Las Misioneras de la Unidad, 50 años después, siguen encarnando este reto eclesial
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Fotos: SERGIO CUESTA | En los años cincuenta, en un momento en el que la Iglesia no impulsaba precisamente la participación de sus fieles en oraciones interconfesionales, en la España nacionalcatólica el ecumenismo era algo impensable. En ese contexto, el rector del seminario de Segovia, Julián García Hernando, estudioso de la Historia de la Iglesia, sufría porque sentía que el rechazo mutuo entre cristianos era un evidente antitestimonio. Fue así como, años después, surgió un proyecto que, paralelamente, se vería ratificado por el cambio en el modo de relacionarse la Iglesia con el mundo. [Siga aquí si no es suscriptor]
El 6 de enero de 1962, el mismo año en que se inauguraba el “ecuménico” Concilio Vaticano II, García Hernando fundó en Segovia la congregación de las Misioneras de la Unidad, con el carisma específico de promover la unidad de los cristianos.
Conformada en un principio por cuatro hermanas, a los 11 meses se sumó Águeda García: “Nunca pensé en ser religiosa. Veía mi vocación hacia el matrimonio y estaba muy comprometida con la sección juvenil de Acción Católica, en La Granja. Pero todo cambió al hablar con don Julián. No sabía qué era el ecumenismo, más allá de cuatro cosas, aunque me atrajo la convicción y humildad con que defendía su obra. Todos le decían que era un error, pero él, apoyado por obispos como Enrique Plá y José María Gª Lahiguera, sabía que ese era el camino. Así me decidí a dar el paso”.
Poco después, le siguieron María José Delgado y Milagros González. Ambas, como Águeda, entraron en las Misioneras de la Unidad sin tener ninguna formación ecuménica –“en Segovia, por aquellos años, ni habíamos visto a un protestante”, recuerda entre risas la primera–. Les bastó “el querer entregarnos a la Iglesia y el testimonio vivo de don Julián, que ante todo era veraz y nunca tenía dobleces”.
Esa llama inicial, “con los años, a través de la formación y las vivencias, me ha hecho descubrir que mi vocación solo tiene sentido en lo ecuménico”, sentencia María José.
No tardarían mucho en comprobar el alcance de su aventura. Impulsadas por los frescos aires del Concilio, trasladaron en 1964 su residencia a Ginebra (Suiza), para colaborar directamente con el Consejo Ecuménico de las Iglesias, que tenía allí su sede. Para mantenerse, trabajaban a la vez en una guardería, atendiendo a los hijos del numeroso colectivo de emigrantes españoles. Allí permanecerían ocho años.
Mientras, en España, la Conferencia Episcopal ratificaba el cambio de línea situando a García Hernando al frente del Secretariado Nacional de Ecumenismo; tarea que desempeñaría entre 1966 y 1998 (falleció diez años después, a los 88 años).
Fueron tiempos de gran ebullición, como destaca Milagros con una anécdota que se le quedó grabada: “Recuerdo la primera vez que fui a Taizé. Coincidió con la publicación del Mensaje del Concilio Vaticano II a los Jóvenes. Fue impresionante ver cómo se desbordó la alegría. Los jóvenes cantaban por los caminos, don Julián estaba muy alegre… Fue inolvidable”.
Sin embargo, como recuerda María José, es ahora cuando han asimilado lo que supuso el Concilio para todas ellas: “Nos dábamos cuenta de que era muy importante, sobre todo al ver el entusiasmo de don Julián. Fue con el tiempo, por todo lo que fuimos viviendo, cuando lo entendimos en toda su profundidad”.
Traslado a Madrid
El gran avance para la orden se produjo en 1972, con su traslado a Madrid. Allí crearon el Centro Ecuménico ‘Misioneras de la Unidad’, referente hoy en la organización de las principales citas ecuménicas que se dan en nuestro país, como los Encuentros Ecuménicos de El Espinar o el anual Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se celebra estos días, del 18 al 25 de enero.
En su impulso de la formación, además de contar con una biblioteca en la que reúnen 8.000 volúmenes (3.000 de ellos, digitalizados), con información muy valiosa sobre todas las confesiones cristianas desde disciplinas como Biblia, Teología, Dogmática o Liturgia, editan la revista Pastoral Ecuménica y el boletín informativo digital Infoekumene.
Igualmente, ofrecen un curso académico en el que participan, cada año, todos los lunes y martes de octubre a junio, grandes referentes ecuménicos a nivel nacional e internacional. El presente curso, cómo no, gira en torno A los 50 años del Vaticano II.
Pero la comunidad no se restringe a las doce hermanas que se reparten entre Madrid, Córdoba o Málaga. Su carisma, de raíz femenina y europea, se ha enriquecido con la unión de tres religiosos colombianos: Geomar Enrique Córdoba, John Jairo Pérez y Celso Enrique Fernández.
El primero detalla cómo surgió su ingreso en la congregación: “No nos conocíamos entre nosotros, pero escuchamos las predicaciones sobre la unidad que Juan Pablo II ofreció con motivo del Jubileo de 2000. El primer contacto con ellas fue en 2004 y a través de Internet, por nuestro conocimiento de don Julián como un referente ecuménico en Europa. Águeda y él viajaron a Colombia poco después. Nuestro obispo, Óscar José Vélez, pastor de la Diócesis de Valledupar y que siempre nos apoyó, también vino a España. Así se definió nuestro carisma, integrándonos en la orden, en vez de formar otra diferente. Nuestros estatutos, aprobados el pasado 15 de mayo, mantienen las bases que hace 50 años estableció don Julián, aunque acomodándolas a nuestra realidad masculina”.
Una adaptación que, indica Geomar, también incluye la particularidad latinoamericana: “Allí el pluralismo es muy grande, por los muchos casos de sincretismo y también por el fuerte crecimiento de las llamadas Iglesias libres o sectas. Estas, a diferencia de la Iglesia católica y otras Iglesias históricas, sí hacen proselitismo. El objetivo es el diálogo sincero, desde el compartir, no el proselitismo”.
De visita en Madrid, en casa de sus hermanas, los religiosos colombianos ven diferente la situación que se vive en Europa. Celso aprecia que “aquí es más fácil acercarse a los otros cristianos y participar con ellos en celebraciones comunes. Recuerdo cuando Águeda, en un viaje a Colombia, nos llevó a conocer a un pastor pentecostal. Ahora me río, pero entonces pensaba que el obispo nos echaría por eso… Al ver la naturalidad de ella y lo bien que fuimos recibidos, nos dimos cuenta de que hay que cruzar fronteras. Hoy sé que en cada hermano vivo el carisma de la unidad”.
Como ellas y ellos destacan, y como resume Milagros, “de ecumenismo se aprende mucho a través del estudio, pero lo que de verdad cuenta es la riqueza de beber de la fuente de la vivencia, del testimonio, del compartir. En nuestros encuentros, en España y por todo el mundo, he experimentado que todos somos una familia”. Y es que, como concluye Águeda, “lo mejor es el amor que nos contagiamos”.
El ecumenismo no está dormido
Pese a que las Misioneras de la Unidad admiten que hoy se da “un considerable enfriamiento por parte de todas las Iglesias cristianas” en relación al diálogo ecuménico, no lo afrontan desde el escepticismo.
María José Delgado cree que “el ecumenismo no está dormido. Simplemente es que en cada momento histórico tiene su expresión. Tras el Concilio, hubo un período de júbilo, al que siguió otro de aplicación en documentos. Hoy, el tiempo es de reflexión y oración. La unidad es una obra de Dios, no de las personas, por lo que sus tiempos no son los nuestros”.
Águeda García tampoco duda en su mirada positiva: “En estos años hemos sido testigos de cosas antes impensables, como la aprobación de los matrimonios mixtos o la primera Ley de Libertad Religiosa en nuestro país, promovida en parte por don Julián, quien contó con nuestro apoyo”.
En el nº 2.785 de Vida Nueva.
INFORMACIÓN RELACIONADA
- Editorial: ¿Enfriamiento ecuménico?
- Vida Consagrada: En el frente del diálogo interreligioso