Actualidad de un sermón 500 años después

Jesús Espeja dominico
Figura de fray Antonio Montesinos

Figura de fray Antonio Montesinos

JESÚS ESPEJA, dominico | ¡Hermanos Pedro de Córdoba, Antonio Montesinos, Bernardo de Santo Domingo y Domingo de Villamayor! Os felicito por el sermón que preparasteis juntos y lanzó  Montesinos con ardor profético el 21 de diciembre de 1511. Bartolomé de Las Casas lo escuchó y lo transcribió: “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Acaso estos no son hombres?”.

Jesús Espeja dominico

J. Espeja

Ya en el convento de San Esteban de Salamanca respirasteis el clima evangélico y la preocupación por ayudar a los pobres. Un año en La Española, que hoy llamamos República Dominicana, viendo la realidad sangrante y dejándoos impactar por ella “como si fueseis indios”, despertó la sensibilidad compasiva que llevabais dentro.

Se comprende la reacción violenta de los colonizadores avaros contra vuestro gesto en favor de los indígenas. Más tarde, algunos levantaron la leyenda negra contra vosotros y contra Bartolomé de Las Casas, considerándoos enemigos de España, cuando por el contrario, escribe un gran pensador latinoamericano, gracias a vosotros “solo en España se tuvo el coraje de realizar un debate de envergadura sobre la legitimidad y justicia de la presencia europea en las Indias”.

Esa mala fama ya pasó, y vuestra valiente posición de entonces es recordada hoy en innumerables publicaciones y eventos. Por eso empleo el género epistolar no tanto para cantar vuestra gloria, sino para contaros en resumen lo que nos está ocurriendo ahora.

Satisfacción inmediata del deseo, dinero que lo proporcione
y poder para conseguir ese dinero
son los valores que llenan nuestro espacio interior,
marcan la calidad de vida
y contaminan incluso a la religión.

Hemos avanzado mucho con respecto a vuestro siglo XVI. Tenemos una Declaración Universal de los Derechos Humanos que, si bien es perfectible, nos permite avanzar por el camino de la justicia. Y la Iglesia no solo afirma que “los indios son verdaderos hombres”, como declaró en 1537 Paulo III, sino mucho más: “El profundo estupor y respeto ante la dignidad del hombre, se llama Evangelio” (Juan Pablo II).

Hoy el mundo es como una gran aldea donde todos estamos en comunicación con todos; quedaríais asombrados viendo cómo en unas horas atravesamos el océano sobre cuyas olas batalló muchos días vuestra lancha para llegar a las Indias.

En teoría, somos muy humanistas. Rechazamos el racismo y el colonialismo; sin la palabra democracia ningún proyecto político es aceptable; cuidado de la tierra, libertad religiosa, respeto a las culturas, derecho a ser diferentes, igual consideración del hombre y de la mujer, diálogo y tolerancia se barajan en todos los discursos actuales.

Opción por los pobres

Pero a la hora de practicar esos pronunciamientos, nos falla el espíritu que os animó. Buscamos ansiosamente más humanidad; pero la injusticia, el despojo de los pobres y la corrupción por doquier, acusan la codicia con fiebre posesiva que viene siendo cáncer de muerte. Nuestro deslumbrante desarrollo se vuelve contra nosotros.

En 1989, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez publicó un precioso libro con el sugerente título Dios o el oro en las Indias. Vosotros, en La Española, optasteis por el Dios de Jesucristo defensor de los pobres y, lógicamente, los conquistadores, que optaban por el dios oro, se pusieron en contra. Pues hoy se ha implantado en nuestra cultura y en nuestro corazón la idolatría del oro.

Bien merece la pena celebrar vuestra memoria
como profetas de la Iglesia en América Latina,
para dejarnos transformar, como vosotros,
por esa mirada compasiva de Dios.

Satisfacción inmediata del deseo, dinero que lo proporcione y poder para conseguir ese dinero son los valores que llenan nuestro espacio interior, marcan la calidad de vida, inspiran la gestión política, determinan los criterios de conducta y contaminan incluso a la religión.

En el fondo, anhelamos una vida digna para todos y una convivencia pacífica. Pero la ideología que absolutiza el mercado sin control ético ni político, cosifica irreverentemente a las personas, hunde sin remedio a los más pobres y desfigura nuestro proyecto democrático, dejándonos desarmados en la técnica y en la jerga de la economía financiera.

Esta ideología economicista que genera un individualismo feroz se ha introyectado de tal modo en nosotros y en nuestro ambiente social, que ya no nos resbalan las noticias sobre la terrible pobreza en el mundo y llegamos a ver hasta normal que pocos acaparen todo mientras muchos no pueden sobrevivir.

Por eso bien merece la pena celebrar vuestra memoria como profetas de la Iglesia en América Latina. No para quedarnos admirando vuestra conducta, sino para dejarnos transformar, como vosotros, por esa mirada compasiva de Dios que nos habita y que, con nosotros, quiere construir un mundo más fraterno que aún es posible.

En el nº 2.781 de Vida Nueva.

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