El Dios hipersensible

ALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“En el portal de Belén se nos presenta un Dios humanizado, que despierta la ternura y la gratitud de nuestro corazón. ¡Feliz alegre y entrañable Navidad!”.

En unas declaraciones a la prensa, el político norteamericano Henry Kissinger decía creer en Dios, pero no en un dios que se interesara por él.

Por el contrario, nosotros los cristianos creemos en el Dios de Jesús de Nazaret, que no solamente nos ha creado y nos conserva como imagen y semejanza suya, sino también como hijos en el Hijo, que pueden agradar o desagradar a su padre –y madre–.

Dios es infinitamente rico y sabio, hermoso y poderoso, pero también puede y quiere ser infinitamente amoroso en su expansión creadora, especialmente con los ángeles y con los hombres. Pero en el hombre Jesús esta relación da un salto cualitativo al introducirnos en su familia divina, permitiendo así que tengamos, como hijos amados, libertad y posibilidad de darle una alegría o un desaire, un amor o un desamor. Por eso, sin merma alguna de su grandeza, se ocupa y se preocupa continuamente de nosotros.

Jesús decía que Dios viste a los lirios del campo, y que sin su permiso no cae ni un pajarillo del nido al suelo. En una ocasión, para despertar la confianza en el poder de la oración, compara a Dios con un padre, que procura dar a sus hijos lo que más les conviene, y si le piden un pan no les dará una piedra, y si le piden un huevo no les dará una serpiente.

En Jesús, Dios se hizo un hombre para poder vivir, sentir, gozar y sufrir como nosotros, con nosotros y por nosotros. En la Encarnación se hizo vulnerable, como un frágil niño, capaz de reír y de llorar, de amar y ser amado, sensible y hasta –si se permite la expresión– hipersensible a nuestro pequeño amor.

El imponente David de Miguel Ángel, con sus cuatro metros de altura, como un hombre divinizado, solo puede inspirar admiración y asombro. En cambio, en el portal de Belén se nos presenta un Dios humanizado, que despierta la ternura y la gratitud de nuestro corazón. ¡Feliz alegre y entrañable Navidad!

ainiesta@vidanueva.es

En el nº 2.781 de Vida Nueva.

Compartir