Los puentes y el río

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Repasando un poco el calendario, pronto nos damos cuenta de que esas fiestas que tienen hondas raíces entre nosotros son las de un marcado carácter religioso…”.

Es conocida la anécdota sucedida durante el mitin en un pequeño pueblo. El político, con el fin de ganarse el voto de los ciudadanos, les promete la construcción de un puente. Le advierten que en ese pueblo no hay río. No se preocupen, responde el político, el río lo haremos después.

Entre las reformas propuestas por el nuevo presidente del Gobierno figura la de la supresión de los puentes, trasladando los festivos al lunes, excepto en las fiestas con mayor arraigo social. Las razones para esta disposición tienen motivos particularmente económicos y de producción.

Enseguida viene la pregunta: ¿qué fiestas serán las elegidas como las de mayor arraigo social? Repasando un poco el calendario, pronto nos damos cuenta de que esas fiestas que tienen hondas raíces entre nosotros son las de un marcado carácter religioso.

Como se decía en algunos ambientes populares, la fiesta en la que no se mojan los dedos en la pila del agua bendita, no parece fiesta. Incluso, en algún lugar del sur, se afirma que una fiesta sin procesión queda insulsa y aburrida.

Tiempos ha, en alguna comunidad autónoma se daba el contrasentido de que la fiesta laboral no coincidía con la fiesta religiosa. Así se descansaba por un motivo que se celebraba en un día distinto. Esto mismo puede ocurrir ahora si no se escucha a esa sociedad que tiene sus arraigos. Unos arraigos a los que, por otra parte, habrá que poner nombres y apellidos culturales, familiares y, por supuesto, religiosos.

En cuanto a las fiestas religiosas, habrá que escuchar a aquellas instituciones más representativas. En nuestro caso, a la Iglesia católica. Después vendrá todo aquello de la aconfesionalidad y, de nuevo, se vendrá a confundir lo que es respetar las ideas y sentimientos de cada uno y, so pretexto de una constitución laica, quitar el pan y la sal a todo aquel que, con todo derecho, puede seguir y practicar una confesión religiosa.

Que llegará la cantinela de siempre, pues seguro que sí. Que si estamos sometidos al imperio de los clérigos, que si la Iglesia sigue en el nacionalcatolicismo, que si el poder se doblega, que no acabamos de enterarnos de que estamos en una sociedad laica… Y, para rematar, que se denuncien los acuerdos con la Santa Sede. Nada menos.

Decía Benedicto XVI: “Parece legítima y provechosa una sana laicidad del Estado, en virtud de la cual las realidades temporales se rigen según normas que les son propias, a las que pertenecen también esas instancias éticas que tienen su fundamento en la existencia misma del hombre. Entre estas instancias, tiene seguramente una relevancia primaria ese ‘sentido religioso’ con el que se expresa la apertura del ser humano a la Trascendencia. Un Estado sanamente laico también tendrá que dejar lógicamente espacio en su legislación a esta dimensión fundamental del espíritu humano” (Al Presidente del Senado italiano, 11-10-2005).

En el nº 2.785 de Vida Nueva.

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