Año viejo y buenas nuevas

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Pensar que este mundo está poblado exclusivamente por hombres y mujeres egoístas y malvados, aparte de ser una mayúscula insensatez, no deja de ser una flagrante injusticia”.

No piensen ustedes que vamos a hablar del año que acabamos de terminar. Lo de viejo no se refiere a que se trate de algo ya pasado, sino de esa triste costumbre de presagiar lo peor para aquello que está por venir. Se nos anuncian, más que tiempos recios a lo teresiano, como días de catástrofes en todos los aspectos.

En fin, que apenas ha nacido el año y ya lo consideramos como algo para olvidar y pasarlo cuanto antes al pozo de los recuerdos irrecuperables. Esas buenas nuevas que deseamos no lo son tanto por novedosas cuanto por renovadas en la fidelidad a la fe que confesamos.

Como Dios es eterno, providente y de lo más estable, en lo que se refiere a Él no hay que hacer muchos análisis de prospectiva para estar completamente seguros de que estará a nuestro lado, y, si por fatigas y disgustos tenemos que pasar, no ha de faltar nunca su apoyo providente para que tengamos la fortaleza necesaria para afrontar esos días difíciles.

Dios lo primero, naturalmente. Pero tampoco hay que olvidar que son muchas las gentes que, tanto las que trabajan en las instituciones que procuran el bien común, como las personas que en nuestro entorno, más o menos inmediato, no dejarán de echarnos una mano. Pensar que este mundo está poblado exclusivamente por hombres y mujeres egoístas y malvados, aparte de ser una mayúscula insensatez, no deja de ser una flagrante injusticia.

Entre estas instituciones, más en el sentido de comunidad y de madre, tenemos a la Iglesia. Ella nos ofrece la luz de la palabra de Dios para alumbrar bien el camino, el alimento de los sacramentos para fortalecerse con la gracia del Señor, reparar las debilidades con el perdón y la penitencia, y sin olvidar nunca el constante requerimiento a vivir conforme al mandamiento nuevo del Señor.

El cristiano no puede nunca claudicar de unas actitudes esenciales a su condición de seguidor de Cristo. Entre ellas, la de ser fiel y la de ser libre. Lo primero, porque la gracia del bautismo permanece más allá de cualquier circunstancia. Y la libertad, como virtud que impide caer en cualquier tipo de derrotismo, sabiendo muy bien que nadie puede quitarle al hombre su capacidad de poder amar y de vencer el mal a fuerza de bien.

Decía Benedicto XVI que “debemos permanecer siempre abiertos a la esperanza y firmes en la fe en Dios. Nuestra historia, aunque con frecuencia está marcada por el dolor, por las incertidumbres, a veces por las crisis, es una historia de salvación y de ‘restablecimiento de la situación anterior’. En Jesús acaban todos nuestros exilios, y toda lágrima se enjuga en el misterio de su cruz, de la muerte transformada en vida, como el grano de trigo que se parte en la tierra y se convierte en espiga” (Audiencia 12-10-2011).

En el nº 2.783 de Vida Nueva.

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