santo laico, redomado hereje– ha merecido los más cumplidos elogios”.

Discutible o no, lo cierto es que del análisis literario, filosófico y hasta teológico, la figura resultante de Unamuno se proyecta más allá del lugar que ocupa en la historia de la cultura española o de la vigencia contemporánea de su obra novelística. Unamuno creó una obra narrativa amplia y variada que ha sido sometida a interpretaciones dispares.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.785 de Vida Nueva. Artículo completo para suscriptores

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