Valentí Miserachs: “El gregoriano es el monumento más grande de la música”

Valenti Miserachs Director Instituto Pontificio Musica Sacra

Director del Instituto Pontificio de Música Sacra

Valenti Miserachs Director Instituto Pontificio Musica Sacra

Texto y fotos: DARÍO MENOR | El sacerdote catalán Valentí Miserachs Grau, director del Instituto Pontificio de Música Sacra, que este año celebra su primer centenario, llega a taparse las orejas cuando suena en muchas parroquias la música que acompaña a las ceremonias. Su admirado órgano y el canto gregoriano, “el monumento mundial más grande de la música”, han dado paso con el discurrir de los tiempos a composiciones e instrumentos que, en su opinión, son impropios de la liturgia. [Siga aquí si no es suscriptor]

Pese a la desidia de parte de la jerarquía eclesiástica hacia estos temas, está convencido de que muchos católicos agradecerían que la música sacra recuperase el espacio que antes tenía en la Iglesia.

– ¿Es tan terrible la situación?

– Sí. Me cuesta aguantar la música de algunas iglesias. La situación se ha deteriorado mucho después del Concilio. Al principio componía cada uno en su lengua cosas sencillas, pero dignas. En los años sesenta se hizo un experimento llamado la “misa beat”, creada por Marcello Giombini, que suponía una incorporación a la liturgia de la música de los Beatles. Aquello fue una deflagración nuclear que todavía hoy sufrimos.Valenti Miserachs Director Instituto Pontificio Musica Sacra

– Fue entonces cuando la guitarra entró en las iglesias…

– Después de la invención de Giombini, a cada parroquia comenzaron a llegar estos chicos con sus guitarras e, incluso, baterías. La guitarra ha permanecido, pero las baterías, por suerte, ya casi no se ven en las iglesias.

– ¿Y por qué la guitarra o la batería han supuesto un daño?

– No se pueden justificar con la tradición. En la Iglesia latina tenemos el órgano como gran instrumento, al que no se puede comparar con una guitarrita. El órgano sostiene el canto y es el instrumento más adecuado, confirmado por la tradición centenaria y por la propia doctrina. En el Concilio, cuando se habla de la música sacra, se confirma la doctrina tradicional de la Iglesia, que fue codificada por san Pío X en su motu proprio de 1903. El Papa decía que una de las primeras preocupaciones del cargo pastoral debe ser el culto de la casa de Dios. San Pío X habla del canto gregoriano, la polifonía y el órgano como fundamento. También se admiten otros instrumentos en el culto, como una orquesta de cuerda, o algo de viento, pero siempre evitando instrumentos demasiado ruidosos, como las percusiones.

En el Concilio Vaticano II se dicen palabras maravillosas sobre el órgano, se afirma que es un instrumento capaz de añadir una gran solemnidad a las ceremonias de la Iglesia y que tiene la capacidad de elevar potentemente los corazones hacia Dios. Luego el Concilio hace algunas excepciones, que han sido utilizadas para llegar a la situación en la que nos encontramos ahora.

“El órgano sostiene el canto
y es el instrumento más adecuado,
confirmado por la tradición centenaria y por
la propia doctrina”.

Universalidad

– Pese a lo que se dice del órgano en el Concilio, hay muchos sacerdotes que prefieren poner un disco que pagar a un organista para que interprete este instrumento…

– Tras el Concilio, toda la responsabilidad en este campo se dejó a las conferencias episcopales. La autoridad, que antes estaba centralizada, se ha desmenuzado en mil pedazos. Cada párroco hace lo que quiere, se siente un obispo o un Papa de su iglesia. San Pío X dice que las tres características de la música sacra deben ser: la santidad, la bondad de formas, o sea el arte verdadero, y la universalidad. Él entendía la universalidad derivada de las otras dos características. Si la música sacra es santa y buena, ipso facto es universal. Pío XII, en cambio, entendió la universalidad vinculándola al canto gregoriano y al latín. En la instrucción del Concilio se dice que esta universalidad no se puede proponer, porque se canta desde entonces en las lenguas vivas. Así se ha desenfocado el concepto, porque san Pío X no habla solo del canto gregoriano, sino de todo tipo de composición de música sacra.

– Con Benedicto XVI, un Papa tan aficionado a la música, ¿ha mejorado la situación?

– Si no lo ha hecho en estos seis años, no creo que ya lo haga. Es maravilloso todo lo que ha escrito sobre la trascendencia de la música, pero no ha habido cambios desde el punto de vista práctico. Es un gran teólogo e intelectual, nadie duda de ello. Su carisma es el del profesor, es un vidente de las cosas, pero tal vez necesitaría otros colaboradores. Hay hoy demasiada superficialidad y amiguismo en la Curia. Hacen carrera personas mediocres, pero muy ambiciosas. Llegan a puestos de mucha responsabilidad sin títulos ni currículo, solo porque se es amigo de alguien importante. Valenti Miserachs Director Instituto Pontificio Musica Sacra

– Usted fue uno de los participantes en la exposición en la que 60 artistas homenajearon a Benedicto XVI con sus obras por el aniversario de su ordenación sacerdotal. ¿Qué tal la experiencia?

– Fue interesante más que por mi obra, el oratorio Pablo y Fructuoso, porque fue la ocasión para entregar al Papa la medalla de oro del Instituto en conmemoración de nuestro aniversario. Estaba previsto que nos recibiese en audiencia con los congresistas que participaron en el simposio organizado con motivo del centenario. Nos respondieron que el Papa estaba muy interesado pero, pasado un tiempo y ante la falta de noticias, volvimos a llamar y nos dijeron que no iba a haber audiencia. Fue una pena. El encuentro brevísimo en la exposición sirvió para darle al Papa el libro de nuestro aniversario. Me dijo que quería haber venido a vernos, pero que no podía.

Más laicos interesados

– ¿Sigue habiendo hoy entre las jóvenes generaciones de sacerdotes, religiosos y religiosas interés por la música sacra?

– Este curso tenemos 140 alumnos. Si no hubiera interés entre ellos, no tendríamos a toda esta gente. En mis años de estudiante, que era considerada la “época de oro”, éramos 80. Luego hubo momentos con 20 alumnos. Poco a poco, la cifra fue aumentado. Cuando llegué aquí, todos los alumnos éramos sacerdotes. Luego entraron primero los laicos, aunque muy pocos, y después el grupo femenino. Al principio eran todas monjas. Hoy el 60% de los estudiantes son laicos. La mayoría tiene entre 20 y 30 años. Por nacionalidades, destacan los italianos, que suponen entre el 50% y el 60% del total. México también tiene una presencia muy fuerte. De Francia y Alemania no hay nadie, mientras que de Europa del Este hay solo unos pocos. El número de españoles ha mejorado; hoy hay cinco o seis, mientras que hace unos años no había ninguno.

“El renacimiento vendrá desde la base,
aunque ahora, desde las altas instancias,
no se propugne lo mismo. Estamos despreciando
el tesoro del canto gregoriano,
que es el monumento mundial más grande de la música”.

– ¿Se ha olvidado la capacidad del arte y, en particular, de la música para acercarse a Dios?

– Sí. Hoy reina la ignorancia total y absoluta. Ha habido un cambio generacional. Los de mi edad tuvimos una formación que, después del Concilio, cambió del todo. Debe haber al menos un sacerdote en cada diócesis, o al menos en una archidiócesis, o un laico bien preparado que sepa de música sacra, de liturgia y de teología. Pese a esta situación, de forma paralela hay un deseo de recuperar la música sacra, en la que el canto gregoriano es la columna indispensable. El renacimiento vendrá desde la base, aunque ahora, desde las altas instancias, no se propugne lo mismo. Es como si tuviéramos una cantera enorme de mármol y construyésemos con arcilla. Estamos despreciando el tesoro del canto gregoriano, que es el monumento mundial más grande de la música.

– ¿Cómo han celebrado el centenario de la institución?

– El gran evento fue el congreso que organizamos en el Instituto, con un abundante grupo de estudiosos y musicólogos. Hubo más de cien relatores. Por desgracia, del Vaticano no vino casi nadie. Solo acudió el cardenal Farina, además del cardenal Grocholewski, nuestro gran canciller, lo que aprecié mucho, para reparar en cierta forma el feo que se nos hacía.

En el nº 2.780 de Vida Nueva.

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