Dios y el Polo Norte

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Dios, y todo lo que a Él se refiere, son poco menos que términos excluidos del libro de estilo de muchas gentes. Parece como si hubiera un extraño y oculto consenso para evitar hablar de la fe…”.

Es una de las ocurrencias de Chesterton ante las dificultades para expresar libremente opiniones y sentimientos: “Es como si te mandaran escribir la vida de Nansen y te prohibieran hablar del Polo Norte”. Sabido es que Nansen fue uno de los mejores conocedores del Polo Norte.

Pues un poco de lo mismo ocurre cuando se trata de hablar de todos aquellos valores que tengan cierta relación con la trascendencia.

A Dios se le llama “el de arriba”, y a la vida eterna, algo así como “dondequiera que esté”, naturalmente el difunto. En fin, que Dios, y todo lo que a Él se refiere, son poco menos que términos excluidos del libro de estilo de muchas gentes. Parece como si hubiera un extraño y oculto consenso para evitar hablar de la fe, como si de algo tabú se tratara.

Acaban de celebrarse las Navidades, por ejemplo, y hay que ver la de generalizaciones indeterminadas que ha habido que emplear para que no se oyera hablar ni de la venida de Cristo, ni de san José y la Virgen, ni siquiera de Navidad. Son las fiestas de la celebración que todos sabemos y que resulta casi una palabra tabú para ser pronunciada en sociedad.

No se me ocurre pensar que pueda ocurrir con los términos religiosos lo que sucede en algunos ambientes con la utilización de palabras que parece que marcan la pertenencia a un determinado grupo político, y que pronunciarlas sería poco menos que definirse ideológicamente. Son conocidas las frases de algunos políticos, que han desaparecido en el lenguaje corriente por miedo a que a uno le tachen de simpatizante con tal o cual partido político.

Como católicos, tenemos nuestra manera de decir las cosas y no queremos renunciar a un lenguaje con el cual nosotros queremos indicar los misterios de fe en los que creemos. Y no solamente tenemos derecho a que se respete nuestra forma de decir, de pensar y de creer, sino también a que, cuando se refieren a nosotros, nos identifiquen con nuestras propias señas de identidad.

Ni las Navidades son “las fiestas” ni la Semana Santa los “fastos de primavera”. Son la conmemoración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y de la celebración del misterio Pascual de la muerte y resurrección del Señor.

A nadie queremos obligar a seguir nuestro camino cristiano y a profesar nuestra fe, pero tenemos el compromiso de ofrecer a todos aquello en lo que creemos. Y nos gusta que nos reconozcan así, como cristianos, como seguidores de Jesucristo, como hijos de la Iglesia. Y que todos sean bienvenidos a nuestras fiestas y celebraciones, pero sin que para ello tengamos que renunciar a nuestra identidad y a dejar de ser fieles al credo que deseamos profesar.

Decía el papa Benedicto XVI que “la Iglesia, como peregrina en este mundo, vive, ora y da testimonio de Cristo en contextos culturales, sociales y humanos diversos” (Discurso al Patriarca Mar Dinkha IV, 21-6-2007).

En el nº 2.784 de Vida Nueva.

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