Editorial

Un año para la renovación conciliar

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imagen de archivo del Concilio Vaticano II

EDITORIAL VIDA NUEVA | El nuevo año 2012 viene marcado por un deseo de esperanza en medio de las dificultades. Los mensajes que van llegando invitan a no dejarse vencer por la situación ni por el panorama internacional, que dibuja un mapa cargado de pesimismo. Aunque no hay datos para esa esperanza, sí tenemos razones profundas para ella. Es el motor para avanzar. Por eso, vayan por delante nuestros mejores deseos a la gran familia de Vida Nueva para este año que comenzamos, y que una renovada esperanza aliente nuestro camino.

Ser testigos hoy de ella es uno de los servicios que los cristianos debemos prestar no solo a la sociedad en la que vivimos, sino también a la Iglesia, inmersa a veces en la trampa del desaliento.

Y una ocasión especial se nos presenta este año para no dejarse invadir por el tedio y el desasosiego. Se trata de la celebración del 50º aniversario del Vaticano II, una excelente circunstancia para poder buscar en los aires conciliares las razones para la esperanza hoy en la misma Iglesia. A ello contribuirá, sin duda, todo lo que rodea al Año de la fe y al Sínodo para la Nueva Evangelización, que tantas expectativas están levantando.

El miedo a un revisionismo sigue pendiente hoy
en una Iglesia que no debiera
dejarse arrastrar por quienes mantienen
un continuo cuestionamiento conciliar.

Este 2012, por lo tanto, es un año en el que trabajaremos con esmero para estar cerca de estos acontecimientos que vertebrarán el calendario eclesial. En los documentos conciliares, su desarrollo posterior y aplicación, nos detendremos de forma especial.

El miedo a un revisionismo sigue pendiente hoy en una Iglesia que no debiera dejarse arrastrar por quienes mantienen un continuo cuestionamiento conciliar. La puesta al día de las grandes líneas conciliares, a la luz del magisterio posterior y de los estudios teológicos que lo llevaron adelante, así como de las experiencias pastorales que nacieron de su inspiración y que alentaron a la Iglesia entera, no debieran quedar en saco roto.

Con los ajustes que haya que hacer, propios del paso del tiempo, con la mirada puesta el aquel gran acontecimiento, es la hora de estudiar cuanto allí nació y alimentarse del espíritu conciliar más que de la letra misma. Hoy es el momento. Desde muchos lugares se volverá al Concilio. Se espera que esa visita sea más para aprender de él que para asistir a su funeral.

Con respecto a la crisis,
la Iglesia no puede ni debe desentenderse,
sino seguir colaborando para continuar
dando razones para la esperanza.

Este importante acontecimiento eclesial no suprime otra gran preocupación que ha de estar presente en este año. Se trata de la fraterna solicitud con los desafíos que vienen preocupando a la Iglesia: la grave crisis por la que atravesamos.

La Iglesia tiene un compromiso con quienes de forma más especial sufren sus efectos, como son los más pobres, los jóvenes sin empleo, los ancianos y otros muchos colectivos que sentirán en sus propias carnes la dureza del momento. Ofrecer cauces para salir de las situaciones angustiosas, acompañar a los muchos damnificados de esta crisis y abrirles horizontes, alentar a la esperanza, denunciar las actitudes insolidarias y apoyar los procesos personales y colectivos, es urgente y necesario.

Por eso, hemos de estar –queremos estar– cerca de estas personas. La Iglesia no puede ni debe desentenderse, sino seguir colaborando, como lo está haciendo hasta ahora, para continuar dando razones para la esperanza, especialmente en este nuevo año.

En el nº 2.783 de Vida Nueva. Del 7 al 13 de enero de 2012